Una política para el libro
DURANTE LA discusión en las Cortes -en febrero de 1975- del proyecto de ley del Libro, el miembro de la ponencia que asumió su defensa dejó claramente establecido que «la aplicación de la política del libro corresponde al Gobierno». La afirmación tiene mayor trascendencia e implica responsabilidades más vinculantes al recordar el nombre del ponente: Adolfo Suárez, actual presidente del Gabinete.Porque el libro necesita, efectivamente, una política coherente, articulada y ambiciosa. No en vano se trata del más importante vehículo de educación formación profesional y cultura ideado por el hombre. La apocalipsis de su desaparición en beneficio de los medios audiovisuales no pasa de ser una imagen sensacionalista, inventada por un profesor ingenioso y propalada por la moda. Aunque no falten, desgraciadamente, quienes confíen en que llegue a transformarse en una profecía autocumplida, que facilite la manipulación de las conciencias y la aceptación crítica de las ideas teledirigidas.
En España se necesita con toda urgencia un amplio plan de bibliotecas; es una vergüenza nacional que, en ese renglón, ocupemos uno de los lugares más bajos de Europa. También se precisa la creación de un nuevo clima de valores, tanto de los medios de comunicación estatales como de la propia sociedad: hora es ya que los modelos presentados a la juventud no sean sólo futbolistas, horteras o estrellas, sino creadores, intelectuales y científicos, que se expresan fundamentalmente a través de la palabra escrita. Y es inexcusable que se acabe, de una vez por todas, con esos impunes atentados que pretenden recrear, contra el curso de la historia, la barbarie nazi mediante el asalto a las librerías y la quema de libros.
Por otra parte, la industria editorial y las artes gráficas son sectores que utilizan de forma intensiva mano de obra y que ocupan un puesto destacado en la actividad exportadora del país. En los años que se avecinan, la lucha contra el paro será un objetivo prioritario de la política económica; como lo será, también, el esfuerzo por disminuir el déficit comercial, no tanto mediante la reducción de las importaciones como a través del aumento de nuestros envíos al exterior.
En este sentido. resultan alarmantes las noticias de agencia reproducidas en otro lugar de este mismo periódico, sobre el descenso de las exportaciones de libros españoles a países hispanoamericanos. Las devaluaciones monetarias (espectaculares en Argentina. México y Perú) y la protección de algunos de esos mercados mediante un sistema muy restrictivo de cuotas de importación, explican parcialmente ese fenómeno; la otra cara de la moneda es la elevación de los costes interiores españoles, que han superado ampliamente las ventajas relativas dimanadas de la devaluación de la peseta, el pasado mes de febrero.
Pero el panorama para el futuro es todavía más sombrío. Si en un plazo de quince meses las tarifas de Correos para envío de libros a Iberoamérica (principal medio de transporte utilizado por los editores) subieron en un 600% respecto a las que regían en diciembre de 1974. la prevista y decidida homologación de la vigente Unión Postal de las Américas y España con la Unión Postal Universal supondrá un nuevo aumento de más del 100%. La posible reducción por el Ministerio de Hacienda de la desgravación fiscal a la exportación de libros. que hasta ahora ayudaba a sufragar la elevación de los costos de transporte y a amortizar las pérdidas producidas por las devaluaciones en los mercados de destino hacen todavía más preocupante el año que comienza.
Si los libros son dentro de nuestro país el principal instrumento para la sensibilidad y elevar el nivel científico de los españoles fuera de nuestras fronteras, constituyen los más idóneos difusores de nuestra cultura. tal vez la mejor escuela para quienes tienen a su cargo la responsabilidad de asegurar la presencia española en América sean los departamentos de difusión exterior de los países europeos que apoyan con todos los medios a su alcance la presencia de sus idiomas, sus creadores y sus libros en todos los rincones del globo.
El apoyo estatal que la exportación del libro español merece -créditos para ventas de recuperación lenta, desgravaciones seguros contra riesgos tan imprevistos y catastróficos como una devaluación exterior facilidades de transpone aéreo- no se justifica sólo por lo que otros gobiernos hacen: es. simplemente. la única manera de impedir su desaparición de las naciones americanas que hablan nuestro mismo idioma en provecho de los libros fabricados -material y culturalmente- en Estados Unidos, Japón y la Unión Soviética.
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