Moralismo y oposición
El pasado día 20 de noviembre, en su denso editorial Un año después, EL PAIS afirmaba que Franco fue el fruto y el colofón de los errores y sinrazones colectivas e incluye entre los culpables de estos errores y sinrazones a «una oposición revolucionaria utópica y moralista, desconocedora de los resortes del poder».Dentro de la línea exigible a un diario que pretende ser liberal -y que, dicho sea de paso, en mi opinión lo consigue satisfactoriamente- nada tiene de particular que se enjuicie peyorativamente la actuación de la oposición revolucionaria española anterior a la guerra civil y que se la califique de utópica, pero sorprende el ataque a su moralismo.
No pretendo tomar las cosas por la tremenda y acusar truculentamente a EL PAIS de encomiar la inmoralidad política o corrupción, pero sí resaltar que el adjetivo utilizado es peligrosamente ambiguo y especialmente inoportuno.
Ambiguo, porque la moralidad es una de las condiciones «sine qua non» que hay que exigir a toda oposición para tomarla en consideración. Bastantes resortes tiene el poder para degradar esta virtud cuando se deja de ser oposición. Si en nombre de un realismo o pragmatismo de tres al cuarto, propio de hortera política, comenzamos reprochando a la oposición que sea moralista, aviados vamos.
Inoportuno, porque pocos disienten de la opinión de que entre las peores herencias de la dictadura franquista está la corrupción en ,aran escala y a todos los niveles existentes en, el país.
Es indudable que la pseudodemocracia en la que estamos entrando va a paliar la extrema situación que en este sentido padecemos: la prensa podrá denunciar abusos y la minoría de izquierdas presente en el próximo Congreso podrá realizar Interpelaciones. pero me temo que todo esto va a ser muy insuficiente. Por eso sería deseable que entre las virtudes de la oposición actual (de los partidos integrados en la POD, por ejemplo). se pudiera destacar un moralismo comparable al que en su día tuvo cierta oposición española y que esta virtud se conservase muy íntegra al menos.(¡qué menos!) hasta su hipotético acceso al poder pleno (cierto poder ya tienen y, como señalaba recientemente Aranguren en ese mismo diario, por lo mismo que ya están incorporados en cierto grado al establecimiento).
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