Man Ray
El pasado día 17 moría en París, a la edad de ochenta y seis años, Man Ray, pintor, escultor, fotógrafo y cineasta. Con él desaparece el último miembro del triunvirato que alumbró el espíritu quizá más lúcido e independiente de nuestro siglo, el que hacia 1915 irrumpiera en Nueva York de la mano de Francis Picabia, Marcel Duchamp y Man Ray.
Etica y no estética
Una gran curiosidad
Pero, ¿qué artes se traían estos personajes entre manos?, ¿qué nuevas formas o armas proponían? Ninguna. Exactamente, ninguna. Su ejemplo nos predica éticamente y no estéticamente. Poco importa (aunque mucho) el que Duchamp y Picabia fueran verdaderos maestros en la pintura, o el que Man Ray fuera todo lo contrario. Lo que cuenta es su actitud desde la que desmontaron el vicio histórico del arte y adquierieran el tácito compromiso de no tener ninguno. No se trataba de desmontar la antigua estética para proponer una nueva, como hicieran, por ejemplo, los futuristas. No estaban en contra del arte ni a favor, sino era, ¿tan solo?, un estar fuera de él. Y esto lo contaron pintando y viviendo. Y es aquí en lo que los tres se separan de aquellos otros tres prójimos, los que mediante suicidio murieron jóvenes, Raymond Roussel, Arthur Cravan y Jacques Vaché, en su pasión por vivir sin sentido y sin justificación, en su gozoso pesimismo.Es costumbre, en historiadores, críticos o periodistas, la de adscribir a todo personaje -y mientras más fuerza tenga el personaje más énfasis habrá en la adscripción- en algún grupo, movimiento o escuela. Así, no es raro que Picabia aparezca como «pintor dadaista, o Man Ray o el mismísimo Duchamp engrosando las nóminas surrealistas. Quizá ahí radique la función del crítico: en hacer común lo único, en explicar y hacer familiar, a sí y a sus lectores, lo que escapa a toda catalogación y queda en lo foráneo. Pero, ¿fueron Marcel Duchamps, Francis Picabía y Man Ray otra cosa que eso mismo, Marcel Duchamp, Francis Picabia o Man Ray? Picabia dijo: «Mi única enfermedad es llamarme Francis Picabia.» Duchamp, ya viejo y a la vista del insólito espectáculo de ciertos advenedizos que le proclamaban como maestro, advirtió: «los neo-dadaístas se han apoderado de mis ready-made y han resuelto que tienen belleza estética. Se los arrojé a la cabeza como una provocación y ahora resulta que admirañ su belleza estética». Sólo eran sus nombres, eran la enfermedad de ser idénticos a sí mismos, sin posibilidad de reflejo en el público o en escuela alguna.
¿Y Man Ray?, ¿acaso no coqueteó años después del triunvirato neoyorkino con los surrealistas?, ¿era un André Breton de la vida?, ¿y su obra surrealista?, ¿metafísico surrealista? No: patafísico y realista. La ternura del personaje le llevó más allá del mostrarse de lascosas. Buscó el envés y el revés y, para encontrarlo, confió temporalmente en la metodología surrealista, tan profundamente ajena a aquél espíritu neoyorkino de años antes. Aquí podría estar una posible explicacíón. Pero hay otra más evidente: la obra de Man Ray, a lo largo de los años, es fiel reflejo de la de sus amigos. Así tenemos al Man Ray-Duchamp, el Man Ray-Chirico, el Man Ray-Villon, etc., etc., etc. Man Ray, como su Nueva York, es propietario de todos los estilos y, al mismo tiempo, no pertenece a ninguno. Una juguetona actitud atraviesa el siglo, Man Ray, con sus amigos, vivió sportivamente e hizo de todas sus obras una pieza maestra, aquella que reposa en la Inteligencia, el humor y la pasión, en la del hombre arriesgado que supo ser actor y espectador de sí mismo.
Ya nadie queda de aquel entonces. Pero la vida y la obra de aquellos tres amigos que pasearan por Times Square, mientras inventaban el siglo XX, permanece en pie,como aviso para transeúntes y artistas de toda condición. La visita a cualquier galería de arte nos demuestra que, como todo lo que hicieron, su,ejemplo también fue inútil. Da la impresión de que a nadie interesaba llevar a sus últimas consecuencias su propuesta heroica. De haberlo hecho, sin duda se hubiera echado a perder un bonito negocio.
El Enigma de Isidore Ducasse sigue en pie.
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