Homenajes a Falla en el Palau de Barcelona
El 23 de noviembre de 1946 muere Manuel de Falla en Altagracia. Veinte años antes, en el palacio de la Música de Barcelona, estrena el Concierto para clave y cinco instrumentos, probablemente su obra de mayor trascendencia. Se unían, pues, en el local de la calle Amadeo Vives dos conmemoraciones: el centenario del nacimiento de don Manuel y el cincuentenario del Concerto. Creo que, entre tantas expresiones de recuerdo y admiración como a Falla se han dedicado, ninguna ha tenido mayor y mejor temperatura. Ninguna, tampoco, le habría agradado más. En Barcelona, su Barcelona -algo así como Praga para Mozart-, el pueblo medio abarrotó el Palau y aclamó sin cesar a Falla y sus intérpretes.RNE consiguió juntar, en una sola audición, los nombres de Victoria de los Angeles, Alicia de Larrocha, Rafael Puyana, la Coral St. Jordi,que dirige Oriol Martorell, y los solistas de la orquesta de la ciudad dirigidos por Ros Marbá. Tras la llamada de una Fanfare, escrita en 1921 para una revista londinense y cuyo tema serviría de base al de las pléyades en Atlántida, la Invocación a la Santísima Trinidad, un devoto ejercicio fallesco de polifonía victoriana.Después, sobre la música de Chopin, transfigurada en la polifonía de Falla se merecieron los versos de Jacinto Verdaguer, en una versión plena de emoción y autenticidad profunda de conocimiento, como todo lo que trabaja O. Martorell.
Alicia de Larrocha fue acogida con una interminable ovación, anuncio de las que recibiría por sus versiones de las Piezas, españolas y la Fantasía bética, principio y fin del pianismo de Falla.
La Béltica es un viaje al centro del cante jondo. En qué medida don Manuel había estudiado y sentido tan original manifestación popular es algo sobre lo que ha de escribirse mucho todavía. Lo cierto es que la Bética supone la más trascendente inmersión en el misterio jondo para extraer de él una substancia musical de un virtuosismo tan original como trascendente.
La juntura de Victoria de los Angeles y Alicia de Larrocha para las Siete canciones populares tenía caracteres de acontecimiento. Victoria demostró hasta dónde llega su sentido profesional. Momentos antes de salir a escena, una desgracia familiar le había producido un gran choque. Todos creímos que no podría cantar, pero nuestra gran Victoria se secó las lágrimas, hizo un esfuerzo indecible y expuso una versión de las canciones de Falla que, por toda razón, tienen valor de documento. Transidas, quebradas, vencedoras de la limitación emotiva y hasta del sollozo, realzaron sobre el firme pianismo de Larrocha. El público envolvió a las dos catalanas universales en ovaciones sin fin.
Después, el Concerto. Como hace cincuenta años. En lugar de Wanda Landowska, su discípulo Rafael Puyana. En vez de los solistas de la Orquesta Casals, los de la Ciudad de Barcelona. La memoria de don Manuel, tan viva en todos, como frescos se conservan los pentagramas del Concerto, movió la voluntad de todos: Coral St. Jordi, O. Martorell, Puyana, Gratacós, Segú, Giménez, Alpieste, Trotta y Ros Marbá, abriendo hueco, entre los ensayos madrileños, para ensayar y dirigir el homenaje barcelonés a Manuel de Falla.
Al día siguiente, como recital dentro del ciclo Falla, Rafael Puyana desarrolló la más bella teoría del clavecinismo español: Palero Arauxo, Cabezón, Scarlatti, Soler, Mateo Albéniz. Recordábamos los conciertos de Falla en Granada como intérprete del napolitano a los de Wanda Landowska, cuando visitaba el Círculo Artístico, los jardines del Generalife, los patios de la Alhambra, y sobre todo, el Carmen de Falla. Nuestro músico evocaría la visita en una breve, pero deliciosa crónica. Ahora, Rafael Puyana, que lleva en su alma la impresión de haber recibido los consejos de Landowska al borde de la ancianidad y ocupa gran parte de su vida en la música para tecla de España, desde Cabezón a Falla, ha protagonizado un Miércoles de gran altura y significación. De todo cuanto oímos sobrenadan, en especial, los Scarlatti y el Fandango de Soler genial creación interpretativa de Puyana.
Babelia
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