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Tribuna:La cuestión catalana / 4
Tribuna
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Siglos de opresión

Al mismo tiempo que expone los largos años de opresión que ha vivido Cataluña, Ramón Trías Fargas comenta la necesidad de que los españoles revisemos criterios y procederes para la consecución de la anhelada convivencia democrática.

1. Sería engañarnos si creyéramos que el pleito calalán se basa tan sólo en consideraciones de buena administración de la cosa pública. La cuestión catalana se sustenta de emociones hondamente sentidas y alberga rescoldos que desde hace siglos no se quieren apagar. No voy a entrar en si Cataluña es, o no es, una nación, porque la sola palabra irrita irracionalmente a los unos y alegra sin objeto aparente a los demás.2. Lo que sí me parece innegable es que el problema catalán existe hoy como existía en el siglo XV. Lo que no creo que pueda refutarse es que el hecho diferencial catalán está presente ahora, tal como lo estaba hace cien años y lo seguirá estando dentro de otros cien si no se le pone remedio. No quiero teorizar con la historia. Pero sí quiero recordar algunos hechos históricos. Por ejemplo, que a mediados del siglo XV, Juan II, titular de la corona catalano -aragonesa, pero rey de sangre, aficiones y residencia castellanas, protagonizó una lucha con sus vasallos que duró más de diez años y que asoló la tierra. Fue una guerra que el monarca supo derivar hacia un conflicto civil (remences) interno, pero cuyo trasfondo era dinástico, y se alimentaba ya de las insolubles disensiones entre Castilla y Cataluña. La guerra de los «segadors» entre Cataluña y el Conde-Duque de Olivares se alarga de 1640 hasta 1652, arrasa el Principado y arruina la potencia española. La guerra de sucesión destruye el país durante una larga serie de años antes de acabar el 11 de septiembre de 1714 con la toma de Barcelona. A principios del siglo XIX, previos bastantes años de resurgir económico, empieza la «Renaixença» literaria y política de Cataluña y en ella se siguió hasta 1936, en que volvimos a empezar el ciclo de la violencia.

La guerra civil española se puede considerar como un intento fracasado de suprimir Cataluña. El definitivo, parecía. El que en última instancia habría dado la solución final: la erradicación material de la cuestión catalana. Hoy día ya sabemos que no ha sido así. Claro que, en general, Cataluña sale siempre vencida de estos lances. Pero, otro hecho cierto es que también Cataluña aquí está y aquí sigue planteando su situación. Un ministro ¿el general Franco, pasado después a la política democrática, me decía: Es una pena que cada cincuenta años haya que tomar militarmente Barcelona. ¡Sí, es una pena! Pero Cataluña sobrevive y llega incluso a celebrar frenética y multitudinariamente sus derrotas, tal como ocurrió el 11 de septiembre últirno en San Baudilio de Llobregat. El año 1934, Francisco Cambó., en el Congreso de los Diputados, pronunció estas palabras proféticas: «... Porque, no os hagáis ilusiones. Pasará este Parlamento, desaparecerán todos los partidos que aquí están presentes, caerán regímenes... pero el hecho vivo de Cataluña subsistirá». Me parece, pues, que querer ignorar esta realidad que dura siglos no es ya político, ni sensato, aparte de que no haya sido nunca justo. Hay que rendirse a la evidencia y buscar fórmulas nuevas: humanas, iguahtarias, democráticas, sensatas y basadas en el respeto mutuoy en los ideales comunes. La otra via, la del conflicto y de la hipotética victoria final, se ha demostrado estéril. Los conflictos, muy verdaderos, nos agotan a unos y a otros, mientras que la victoria final no llega nunca.

3. En una primera aproximación, yo diría que Cataluña no siempre ha colaborado porque se ha visto rechazada por Castilla o invitada a someterse con total entrega de sü personalidad. Tampoco quiero iniciar un memorial de agravios, pero hay cosas pasadas que explican el porqué de muchas actitudes presentes. A Fernando el Católico, que aporta el reino de Cataluña y Aragón a la confederación hispana, los cortesanos de Isabel I le recompensan llamándole «el catalanote». A Cataluña se la denomina «Castilla la Nueva», para demostrar su asimilación y dependencia. El Duque de Albuquerque le escribe a Felipe III que, «En llegando a Barcelona, acabaré de poner en galeras a todo el Principado». El Conde-Duque le ordena al Virrey Santa Coloma que no observe la constitución catalana, y le propone al rey Felipe IV que conquiste Cataluña por la fuerza de las armas, auxiliándose de tales ardides, tretas y artimañas que no las quiero recordar. El propio Quevedo, contagiado del ambiente general, se queja de que sean «los catalanes aborto monstruoso de la política, por ser libres y tener señor. Por esto el Conde de Barcelona no es dignidad, sino vocablo y voz desnuda ... » (Por lo visto en el Madrid del siglo XVII no se concebía el ser señor de ciudadanos libres).

En el artículo 1º del Decreto de Nueva Planta, que da fin a la guerra de sucesión después de la toma de Barcelona, Felipe V invoca solemnemente el derecho de conquista sobre Cataluña en estos términos: « ... que habiendo pacificado enteramente mis armas ese Principado, toca a mi soberanía establecer gobierno en él ... » En enero de 1939, el generaljefe de las tropas que ocupan Barcelona, don Fidel Dávila, hace saber que: « ... Rescatada la ciudad de Barcelona por el Ejército Nacional, ordeno y mando que quede integrada la ciudad de Barcelona y demás territorios de la provincias catalanas a la soberanía del Estado español ... »

El milenario derecho de conquista. El mismo lenguaje, la misma situación, la misma derrota, la misma ocupación por derecho de las armas. Pasan cuarenta años,y aquí estamos, sin embargo, otra vez con la cuestión catalana sobre la mesa. También lo mismo que siempre. Replanteado de nuevo el pleito catalán. ¿Cuántas veces repetiremos el espectáculo? ¿Hemos de seguir para siempre en el invariable vencer sin convencer? Si la guerra se ha podido definir como hacer política por otros medios, me parece que por fin, acabándose el siglo XX, no habrá nadie que niegue que los medios violentos son impotentes por rudimentarios, simplistas e ineficaces, amén de injustos y reprochables. ¿Es mucho pedir que unos y otros cambiemos de enfoque y de procederes?

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