La memoria histórica
SON FRECUENTES, en las últimas semanas, las referencias a algunos de los sucesos más atroces y sangrientos ocurridos durante la guerra civil. Se trata así de abrir el recuerdo de las pasiones bélicas, para convertirlas en motivaciones operantes.Por supuesto, las oportunidades para esa rememoración necrófila serían menores si los puestos de mayor responsabilidad, tanto en el gobierno como en la Oposición, fueran ocupados por hombres que, como Adolfo Suárez o Felipe González, no hicieron la guerra. Pero también sería injusto privar a los hombres de más de sesenta años de la posibilidad de tener un actuación pública destacada. en última instancia es a los grupos políticos, y sólo a ellos, a quienes corresponde calibrar si la mayor experiencia o la presunta superioridad de algunos de sus dirigentes resulta más valiosa que las negativas imágenes que, justa o injustamente, les acompañan.
Más del 70% de la población española actual nació después de 1936. Sólo un 8% de nuestros compatriotas participó en la guerra civil o padeció sus consecuencias con pleno uso d razón.
Así pues, frente a la reducida minoría que conserva imágenes personales del conflicto bélico, la aplastante mayoría de los españoles. hijos o nietos de los combatientes, sólo conocen a través de resonancias ese terrible episodio de nuestra historia. Pero esto no debe llamar a engaño. De forma pasional o distanciada. con los colores de lo vivido o de manera pálida y difusa, la guerra civil ocupará en la memoria colectiva de los españoles un lugar de primer orden durante décadas.
Porque la tentativa de acompañar la amnistía jurídica de los presuntos delitos de guerra con una amnesia histórica de lo ocurrido entre 1936 y 1939 sería un autoengaño ingenuo e ineficaz. La sociedad española contemporánea ha sido modelada. en sus realidades y en sus ausencias. por el conflicto fratricida que estalló hace más de cuarenta años. Cuando los recuerdos han cristalizado en instituciones y en pautas de comportamiento, resulta inútil tratar de hacerlos desaparecer mediante exorcismos, como si fueran fantasmas.
Lo que caracteriza a los atizadores de la discordia no es la importancia que conceden a nuestra guerra civil como origen de la España presente, sino la forma en que la valoran. No se trata de rehuir el recuerdo de la guerra civil, sino de rechazar su explotación fraudulenta por minúsculos sectores que esconden muchas veces sus sectarios propósitos bajo ropajes falsamente patrióticos.
La guerra tiene que ser objeto de una reflexión colectiva y de un debate abierto. en el que participen tanto quienes la hicieron como sus descendientes, tanto los vencedores como los vencidos. Y no para reabrir las viejas heridas. sino para averiguar cómo se produjeron e impedir que, en el futuro, las mismas o parecidas causas pongan en obra aquellas sangrientas formas.
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