"Elías", de Mendelssohn, con seriedad y rigor

Mendelssohn parte de los grandes ejemplos barrocos -Bach, Haendel- a la hora de componer sus oratorios: Paulus o Elías. No en vano ha sido el reivindicador de la Pasión según San Mateo, que estudia e interpreta con criterio romántico. Si el oratorio barroco es un modelo a seguir, Mendelssohn no puede renunciar a su sustancialidad romanticista, lo que se echa de ver no sólo en el espíritu de tantos pentagramas del Elías, sino en la misma escritura, tan detallada y planificada en todos los matices dinámicos y expresivos. Sin duda en la creación de Elías -más personal que Paulus- influye también la doble condición de Mendelssohn: director y compositor. Lo cierto es que cuando la herencia oratorial barroca decae en Alemania, cultivada sólo por hombres de segunda fila, la mayoría de ellos hoy olvidados, el autor del Sueño de una noche de verano, logra una «cima» con Elías. Cima de expresividad lírica que envuelve hasta los momentos más dramáticos o convencionalmente teatrales (algunas marchas casi a lo Meyerber). Lo más interesante -si no bastaran las muchas bellezas que la obra contiene- es esa fusión barroco-romántica, integrada en una continuidad musical que, con razón, entusiasmó a Wagner, de cuya música no faltan antecedentes en Elías si se escucha con agudo criterio.Mérito y peligro de Elías es, sin duda, la fidelidad a una exprésión contenida, elegante en el mejor sentido del término, que se prohibe excesos verbalistas o, por decirlo más gruesamente, concesiones a la galería. El intimismo confidencial propio de los románticos, capaz de iluminar una forma como el «lied», está vivo en Elías, actuante a modo de fluido subterráneo del que percibímos sus efectos. Por eso, Elías se gana al público progresivamente. No es música que se da; hay que penetrar en ella con ánimo participativo. A pesar del indudable genio dramático de Mendelssohn la música de Elías, la concepción toda de la extensa partitura, cede poco a lo espectacular.

Desde tal interpretación, a todas luces recta, orientó Alberto Blancafort su versión del oratorio mendelssohniano, cuyo mérito principal -o al menos mejor evidenciado- fue ese: la seriedad, el rigor. A los que respondieron no sólo la Orquesta y Coro de RTVE, sino, de modo muy especial, un cuadro solista de gran calidad, con la excepción del tenor, Jean van Ree, desigual y de medios poco atractivos. Soberana, por voz, estilo, dicción y comprensión la soprano Reingrard Didusch y luciendo gran color de «mezzo», Doris Soffel. Robert Kerns, quizá el nombre más conocido de los invitados, es un oratorista de alto vuelo que nos produce esa sensación de naturalidad sólo lograda después de mucho estudio y experiencia. Impostaron perfectamente en el conjunto los solistas de la RTVE, Caridad Casao, Alicia de la Victoria (sopranos), Lola Quijano, Efigenia Sánchez (contraltos), Alfonso Leoz, Juan Porras (tenores) y Fernando Fernández, Juan Hurtado (bajos). La reacción del auditorio fue definitivamente entusiasta.