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Donald Trump
Tribuna
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El ‘blitz’ xenófobo de Trump: la implosión del sistema migratorio en las Américas

Con menos de un mes en la Casa Blanca, el republicano ha modificado los parámetros mismos con los que juzgábamos el panorama migratorio

Un agente de la Guardia Nacional de Estados Unidos vigila la frontera desde El Paso, Texas, en enero de 2025.
Un agente de la Guardia Nacional de Estados Unidos vigila la frontera desde El Paso, Texas, en enero de 2025.Nayeli Cruz

Lejos del megáfono de Trump impera un silencio extraño. Es, quizá, el silencio propio de una implosión, un antes y un después marcado que no admite el matiz de la erosión. No es hiperbólico señalar que, en menos de un mes de la segunda administración Trump, el sistema migratorio en las Américas como lo conocíamos, ha quedado atrás. Hoy tenemos frente a nosotros un animal distinto.

Primero, los números. Aun sin ser oficial, la proyección de los datos de febrero —entre 10.000 y 15.000 encuentros irregulares en toda la frontera— son similares a las cifras de un solo día de diciembre del 2023, el periodo más álgido de la crisis migratoria. Es un monto incluso inferior al registrado durante la pandemia de covid-19 y los tiempos del Título 42 que sellaba el acceso al sistema de asilo estadounidense. La ausencia de cruces irregulares en la frontera entre México y Estados Unidos refleja ya un silencio inusual.

Este silencio fronterizo se encuentra también con cierto mutismo por parte de las autoridades de ambos países con respecto a los términos de su cooperación. Ciertamente, la presidenta Sheinbaum ha declarado que México continúa recibiendo ciertos migrantes extranjeros, sin definir bajo qué figura jurídica o exactamente en qué condiciones. Aunque opaca, la colaboración entre México y Estados Unidos ha logrado reducir efectivamente los flujos migratorios irregulares, removiendo de la ecuación bilateral —por el momento— lo que durante años fue una enorme presión migratoria. Bajo la espada de Damocles arancelaria, la cooperación en materia de seguridad es ahora el centro de gravedad de las disputas diplomáticas.

Con menos de un mes en la Casa Blanca, Trump ha modificado los parámetros mismos con los que juzgábamos el panorama migratorio. Durante su primera administración, México maniobró con éxito la imposición de un Tercer País Seguro —un tratado bajo el cual las personas en busca de protección internacional estadounidense serían referidas al sistema de asilo mexicano. En comparación con lo que hoy observamos en la región, el envío de migrantes a México para esperar su proceso de asilo en Estados Unidos es el menor de los problemas.

En cuestión de semanas, la segunda iteración del gobierno de Trump no sólo ha transgredido los límites previos, sino que ha desdibujado en dónde se traza la línea de lo permisible. Trump ha prácticamente cerrado el acceso a su sistema de refugio, poniendo fin a la plataforma CBPOne —el mejor ejemplo de cómo ordenar los flujos migratorios a lo largo de la frontera. En vez de comenzar su proceso de asilo, como lo marca la ley estadounidense y el derecho internacional, la nueva administración ha comenzado a enviar a las personas que buscan protección en los Estados Unidos a sitios inhumanos.

Aviones militares parten con migrantes desde El Paso, Texas, a Guantánamo, Cuba. Su destino son las celdas que otrora alojaban personas vinculadas con Al Qaeda. Los criterios de envío a Guantánamo son arbitrarios. Aunque, en teoría, la base militar está reservada para personas vinculadas con organizaciones criminales, no hay claridad sobre quiénes son enviados a Cuba y bajo qué sentencias. Personal militar, y no funcionarios civiles, custodian a los migrantes, quienes tampoco cuentan con acceso a asesoría legal. Por el contrario, esperan en un limbo jurídico, en una base militar conocida internacionalmente por su desdén a los derechos humanos y diseñada para procesar terroristas. El gobierno estadounidense ha declarado que busca crear espacios para enviar hasta 30.000 personas.

Al mismo tiempo, las personas migrantes de África, Oriente Medio y Asia —principalmente procedentes de regímenes autoritarios como China, Afganistán o Irán— son enviadas a Panamá. De este modo, Estados Unidos ha resuelto el dilema diplomático y logístico que representa la negociación y operación de vuelos de repatriación extracontinentales. Ahora, mujeres huyendo de la opresión sistemática del régimen talibán o de la teocracia iraní, en vez de ser recibidas en Estados Unidos, son enviadas en aviones militares a Panamá. Ahí, son privadas de su libertad, en espera de su eventual deportación, de regreso a las autocracias de sus países de origen.

En los últimos días se han hecho públicas imágenes de las personas encarceladas detrás de las ventanas de un hotel panameño. Escriben sus nombres. Muestran sus pasaportes junto a libros religiosos, prohibidos en casa. Entre el silencio de su incomunicación, intentan contar su historia. Explicar el riesgo mortal que representa volver.

Panamá ha respondido que el alojamiento en hotel es temporal, pues instalan campamentos en la jungla del Darién para recibir a los migrantes, en espera de una supuesta repatriación. Costa Rica ha aceptado recibir vuelos con nacionales de Asia Central y la India. El Salvador busca proactivamente recibir migrantes de Estados Unidos para encarcelarlos en uno de los sistemas penitenciarios más brutales del mundo.

No hay claridad sobre qué migrantes enfrentarán cualquiera de estos procesos. Lo que hay es una implosión, un antes y un después. Y hay un silencio ensordecedor, o varios, que imperan frente al blitz xenófobo de Trump.



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