"El edicto de gracia"
Ricard Salvat acaba de entregarme un ejemplar de El edicto de Gracia, de José María Camps, pulcra y primorosamente editado en la colección Ambito, de Editorial Linosa. El libro, que lleva un prólogo de Antonio Buero Vallejo, se distribuye coincidiendo con el homenaje que sus paisanos dedican estos días a Camps en el Ateneo barcelonés.
El edicto de Gracia obtuvo el Premio Lope de Vega 1973 y fue estrenado en octubre de 1974, bajo la dirección de José Osuna, en el Maria Guerrero de Madrid. Esa noche —la del 11 de octubre, para ser exacto— José María Camps era un perfecto desconocido para la gran mayoría de sus espectadores. Era natural, José Maria Camps fue uno de los españoles perdedores en la guerra. Barcelonés, nacido en 1915, condenado y encarcelado, abandonó España en 1961 y trató de rehacer su vida en México. Allí estrenó Ilfis, Al fin solos, Columbus,1916, Cacería de un hombre, Viznar o la muerte de un poeta y algunos otros textos menores. Regresó a Barcelona al ganar el premio Villa de Torelló, con su novela La inspección. Volvió al autoexilio y trabajó, como hombre de teatro, en México y en la Alemania democrática. Desde allí envió al Lope de Vega El edicto de Gracia. Regresó a España al calor del premio y murió un año después, a los sesenta de edad, el 21 de noviembre de 1975.
En su interesantísimo prólogo cuenta Antonio Buero que José María Camps no le dijo la mejor palabra acerca de su presentación al Lope de Vega, de cuyo jurado era miembro Buero. (« ¿Por desconfianza ante otro autor? Nuestro mutuo afecto hacía imposible, ya, tal cosa. ¿Por timidez? Quizá en parte: a ella llegaba a parecerse, a veces, su habitual discreción. ¿Entonces? Yo pienso que por honestidad.»). Y Buero suscita, inmediatamente, el famoso tema del posibilismo. El tema de la más resonante y seria de sus polémicas. «Este marxista revolucionario entendió que una obra como El edicto de Gracia «podía» ser premiada en Madrid y «debía» estrenarse en un Teatro Nacional, para difundirse mas tarde mediante los Festivales Oficiales. Tácticas hipócritas, dirán, acaso, quienes nunca ven más que hipocresía. Pero José María, que era reservado, no era hipócrita: nunca fingió opiniones distintas de las que siempre tuvo. Sucedía, simplemente y nada menos—, que había comprendido bien hasta qué punto la ayuda de nuestra liberación cultural y el despertar de nuestro pueblo, desde dentro del país y no desde fuera, era una tarea irrenunciable y además «posible», aun cuando la imposibilitasen tan a menudo los que querían —aún quieren— y podían —aún pueden— hacerlo.
No sólo hubo procesos por brujería en Salem. El edicto de Gracia tiene a la Inquisición española como eje temático y se basa en unos hechos históricos sucedidos entre 1611 y 1614, cuando don Alonso de Salazar y Frías, ante la autodeclaración de brujería de 1.800 personas, convence a la Suprema Junta del Santo Oficio para que dicte nuevas y escépticas instrucciones. La objetivación provocada por el subtexto de Camps tiene muy ilustres antecedentes: el posible conflicto de manos sucias entre la ética y la política.
Dolorosa muerte, provocada por uno de los grandes males de este siglo. «Parece ser que se me ha formado un pequeño cáncer en el pulmón...», telefoneó Camps a Buero. Murió en el periodo «postoperatorio». Ahora sus amigos le recuerdan con un homenaje entrañable. Se esperaba mucho de Camps en el desarrollo liberador de nuestro teatro. Hay muchos temas importantes dentro de El edicto de Gracia. Algún día, cuando nuestro teatro los asuma, volveremos a recordar a José Maria Camps.
Babelia
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