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El "Grand Verre"

Cierto es, como sé afirma en el catálogo de la muestra Duchamp en el Centro, Pompidou, que ninguna obra plástica moderna ha provocado tal delirio interpretativo como La mariée mise a nuparses célibataires, méme. Entre lo que ha sido dicho, de todo se encuentra: desde la idea feliz a la basura del oligofrénico. Quien necesite muletas para desenvolverse por el Grand Verre encontrará, presumiblemente, unas a su medida, pues se ha recurrido ya, según parece, a toda vía posible de lectura. Desde la temprana visión bretoniana del Phare de la Mariée- se pasa a la interpretación alquímica (Schwarz, Lebel, Linde), cabalística (Burnham), místico-cristiana (Janis, Calvesi, Brock incluso), simbólico-mítica (Paz, Carrouges), y -como era fádilmente presumible- sicoanalítica (Held, Deleuze). El propio Duchamp, por su parte, no dijo nada o casi nada. Los mismos textos de su Bolte verte, que en principio, debían ser una ayuda para el desvelamiento de la Mariée, no hacen sino aho ndar en la confusión. La eterna ambigüedad de los juegos de plabras duchampianos favorece, con notable acentuación sobre el Verre, la multipolaridad interpretativa del discurso. Lo que, ironicamente, se presentaba como el hilo de Ariadna no hace por lo general, sino envenenar con la duda alingenuo que creía haber visto alguna luz en todo ese embrollo. Tan sólo dos directores aparecen netamente marcados habiéndose dado paso a lo que es lugar común en toda la literatura sobre el tema. Es lo que Carrougees llma conjunto sexual y conjunto mecánico, elementos constitutivos para él, no sólo del Grand Verre sino de, cualquiera de las máquinas solteras provenientes de la mejor tradición patafísica y rousselliana. Estos dos componentes son, al menos, evidentes. Vienen a delimitar, en cierto modo, el terreno donde Duchamp se complace en ver moverse a sus lectores. Sobre lo que éstos digan aposteriori, su posición queda muy clara en la conversación que mantuvo con Pierre Cabanne. No es cuestión de que las interpretaciones sean verdaderas o falsas, sino de que resulten interesantes o no en virtud de quien las formula. Se trata, pues, de un juego, pero de un juego endiablado. Lo que Duchamp plantea en el Grand Verre es una invitación a la exégesis acerca de un «texto» (Paz define así a la Mariée), en principio vacío de todo significado a la manera de un lenguaje-formal -desde luego más sugerente que aquellos a los que se nos tiene acostumbrados-, en el que uno puede proyectar sus fantasmas particulares. Sobre ese discurso comodín se establece, pues, un juego semejante al que Duchamp reconoce en la hermenéutica shakespeariana de su amigo Arensberg. La cuestión es retorcer las palabras hasta hacerles decir lo que uno quiere, Lo que no quita que la mayoría de los que se ocupan de esta tarea no siempre son conscientes de su gratuidad.Con ello Duchamp rompe, como era su propósito, con la moderna pintura retiniana (esto es aquella en que colores y formas son un fin en sí mismos), y halla en esta vía netamente sofística una solución satisfactoria que franquee el abismo que separa su escepticismo del espíritu de los primitivos, cuya obra se resolvía en un a mayor gloria de Dios.En este sentido es ejemplar la propia ejecución del Grand Verre. Se presenta como una complejísima labor de investigación en la que los problemas técnicos, a los que el autor adjudica primordial importancia, se desarrollan con una minuciosidad exasperante, evidentemente maníaca. Piénsese en todos los dibujos y lienzos preparatorios de 1912-13 (la Marke, la Vierge, el paso de una a otra, el Erratum Musical), los diversos vidrios parciales (Neuf Moules Mâliques, Moulin á eau, la lenta génesis del Gran Verre. Todo ello para desembocar en una obra de fragilidad manifiesta, cuya ejecución (inacabable será abandonada por en el momento en que no carente de estupidez, deja de advertirle. En el texto de Duchamp con que Breton abría el numero cinco de Le surréalisme au service de la révolution hay un dato revelador. Se trata, nos dice, de determinar las condiciones de una apariencia alegórica de una sucesión (conjunto) de hechos diversos, pareciendo necesitarse unos a otros por medio de leyes. Esta construcción, declaradamente patafísica, en la que Duchamp se complace, no es sino una inmensa parodia crítica de la vacuidad de la creación artística y, en rigor, de la esterilidad, de toda labor fuera del estricto marco del placer que proporcione cualquier tarea gratuita en cuanto que sea entendida como puro juego, como puro desarrollo de obsesiones particulares. De este modo, qui en se acerque a La mariée mise a nu par ses célibataires, même o a cualquiera de los otros grandes vidrios que pueblan muestro entorno, que no deje de ver su propia imagen reflejada en el cristal. Tomará así conciencia de su paso por uno cualquiera de los infinitos mundos posibles, aquel que él mismo ha pensado.

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