La Bombilla
Están desmochando La Bombilla, están aboliendo la lámina antigua y madriles de La Bombilla, porque ellos, los alcaldes del triunfalismo, los que iban a hacer el gran Madrid, han hecho un Madrid armatoste y se cargan cada día los perfiles modestos, populares y verdaderos de un Madrid que Juan Ramón llamó posible e imposible.
-Y encima hay cronistas que le dan la razón al señor Arespacochaga- me dice el parado.
Hay cronistas para todo. Hubo incluso cronistas de Indias que bendecían la matanza mitológica de infieles. Ahora no son infieles, sino árboles de la Villa y Corte, los árboles oscuros y nobles de los viveros, en un Madrid que había sido paisaje del pueblo, verbena de la historia, tapiz revolucionario y fuente ferruginosa cantada por Lope -el acero de Madrid- o romería asturiana y paseo melancólico de mis fiebres y mareos, entre las manzanas del Manzanares.
Me llama Sandra, hija lírica del café Gijón, que rifa un cuadro como todos los años, y este año el cuadro es de María Antonia Dans. Cuánto Madrid posible e imposible me viene en su voz. Canta en la noche madrileña Pi de la Serra:
-Sí los hijos de puta volasen, no veríamos el sol.
En los Viveros de la Villa, el sol lo tapaban los árboles antiguos y profundos, y ahora lo castran y catastran todo para madera, para papel, para lo que sea, y todavía hay quien encuentra argumentos especiosos para justificar la matanza. Por aquí más o menos fueron los fusilamientos del Dos de Mayo. Ahora fusilan y acuchillan árboles centenarios, en un furor de hachas que nos devuelve al ancien régime, siempre resucitado.
Llamo a don Francisco de Goya para contárselo, pero se pone al teléfono la voz ronca y heroica de Manuel Viola:
-Tendrías que pintarlo, Manolo.
Iba yo a comprar el pan y me encontré al Consejo General de Colegios de Ingenieros Técnicos agrícolas y Peritos Agrícolas de España. Varios miles:
-Los ingenieros agrícolas somos un poco la Cenicienta del campo.
Pues ahí tenéis una causa para luchar, lucir y reivindicaros, machos. La defensa de ese soto ameno, bosque popular y paraíso abierto para todos que eran los jardines del Vivero, hoy talados en la última fiesta de los taladros, que dijo Federico García Lorca antes de que le taladrasen a él.
Luego vienen los reduccionistas que se la cogen con papel de fumar Jean y te llaman costumbrista. Pero resulta que la marcha dialéctica de la Historia y la revolución pendiente (todas1as revoluciones están pendientes en España, incluso la francesa) han venido a dar la razón a los viejos casticistas, los costumbristas de izquierdas y los amigos de la capa parda. Porque el Madrid que defendían no era un cuadro de zarzuela, sino la ciudad racional a la medida del hombre que defiende tanto Henri Lefebvre desde el marxismo como Miguel Fisac desde un catolicismo no corrupto.
La Bombilla parece que nos trae en su nombre estampas sepia del casticismo de entreguerras. Pero yo he vivido luego frente a los Viveros de la Villa, allá por donde Heráclito se lava los pies dos veces en el mismo río, que es el Manzanares, porque se está quieto, y defiende un parque pobre que era como el trasfondo del Parque del Oeste, la última concesión forestal y civilizada de la ciudad allí donde parece que sólo va a haber talleres, fábricas, gitanos, piscinas horteras y los hangares de la grúa municipal para almacenar coches desgajados del tráfico.
-Dice que quitando algunos árboles crecerán más a gusto los otros- arguye el parado.
Ya. Es la vieja teoría contrarrevolucionaria, según la cual, cortando algunas cabezas lucirán mejor las que queden. Hay precedentes de eso en el país. Han utilizado el argumento con los árboles del Retiro y con algunos señores particulares. En los Viveros de la Villa, paseo de enamorados pobres, hay un furor municipal de hachas homicidas. Están asesinando Madrid por los pies.
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