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Los objetos rectificados

«Por lo sabido de antes y lo ahora visto -dejé escrito, hace algo más de dos años, con ocasión de su primera y anacronica exposición en España- cabe agregar que Man Ray es un pintor menor y un escultor mediocre. Cierto que ambos extremos, adictos a la consideración tradicional del arte, poco o nada importan. referidos a un hombre del Dadá, cuyas miras van, precisamente, a la negación del arte o de su acepción más sagrada. Analizar las obras de Man Ray a la luz de las habituales interpretaciones críticas, en verdad que entraña una solemne pérdida de tiempo.No quiere ello decir que todos los dadaístas encubrieran, en su tajante negativa, ni relativa dotación ni mediocridad absoluta. Hubo quienes (Arp, Ernst, Duchanip, Picabia.... y el propio Van Doesburg, bajo el seudónimo de J.. K. Bonset) proclamaron, desde su excepcional magisterio, la abolición de todo dogma estético y obra magistral, y, desde el prisma mismo de la modernidad, se opusieron a la entronización de lo moderno, por el riesgo que corría, apenas nacido, de ir a dar a su conceptualización y clausura académica, de espaldas al fluir de la vida.

Las pinturas de Man Ray, juzgadas como tales, son, o elemeritales ejercicios constructivistas, o vagos apuntes oníricos, 0 interpretación, no pocas veces, de obras ajenas, en tanto sus endebles esculturas (sirva de ejemplo su última serie,titulada Las Manos) parecen rememorar el decadentismo de los simbolistas. Sólo cuando da de lado las artes y los oficios (valga de ilustración el monumento erigido, o mejor, erecto, en horrienaje a Priapo, provocación ingeniosa al buen gusto burgués e, incluso, irónica versión de,la estética brancusiana) se nos muestra en toda su gracia y esplendor.

Gracia e ingenio rezuman, igualmente, sus fotografías, aerografías y rayografias (etimológicamente dimanadas de su propio apellido), previsión, algunas de ellas, de no pocas de las más actualizadas tendencias objetualistas (irte del hallazgo, de lo efímero, arte povera...) De todo cuanto Man Ray diera a la luz son, sin embargo, sus objetos rectificados los que han de conferirle nombre propio en la nómina de los dadaistas (magistrales o- no), en la recensión, también, del arte de nuestros días y en la cuenta particular de sus más notables hallazgos.

¿De dónde les vienen originalidad y buen sentido a los objétos rectificados de Man Ray? Si una de las características o constantes de todo su quehacer se funda en la asidua emulación de obras ajenas, el caso de estos sus objetos rectificados supone, además de interpretarla con agudeza. llevar a consecuencias últimas una ex periencia singular de Marcel Du champ, aquella, concretamente, que en su tiempo causó indigna ción o asombro y viene entrañando en el nuestro, por reiterada y agobiante, un mal ejemplo académico: la propuesta de sus ready-made u objetos fabricados. «Todo objeto, desprovisto de su función -predicó Marcel Duchamp-, desituado de su contex to habitual y transportado a un entorno distinto del acostumbra do, pasa, en el acto, a convertirse en objeto artístico». Y para pro barlo, no dudó Duchamp en pre sentar, en sucesivas exposiciones, Mmples objetos del uso y la cos tumbre: la Rueda de bicicleta, en 1913; el Portabotellas, en 1915, o la taza del inodoro, bajo el título de Fountain, en 1917; objetos to dos ellos, aceptados como tales, sin manipulación alguna, trasla dados, por las buenas, al marco de la galería o del museo.

Enseñar a ver

La certera visión de Duchamp pretendía, a toda costa, probar, frente a la indignación ajena, la creencia propia de que el arte tradicional se había limitado a modificar los objetos, en tanto era propósito del arte nuevo la modificación radical del ángulo contemplativo. En vez de ofrecer a los ojos unos objetos internamente modificados (el bodegón, el retrato, el paisaje, la naturaleza muerta, la escena de santidad...), trataba Duchamp de modificar el punto de vista del contemplador, o venía a enseñarle a ver las cosas de fuera, desde una angulación dife rente.

Junto a otras intenciones que no son del caso, este propósito de modificar el ángulo de la visión llevó a Duchamp, abanderado del Dadaísmo, a presentar las cosas como tales, en cuanto que cosas, sin modificaciones ni manipulaciones, simplemente desituadas de su contexto habitual y transportadas al marco o ámbito o hábito de la exhibición del arte. Una rueda de bicicleta, un portabotellas o la taza de un inodoro, trasladados, por ejemplo, a la sala magna del museo del Louvre, ¿no habían de causar mayor asombro o estupor contemplativo que la Verius del Milo?

Y fue a esta tan luminosa concepción estética, alumbrada por Marcel Duchamp y seguida, luego, por émulos y epígonos mil, a la que Man Ray añadió un dato más, exclusivo de su íngenio y plenamente acorde con la nueva intencionalidad manifestativa: la rectificación. Si a cualquier objeto del uso (al ready-made, fabricado por mano ajena) le agregamos una leve rectificación que venga a privarlo, precisamente, del uso, ¿no lo habremos convertido, al margen del arte, en objeto del arte, en entidad meramente contemplativa o esencialmente modificada de la contemplación?

Su celebrado Cadeau, de 1921, no es sino un utensilio vulgar, una plancha de ropa, cuyasuperficie inferior, la deltinada al. planchado, se ha visto rectificada mediante la inserción de una hilera de clavos puntiagudos, quedando, por tal modo, el uso reemplazado por la contemplación y dando la utilitas paso al arte. Por encima de la sugerencia surrealista de una plancha erizada y devastadora en el hipotético acto de planchar, el acto rectifícador de Man Ray quiere poner de relieve que, en su propia inutilización, el objeto del uso ha pasado a ser objeto del arte.

Ni Duchamp con sus objetos fabricados (fabricados, entiéndase, por industria ajena), ni Man Ray, con sus objetos rectTicados, querían propiamente negar la posibilidad artística, sino su espúrea versión académica, preestablecida, canónica, trastocadora de realidades, desafecta a la vida. Al exponer, rectificado o rio. en el ámbito de la contemplación lo hallado en el suelo de la utilidad y de la costumbre, para dotarlo de un alcance modificativo de la sensibilidad y de la conciencia, ¿no estaban, de algún modo, haciendo suya la dimensión más genuina del arte?

La primacía

Si la diferencia última, remontándonos al hontanar de la Prehistoria, entre el homofaber y el sapíensestriba en la primacía, para aquel de la función Y el uso, y en el aceptar, por parte de éste, la sola contemplación, naciendo, entre otras, de esta bifurcación (¡relámpago de la conciencia y de su asombsoso despertar!) la primera concepción estética, ¿no intentarían Duchamp y Man Ray (y, con ellos, toda la risueña caravana del Dadaismo) ver verificada y empíricamente comprobada, por exacerbada afirmación vitalista, la dimensión primigenia del arte?

Pintor menor, escultor mediocre, espíritu afable, atento, contemplativo (pasó sus días, por obra y gracia de un renovado misterio de la trinidad, en perpetua contemplación de Duchamp y Picabia), Man Ray llega a la historia del arte, con letras mayúsculas, inscrita su ejecutoria en una de las atenciones o direcciones más clarividentes de la estética contemporánea, a la que él acertó a agregar un dato, un solo y oportunísimo dato de su propio y no muy holgado peculio, para refrendo, auge y culminación de la singular aventura dadaísta: la rectificación.

Cuando da alegremente de lado, según dice, las técnicas y los oficios de la plástica, se nos muestra Man Ray en todo su esplendor. ¿No trataba, a fin de cuentas, el Dadaísmo de oponer toda la fuerza de una renovada visión de las cosas a la concepción académica del arte? Técnicas y oficios de Man Ray hallarán feliz cumplimiento en la práctica de otras manifestaciones como la fotografía, la aerografía y la rayografia (etimológicamente di,manada de su propio apellido), del todo ajenas al ejercicio de la pintura y la escultura, y a su reminiscencia académica.

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