Aventuras en el cielo

El cine comercial americano sigue siendo uno de los más hábiles del mundo a la hora, de capitalizar los sucesos de la vida real y convertirlos en productos de ficción. El sistema es tan viejo como la misma industria de Hollywood y confirma la rara astucia de sus ejecutivos para revestir el vacío ideológico de siempre con colorines y estilos que parecen cada vez más ciertos, menos imaginados. El asalto de los hombres pájaros es una buena muestra de esta fórmula de trabajo, con el aliciente de una técnica eficaz y precisa, junto a unos buenos efectos especiales. Es la nada con sifón, que diría Jardiel, especialmente apta para despertar el entusiasmo de los Críticos comprometidos con la aventura pura o la acción por ella misma, y la desgana de los espectadores, ansiosos de un cine que refleje las angustias y tensiones del hombre contemporáneo, y no la nulidad de unas peripecias montadas so bre personajes de cartón y piedra. Douglas Hickox -que no tiene nada que ver con su casi homónimo- se limita a poner en pie un espectáculo aceptable, a nivel' formal, si es que nos conforma mos con la pura - fachada, que se sucede con fluidez y ritmo más que mediano, y donde el tema principal- el secuestro de una madre con sus dos hijos pequeños a cargo de un grupo de guerrilleros antimperialistas, es marginado en provecho de las evoluciones circenses de un pintoresco grupo de rescate, constituido por equilibristas que vuelan, sujetos a una especie de cometas gigantes.La existencia de guerrilleros es, desde luego, una desdicha constante de muchos países, lo mismo que los secuestros de rehenes con fines políticos o económicos. Aprovechar las posibilidades comerciales de esta actualidad periodística no sería enteramente rechazable si no se mixtificaran los hechos de partida.El entretenimiento es una aspiración legítima del espectador de cie, que no tiene por qué aburrirse necesariamente, pero estos temas son poco propicios a la dramatización -y no digamos, al tratamiento cómico- por que cualquier relato imaginado -sería vencido por la elocuencia de la realidad. Extirpar las motivaciones profundas de todos los personajes para quedarse con unos hechos externos, sin ninguna hondura, es un error profundo que se paga caro. Estos jinetes del cielo, como es el título original, no consiguen ni siquiera hilvanar una continuidad atractiva, animada a ratos por la fuerza de al guna mirada o de ciertos gestos furtivos, especialmente a cargo de James Coburn y Susannah York, espléndidos actores, confinados a unos muñecos que no les permiten demostrar su valía.

El resultado final no supera las cotas de un telefilme al uso, con mayor presupuesto, y las mismas coletillas musicales y de montaje que constituyen su inevitable marca de fábrica. El cine de aventuras es un magnífico género, que debería y podría ser mejor cultivado, pero el- camino de esta película no lleva a ningún sitio válido.