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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Las relaciones con México

VARIAS PERSONALIDADES españolas, de tintes políticos muy diversos, han asistido ayer en México a la toma de posesión del nuevo presidente, José López Portillo. Todos los medios de información han otorgado al acontecimiento la importancia que sin duda tiene, pese a que entre nuestro país y la República mexicana no hay relaciones diplomáticas desde la guerra civil.Don Pepe López Portillo llega a la presidencia mexicana para suceder a un político, Luis Echeverría, cuyo controvertido mandato ha servido para cambiar la imagen de México en el mundo. Y aunque la herencia que debe asumir es pesada en muchos aspectos, resulta también relativamente atractiva en otros.

Entre los temas que Echeverría lega a López Portillo tiene importancia relevante el de las relaciones con España. Desde Lázaro Cárdenas a nuestros días, la República mexicana mantuvo para con el exilio español una actitud benevolente y generosa, concretada en la hospitalidad ofrecida a miles de españoles republicanos y su consiguiente integración en la vida de aquel país. Consecuente con esa actitud, el Gobierno de la República española en el exilio fue reconocido oficialmente y todavía lo es. Semejante reconocimiento impide hoy jurídicamente el restablecimiento de relaciones diplomáticas plenas entre nuestros dos países.

Tras la muerte de Franco han menudeado las declaraciones de representantes españoles y mexicanos sobre la inminencia del reconocimiento diplomático bilateral. Hubo conversaciones entre pasillos, entrevistas secretísimas y declaraciones ambiguas donde se aseguraba que la cosa estaba hecha. Echeverría afirmó, por fin, que no había tiempo para que el restablecimiento se realizara durante su mandato, lo que algunos interpretaron como que sería uno de los primeros gestos políticos de don Pepe, su sucesor. En esta esperanza estamos. Y la presencia en aquel fraterno país de bastantes españoles de bien diversa ideología, pero que, representan la nueva frontera de nuestro país, debe servir para algo.

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Porque por encima de los reconocimientos diplomáticos, de las declaraciones altisonantes y de las cancillerías subsiste siempre el hilo conductor de la sangre, de la cultura, de la historia común y compartida, de las comunes esperanzas, que son las que sostienen las razones de los pueblos. Españoles y mexicanos nos hemos comunicado en estos años de aislamiento bastante bien: entre nosotros hubo intercambios comerciales, culturales, artísticos, de relativa intensidad. Ha llegado la hora de convertir las ficciones semánticas (delegación del consulado mexicano en Madrid, oficina comercial mexicana, etcétera) en realidades administrativas estables. Ha llegado el momento de que España y México normalicen sus relaciones.

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