Actitud ante la negociación política
Miembro de la comisión ejecutiva del Partido Socialista Obrero Español. (PSOE)
Cuando antes de la celebración del referéndum, pero ya dentro del martilleo intoxicante al que la televisión nos sometía, se reunió el más amplio espectro de la Oposición que hasta entonces se había congregado -e incluso de la no Oposición, por cuanto asistieron observadores del Partido Popular-, propusimos al Poder una negociación para que el resultado, tanto del referéndum como de las anunciadas elecciones generales, y fuera el que huebiese sido, se considerara válido desde la perspectiva de una democracia pluralista, la única, por otra parte, que es legítima, y respecto a la cual este adjetivó señala la ilegitimidad de cualquier otro.
Tales condiciones, con distinta semántica aunque con análoga actitud, venían a reproducir las que en noviembre formuló la Plataforma de Organismos Democráticos, y que han sido reiteradas por el XXVII Congreso del Partido Socialista. En resumen: resultaba difícil contemplar un proceso de imprescindible naturaleza democrática sin la previa pacificación de los espíritus mediante la ampliación de la amnistía, la legalización de todas las organizaciones políticas y sindicales, el reconocimiento de las libertades fundamentales, el acceso igualitario a los medios estatales de difusión de masas, la eliminación de las trabas a la adecuada expresión de las opciones políticas -fundamentalmente del aparato del Movimiento- el control electoral, el compromiso de la institucionalización de los diversos países y nacionalidades del Estado, y la elaboración concertada -para el supuesto ad hoc- de una ley electoral que no deformara la expresión del sufragio.
La respuesta primera del Gobierno fue el poco celo que puso en liberarse de actitudes heredadas. A Felipe González, primer secretario del Partido Socialista, se le grabó durante dos minutos y medio para la televisión, pero la única oposición que apareció en la pequeña pantalla no fue la de la abstención -la nuestra-, sino la del no, propiciada por los residuales vocíferos del fascismo. Ahora parece existir la posibilidad de plantearse nuevamente una negociación sobre la base de los apuntados extremos.
Por parte del Poder convendría la marginación de cualquier tipo de vanagloria en la apreciación de los resultados del referéndum. Un riguroso examen de los mismos sobrepasaría el promedio general de la abstención para fijar una notable cuantificación específica en las zonas industriales, en las capas intelectuales y en las comunidades problematizadas, es decir, en los sectores más concienciados y abiertos del Estado. Por otra parte, la masiva aportación de los sí se anuda, en parte, en torno a la aspiración democrática que el Gobierno ha querido convocar, comprometiéndose, ya que dicha dinámica va a convertir en difícilmente viable cualquier manipulación a posteriori. A sensu contrario, la pulvebunkerización demuestra innegablemente dicha orientación del voto afirmativo, y entre el que se encuentra -lo que no podemos olvidar- un importante porcentaje del futuro electorado de la izquierda, siempre que ésta tenga real posibilidad, a través de los medios de comunicación más amplios, de racionalizar la vivencia democrática hacia el cambio. Además, parece evidente que si el Gobierno se durmiera en laureles tan fácilmente conseguidos no podría llevar a cabo la operación a la que se encuentra volcado por los intereses que representa: instaurar las pternisas mínimas de un diálogo en el que participen todos los sectores de la colectividad a fin de superar la crisis, y encontrar como su salida más idónea el camino de Europa, ya que en materia tan fundamental la simulación terminaría por ser denunciada -con efectos contraproducentes- por las grandes corrientes políticas hegemónicas en la Comunidad. El Gobierno no debe olvidar que si el reciente Congreso de mi partido le ha permitido rentabilizar una postura liberal, su cotización flexionaría hacia la baja si pusiera trabas al desarrollo democrático, ya que dicho Congreso le ha permitido, asimismo, percatarse de que su credibilidad pasa por la comunicación permanente que los socialistas españoles tenemos con los partidos hermanos de la Internacional. Y esto lo afirmamos sin arrogancia pero con convicción.
Del lado de la Oposición no cabe sino abordar la negociación profundizando la actitud de la que la constitución de la comisión negociadora es buena muestra. Marginada de lávida pública durante largos lustros, reprimida su acción y silenciada su expresión normal, solamente mediante el testimonio difícilmente manifestado podía dar fe de vida y confiar en lo que inevitablemente sobrevendría: en la libertad como modo natural de configurarse la vida social y el Estado en el mundo moderno. El camino andado por la Oposición desde los documentos elaborados en los meses que precedieron a la muerte del general Franco hasta los más recientes, indican no solamente su predisposición a marginar ilusionismo en cuanto a los fines posibles y voluntarismo en relación a los medios utilizables, sino capacidad para transformar en operatividad presente dicha predisposición. Las condiciones relacionadas anteriorrnente subrayan la necesidad de pasar por ellas -con las matizaciones que se quiera pero con la decisión que se impone- a cualesquiera que, desde el nivel o autoridad que sea, desee afirmar una democracia sin adjetivos o lo que es lo mismo, sin coacciones en estos apasionados y conflictivos países que integran España. Y si el Gobierno desea negociar y no aplicar sinapismos quebradizos a la grave situación con la que nos enfrentamos, habrá de plantearse como un hecho inédito y fecundo que por primera vez en la historia española hombres procedentes del más vario espectro político -liberales, democristianos, socialistas, comunistas, representantes de las nacionalidades-, hombres de inteligente conservadurismo o de racional progresismo, aunan sus esfuerzos, limitan sus diferencias, moderan sus instintivas y prioritarias inclinaciones para facilitar el tránsito hacia una convivencia en que el drama sea sólo pasado sin nostalgia.
Mirando hacia atrás sin ira -porque no queremos implacable aunque justificada consejera- y contemplando el futuro como estremecedor momento decisivo, los socialistas pensamos que, ya bien sea por impaciencia o irreflexión, la responsabilidad de que la Democracia deje de ser la urgente realidad de este país no puede ser nuestra. Ojalá no sea del Gobierno.
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