Berlinguer, "invitado" a la cumbre eurocomunista, de Madrid
Lacónicamente, el Partido Comunista Italiano anuncio que su jefe Enrico Berlinguer, ha sido invitado por el Partido Comunista Español a reunirse en Madrid los próximos 2 y 3 de marzo con Santiago Carrillo y el secretario del Partido Comunista Francés, Georges Marchais.
Para los medios políticos de la izquierda italiana este laconismo reflejaría una situación de ambigüedad y reticencia. Belinguer iría a Madrid como llevado por las orejas. En el momento en que España se está dando una estructura política democrática, Berlinguer sería un hermano mayor que va a Madrid sobre todo a dar su solidaridad y corroborar el liderato de Carrillo. Hay quien espera que de Madrid salga la carta magna del eurocomunismo o, sin llegar a tanto, por lo menos una declaración formal conjunta sobre el disenso de la Europa oriental.La ambigüedad de Berlinguer estaría alimentada por su diversa y delicada posición. Dirige un partido que está en el umbral del poder. Ayer mismo el jefe republicano Ugo la Malfa, insitía en que si el Partido Comunista no participa en una mayoría programática, aunque por ahora no en el Gobierno, Italia terminaría como Chile. Por otra parte, Berlinguer acaba de saludar y festejar en Roma a Luis Corvalán, un huésped al mismo tiempo incómodo y estimulante, porque Corbalán no cree en el eurocomunismo, y, como ha declarado en las recientes entrevistas a Le Nouvel Observateur, las divisiones entre partidos hermanos y los ataques a la URSS hacen el juego a todos los Pinochet de este mundo.
La ambigüedad se la dicta e impone a Berlinguer sobre todo la relación con la Unión Soviética. Hace una semana, Berlinguer dijo claramente por televisión que Carrillo sé había pasado de la raya, criticando a la Unión Soviética. Berlinguer está dispuesto a defender el disenso de la Carta 77 de Checoslovaquia y a enviar incluso una comisión de parlamentarios de izquierda (sabe muy bien que les negarán el visado de ingreso), pero demuestra cautela cuando habla de la URSS. Ultimamente, en un discurso en Milán, se limitó a reconocer «ciertas características liberales de los regímenes políticos de algunos países del Este europeo». Pajetta, por su parte, subraya siempre que «el movimiento socialista está indisolublemente vincutado a la revolución de octubre y a la potencia soviética».
Berlinguer sabe muy bien que no todos los eurocomunistas tienen los mismos intereses con Moscú. En la Europa oriental el sistema político interno coincide con la dependencia de Moscú, controlada por los tanques. Marchais también acaba de recordarle a Giscard que la carta de Jimmy Carter al premio Nobel -Sajarov no era una injerencia interna en los asuntos dé la URSS, como tampoco lo hubiera sido recibir al historiador Almarik. Se trata de los derechos civiles del hombre.
La situación de Berlinguer es todavía más compleja porque se sospecha simplemente de su comunismo o de que lo sea despectivamente a la italiana. Este fin de semana, doscientos industriales italianos concluyen quinientos encuentros de negocios (digo quinientos) que en una semana han maritenido en la URSS. La ciudad de Togliatti, que produce 680 vehículos al año modelo 1966 quiere doblar su producción. El ingeniero Gioia, ex director general de la FIAT y presidente de la Cámara Italo-Soviética, recién inaugurada en Moscú por la ministra del trabajo, Tina Anselmi, cree que el intercambio ruso -italiano (un 3% sólo del comercio global) puede aumentar con la convertibilidad del rubio en el área del Comecon. Agnelli, en Nueva York, acaba de recordarle a Berlinguer que ha cambiado solo lo necesario para ganar nuevos votos.
Justo es, pues que Berlinguer sea reticente, o lo que es lo mismo, que omita voluntariamente lo que debería decir o que dé a entender lo que se calla.
El problema consiste en si se puede ser comunista democrático y a la vez no depender de Moscú. Carrillo ha elegido el socialismo pluralista contra el socialismo autoritario, pero romper con Moscú no quiere decir todavía ser democrático. La reticencia de Berlinguer es acaso un noble conato por encontrar un tercer camino entre los socialismos occidentales (laborismo y socialdemocracia escandinava) y el socialismo soviético. El dilema de los partidos del eurocomunigmo está en mantenerse políticamente unidos, aunque ideológicamente desunidos; mas es indudable que la URSS no sólo tiene una concepción diversa de la sociedad y del Estado, sino también una política exterior.
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