En el 90 aniversario de Jordi Rubió
Fuera del ámbito de la cultura catalana, me temo que Jordi Rubió i Balaguer debe seguir siendo prácticamente un desconocido. Y, sin embargo , este, hombre que hoy - 30 de enero- cumple noventa años es el patriarca indiscutido de las letras catalanas.
Resulta difícil darse cuenta, desde fuera, del lugar que ocupa Jordi Rubió en el mundo cultural catalán. Perteneciente a una familia de grandes investigadores y eruditos -su abuelo, Joaquín Rubió i Ors, fue promotor princípalísimo del movimiento literario- patriótico de la Renaixença y rector de la Universidad, y su padre, Antonio Rubió y Lluch, fue catedrático e historiador de la literatura-, Jordi Rubió ha asumido naturalmente como propia la entera tradición cultural catalana y la ha encamado más auténticamente que nadie. No es extraño, por tanto, que su biografia refleje idénticos altibajos que la cultura y la vida misma de su pueblo.En 1913, en el período de tímida autonomía de la Mancomunítat, Prat de la Riba lo escogió como primer dírector de la recién creada Biblioteca de Catalunya. Más tarde, fue director de la Escuela de Bibliotecarios, que él fundó, y profesor de literatura catalana, y de literatura castellana en la Universidad de Barcelona. Es imposible dar aquí idea de los campos de trabajo abarcados por la actividad investigadora de Jordi Rubió. No obstante, cabe destacar sus estudios, profundamente originales, sobre Ramón Llull, el humanismo medieval, la decadencia y la Renaixença. Durante la guerra, organizó el servicio de bibliotecas del frente e intervino en la constitución del sindicato de escritores (Institució de les Lletres Catalanes).
En 1939, después de la derrota, sufrió,como tantos ciudadanos, los rigores de la represión. El proceso de «depuración» culminó con la expulsión de la Universidad y con su destitución de la Biblioteca de Catalunya (que perdió su nombre originario y pasó a llamarse Biblioteca Central de la Diputación de Barcelona) y de la Escuela de Bibliotecarios. El gran historiador de la cultura se encontró en la calle, sin trabajo, y tuvo que entrar en la plantilla de una editorial privada, donde trabajó hasta cumplidos los ochenta años. En aquella época alguien (¿inspirado por Dionisio Ridruejo?) le ofreció la dirección de la Biblioteca Nacional de Madrid. A pesar de la catástrofe colectiva que le rodeaba, Rubió no quiso alejarse de Cataluña y no aceptó un premio de consolación, que aunque gratificador en el terreno individual, habría significado para él una forma de deserción. Pues este anciano bondadoso y enérgico, cuyo magisterio intelectual se ha. ejercido durante dos tercios de siglo, es hombre de arraigadas convicciones liberales y democráticas y se ha mantenido siempre fiel a su pueblo.
El Institut
Desde 1939, hasta hoy el camino -no acabado- para la recuperación de la identidad nacional ha resultado, para Cataluña, largo y difícil. En el terreno cultural, el papel desempeñado por Jordi Rubió ha sido decisivo y ejemplar. Es difícil explicar ahora que el Institut d'Estudis Catalans, la máxima institución académica catalana, ha tenido que desarrollar sus actividades en la clandestinidad y en la ilegalidad (sólo desde hace pocos días vuelve a tener existencia legal), que los Estudis Universitaris Catalans mantenían, a nivel privado y clandestino, la continuidad con la tradición universitaria propia, que el primer intento de Congreso de Cultura Catalana tuvo que reunirse, en 1964, ilegalmente. Y es de justicia recordar que Jordi Rubió ha sido el primer presidente elegido por el Institut después de la guerra, que sus clases -privadas, gratuitas y clandestinas- en los Estudis Universitaris Catalans han marcado fuertemente la trayectoria intelectual de muchos de los investigadores catalanes más destacados de las generaciones de postguerra (Jordi Carbonell, Jord Nadal, Enric Lluch, Josep Fonta na, Joaquírn Molas, etcétera), y que presidió, junto al abad Escarré, el mencionado primer intento de Congreso de Cultura Catalana.
La actividad cívica más destacada del doctor Rubió ha sido, tal vez, por el eco popular que suscitó su participación en la asamblea constituyente del Sindicato Democrático de Estudiantes, que se celebró, con asistencia de más de cuatrocientos delegados de todas las facultades y escuelas, el 9 de marzo de 1966 en el convento de Capuchinos de Sarriá. La asamblea se prolongó durante dos días más, debido al asedio de la policía, que, finalmente, penetró en el convento y detuvo a los intelectuales y profesores que se hablan solidarizado con los estudiantes. El encierro forzoso permitió entre otras cosas, a varios centenares de estudiantes,entrar en relación con el doctor Rubió. El viejo profesor era sabio, generoso y modesto: quería aprender y aprendía de sus improvisados discípulos tanto como enseñaba. Fue, por ambas partes, una experiencia inolvidable. Al lado de Rubio, ¡qué contraste decepcíonante ofrecía la Universidad mediocre, corrompida y faltada de ilusiones que los estudiantes vivían diariamente! Detenido, el doctor Rubió fue sancionado con una multa gubernativa de 200.000 pesetas.
La asamblea y su represión generaron un formidable movimiento de solidaridad ciudadana, que tuvo repercusiones políticas duraderas. En ello influyó decisivamente la presencia entre los estudiantes del doctor Rubió (y, junto a él, la de Oliver, Espriu, Tápies María Aurelia Capmany, Moragas etcétera): era como si la mejor tradición de la cultura catalana se sumara, de pronto, a la «subversión» política y a la rebeldía estudiantil.
Un año después, al cumplir Rubíó su ochenta aniversario, los estudiantes, agradecidos, organizaron un homenaje, en colaboración con intelectuales y profesores catalanes. El homenaje contaba con el patrocinio de Pablo Picasso, Pau Casals, Ramón Menéndez Pidal, Marcel Bataillón, Pere Bosch Gimpera, el abad Escarré, Josep Carner y Joan Miró, pero el rector de entonces, cuyo nombre alcanzó triste celebridad debido a la dureza de la represión que desencadenó, prohibió el homenaje. El acto, sin embargo, se celebró y acabó con la detención y el procesamiento de diecinueve de sus participantes (entre ellos el filólogo mundialmente-conodido Joan Coromines, el gran poeta Joan Oliver, y otros intelectuales, corno Coll i Alentorn, Cornudella, Sacristán, Barral, Portabella, García Hortelano, Oriol Bohigas, Antoni Gutiérrez, etcétera).
Cuando se convocó por primera vez, en 1969, el Premi d'Honor de les Lletres Catalanes, el jurado eligió a Jordi Rubié. Y más recientemente, al plantearse en el seno del Congreso de Cultura Catalana a quién debía ofrecerse la presidencia de honor, la respuesta fue unánime: a Jordi Rubió. El congreso, además, se ha dirigido a las universidades catalanas -las tres de Barcelona y la de Valencia-, para que concedan simultáneamente a Rubió el titulo de doctor honoris causa.
Ahora el viejo maestro vive, con la modestia y la discreción que le han caracterizado, lleno de proyectos, dedicado al estudio, con su animosa lucidez de siempre, y rodeado del resppto de todos. Un día no lejano deberá exteriorizarse ese respeto y podremos ofrecer entonces al doctor Rubió el homenaje que los catalanes le debemos como reconocimiento por su ejemplaridad intelectual y moral y por su obstinada fidelidad a nuestro pueblo.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.