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"La ciutat cremada", estreno en catalán

El estreno, en catalán, de Ciutat cremada, de Antoni Ribas, fue un éxito. En un vestíbulo que sonaba a catalán más que a castellano -y por allí andaban Solé Tura, y Raventós, y Borja, y Jordi Maragall y su mujer, y Josep Meliá, y todos los miembros de la comisión madrileña del Congres de cultura catalana que vendían posters-, confraternizaban nuestras fuerzas políticas y culturales locales, que son las nacionales. Tres grandes focos, a modo de flash casi permanente, esperaban a las personalidades de la noche, que fueron, además del personal catalán antes dicho, Tamames y señora, el profesor Aranguren, Triana, Dorronsoro y Raúl Morodo, Simón Sánchez Montero, Armando López Salinas y Jaime Cortezo. Llegó Buero Vallejo, inmediatamente antes que el protagonista del filme, con un bigote que daba fe del tiempo transcurrido desde el rodaje a este estreno en la capital. Estaban Nazario Aguado y Gil Robles hijo, y estaban los Umbral. Y el comandante Otero, y muchos más, porque aquello fue un todo el estado.La película, que por reestreno sonaba en catalán, contaba desde los pasillos parlamentarios más que desde la calle, la semana trágica barcelonesa. Lola Gaos dijo a EL PAIS: «Me ha gustado. Pero me impresiona que todo lo que cuenta puede repetirse, porque parece tan vigente»

Lola podía referirse a muchas cosas. Al desconcierto de la revuelta callejera, o al de la dirección parlamentaria. O a esa terrible impresión que causaba nuestra izquierda -léase Comín, Raventós, Jordi Borja, Josep Benet o Josep María Castellet- desempeñando en la película el papel de unos parlamentarios lúcidos pero indecisos, perplejos a la hora del fracaso.

Al terminar la película, caliente aún la barricada de carne y la ambigüedad que lleva consigo cualquier lección de historia decente, el director del filme, Antoni Ribas diría al público que «con esta película se han ganado unos espacios de libertad, que no lo hemos ganado nosotros, sino todo un pueblo luchando continuamente por la democracia.

Y que no puede parar, porque de aquí a la libre expresión hay todo un trecho». Haría votos al final, entre aplausos, por la amnistía sin exclusiones, y resonaría un «visca Catalunya lliure». Luego diría a EL PAIS que la película era «el intento de recuperación de un pasado histórico, o desconocido o adulterado y que »trataba de reflejar la inutilidad de las revueltas populares, sin una dirección política, y el parlamento burgués, que queda muy mal en la película».

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