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Reportaje:

Hassan integra en el Gobierno a una parte de la oposición

Con el nombramiento de estos nuevos ministros Hassan pretende conjurar una nueva crisis y avanzar en el camino de la normalización política iniciado hace más de un año, una vez que su audaz estrategia en el Sahara se había visto coronada con un éxito espectacular. El Sahara le serviría al monarca magrebí para unificar en torno a la corona a la oposición democrática y a la izquierda moderada. Si exceptuamos algunos grupúsculos leninistas (cuya desarticulación se produjo fácilmente y algunos de cuyos dirigentes acaban de ser juzgados y condenados), o a la misteriosa organización «3 de marzo», que goza del apoyo de Argelia, el resto de la izquierda marroquí apoyó la «campaña del Sahara» con entusiasmo. Hasta el secretario general del Partido del Progreso y del Socialismo (comunista), Al Yata, se mostró favorable a la integración en el territorio nacional de las tres nuevas provincias saharianas. Yata llegó a escribir un libro sobre la cuestión del Sahara, pero la obra fue prohibida por las autoridades marroquíes cuando todavía no se víslumbraba la solución (temporal, para Argelia y el Polisario) del conflicto. Las posiciones de Yata en aquellas fechas coincidían con las que el soberano mantendría intransigentemente años después.

¿Una izquierda domesticada?

En cuanto a Abderrahim Buabid, que había sido uno de los colaboradores más valiosos del difunto rey Mohamed V y que en 1960 fue nombrado vicepresidente del Consejo y ministro de Economía, su acercamiento a la corona se produjo por etapas y tras ocho años de soledad y aislamiento. Buabid, compañero y colaborador del Mehdi Ben Barka. se había alejado voluntariamente del palacio porque, tal como me dijo en su modesto despacho de la avenida de Mohamed V, de Rabat, hace apenas tres años, «con el actual monarca, no hay nada que hacer». Eran. por supuesto, otras épocas, y el régimen alauita se había endurecido considerablemente tras los dos intentos de magnicidio producidos con un año de diferencia. Fue necesario, en primer lugar, que la antigua Unión Nacional de Fuerzas Populares (UNFP), la organización fundada por Ben Barka, se escindiera y naciera la USFP bajo el liderazgo de Buabid, para que las posiciones netamente revolucionarias y marxistas del antiguo ministro se diluyeran en un reformismo patriótico. Por otra parte, Hassan debió jugar duro en su maniobra de «reagrupar a todas las fuerzas nacionales » en torno a la cuestión sahariana, y sus palabras en los últimos meses de 1975 no deja bán Jugar a equívoco: «Quien no está conmigo está claramente contra mí », podía colegirse de sus discursos o de los inflamados editoriales del diario gubernamental de Rabat, Le Matin. Al radicalizarse la postura del monarca en esta cuestión decisiva, tanto los comunistas como los so cialistas de Buabid o Ibrahim (seguidores ortodoxos de la UNFP) decidieron jugar a fondo la carta de la «recuperación del Sahara marroquí». Buabid recorrió diversas capitales del mundo socialista y capitalista para explicar a sus amigos y correligionarios la «justicia de la reivindicación marroquí». Este gesto fue muy apreciado no sólo por el rey, que lo había promovido, si no también por sus consejeros y has ta por la derecha monárquica, tan poderosa como ultramontana. Con este viaje Buabid se ganó el respeto de los sectores más conservadores del espectro político de su país y la ira de quienes en Argelia o Libia todavía creían en la posibilidad de un «gesto autónomo» en el seno de la izquierda marroquí.

Un nacionalismo crítico

La incorporación de Ahmed Buceta al Gobierno significa también cierto cambio de perspectiva en relación con el partido Istiqlal, cuyas posiciones nacionalistas a ultranza y su intransigencia religiosa lo habían llevado a un enfrentamiento continuo con la corona desde hace, al menos, diez años. Buceta, heredero del mítico Allal El Fassi, había salido del Gobierno, al igual que tres ministros más pertenecientes a su partido, en 1963. Desde esa fecha, tanto la prensa del Istiqlal como sus más conspicuos dirigentes no se mordieron la lengua cuando debieron criticar la gestión del monarca. Claro que la vitola nacionalista del partido y la absorbente personalidad del Fassi evitaron al Istiqlal la represión generalizada o la cárcel, que otros grupos sufrieron.Por lo demás, las tesis anexionistas del Sahara habían sido promovidas desde los años cincuenta por el Istiqlal. que iba mucho más lejos al reivindicar el espacio del «gran imperio cherifiano», desde el Rif al Senegal'. Según estas tesis, Mauritania no sería más que una provincia marroquí que el colonialismo francés convirtió en país como medio de quebrar la «indisoluble unidad del Magreb». Hasta hace dos años el Istiqlal se negaba a admitir que Mauritania fuese una nación y seguía reivindican do su anexión simple a Marruecos. Así, pues, cuando se produjo la campaña de «recuperación del Sahara», los militantes del Istiqlal la apoyaron con ardor, la mentando que las reivindicaciones de Hassan no fueran más tajantes y ambiciosas, y que no se rnetiera en el mismo paquete la cuestión de Ceuta, Melilla y los peñones. Todo el mundo sabe ahora que pese al misterioso acuerdo hispano -marroquí mauritano sobre el Sahara, Hssan no ha renunciado a reivindicar Ceuta, Melilla, las Chafarinas, el peñón de Vélez de la Gomera y Alhucemas.

Al integrar como «provincias» la mayor parte del territorio del Sahara a Marruecos, Hassan se apuntó ante las masas de su país el mayor éxito de su reinado. Debió reconocer, entonces, el monarca, que el apoyo de las fuerzas de la oposición a la campaña fue decisivo. Y consciente de que el problema del Sahara podría ser, a la postre, un elemento conflictivo y desestabilizador para la sociedad marroquí -la guerra contra el Polisario prometía ser larga, las dificultades «africanas» de Marruecos no habían sido superadas-, decidió normalizar su régimen que, al menos sobre el papel, era una monarquía constitucional.

La «normalízación»

La normalización democrática marroquí se inició con las elecciones municipales del 25 de noviembre de 1976. Todos los partidos, salvo los grupúsculos izquierdistas y la Unión Nacional de Fuerzas Populares, aceptaron participar en los comicios. La campaña electoral se produjo en medio de ciertas irregularidades, denunciadas por la oposición y promovidas, si no por los círculos próximos al palacio, por la estructura caciquil existente, sobre todo, en las zonas rurales del país.Por supuesto, las elecciones constituyeron un triunfo para los candidatos «independientes» (es decir, gubernamentales), y un fracaso para el Istiqlal y la Unión Socialista de Fuerzas Populares de Buabid. El Istiq1al logró un 16,34 % de los sufragios, la USFP, apenas un 6,84 %, mientras que las candidaturas «independientes » alcanzaron el 64,43%.

Dos semanas después de estos comicios se produjo en la ciudad, de Uxda un grave incidente, en el que perdieron la vida varios militantes del Istiqlal que se manifestaban. Para esa fecha, los partidos de la oposición habían hecho pública ya la protesta por la forma en que se hizo el recuento de votos y se efectuó la votación en algunas zonas. Buceta, líder máximo del Istiqlal, calificó los comícios de «mascarada», mientras Buabid amenazaba con no participar en las elecciones legislativas previstas para esta primavera.

Aunque el monarca no asumió las denuncias de los partidos y mucho menos el Gobierno, algunos de cuyos miembros habían promovido el «pucherazo»-, poco a poco llegó a la convicción de que no sólo algunas irregularidades eran verdaderas, sino que de ignorarse las reivindicaciones de la oposición, el proceso de normalización democrática se iba a pique. Tal vez por ello. Hassan no tenía otra salida que integrar en el Gobierno, como ministros sin cartera, a los líderes de la oposición democrática (al menos a dos de ellos), integrándolos en el proceso electoral que se prepara y comprometiéndoles directamente con la estrategia de normalización democrática. Su presencia en el Gabinete podría servir también para controlar desde cerca la pureza de las elecciones legislativas.

Estas maniobras se producen en un momento. especialmente delicado para Marruecos, cuando este país acaba de abandonar la OUA (Organización de la Unidad Africana) y el Frente Polisario ha celebrado el primer aniversario de la fundación de la República Arabe Democrática Saharaui. Ambas cuestiones están relacionadas. El Gobierno marroquí decidió retirarse de la OUA porque a la reciente reunión de Lomé asistía un delegado del Polisario y que, con la ayuda argelina, se preparaba una «reunión cumbre africana para resolver el problema del Sahara». Por otra parte, Marruecos y Gabón fueron acusados de haber patrocinado el reciente intento de invasión de Benin (es Dahomey).

Si bien es cierto que hasta ahora la OUA ha demostrado ser un organismo ineficaz y sectario, no lo es menos que la posición diplomática de Marruecos en Africa es difícil gracias a la incansable actividad de Argelia y Libia, padrinos mayores del Polisario y enemigos jurados -por el momento- del rey Hassan. El aislamiento de la monarquía en el terreno interior sólo puede ser paliado con la integración de las fuerzas moderadas de la oposición en el Gobierno o, al menos, en la estrategia electoral. En el terreno exterior, Marruecos cuenta, sobre todo, con el apoyo francés (Francia acaba de concederle un crédito de 1.200 millones de francos) ,y americano. Y podría contar con el apoyo español si, por fin, las relaciones entre ambos países se normalizaran, lo que por desgracia para los dos países, está muy lejos.

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