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Opción, en lugar de elección, base de la contraofensiva de Giscard d'Estaing

El presidente Giscard d'Estaing, cuyas rencillas con el señor Chirac y el gaullismo han tenido sin duda el propósito de facilitar una reubicación de la derecha francesa más próxima al centro-izquierda, parece haberse lanzado ahora -en la creencia, quizá, de haber logrado ya esa reubicación- a una campaña de polarización de la opinión pública de su país, con dos vertientes: una doméstica, por medio del plan de austeridad del señor Barre y, sobre todo, de su libro Democratie francaise, con el que ha conseguido promover la polémica más virulenta de los últimos años en Francia, y la otra de carácter internacional , tendente, en apariencia, a enturbiar la atmósfera de cordialidad que el Eliseo viene cultivando con la Unión Soviética desde hace dos años. El señor Giscard d'Estaing cree, probablemente, que es el liberalismo «humanista» que describe en su libro, y no la derecha nacionalista representada por el gaullismo, la democracia cristiana alemana o el partido conservador británico, el único, que puede enfrentarse con posibilidades de éxito a la izquierda europea.En lo que se refiere a la URSS su maniobra ha logrado ya un éxito inicial. Parece claro que el presidente no podía ignorar que sus declaraciones de la semana pasada a la televisión francesa, para retransmitirse en el este, no podrían ser aceptadas por los dirigentes soviéticos. Sus precisiones sobre el nivel de vida de los obreros franceses en relación con el de los obreros soviéticos, tenían por fuerza, no sólo que merecer la censura de Moscú, como así ocurrió -al extremo de que los espectadores del este lo único que han podido oír del presidente ha sido una especie de enumeración de los problemas que hoy pesan sobre la economía francesa-, sino también una respuesta que de ninguna manera ha de allanar el camino a la visita que el señor Brezhnev hará a París en las próximas semanas para retribuir la realizada por Giscard d'Estaing a Moscú en septiembre de 1975. El sábado pasado, por primera vez en muchos meses, la agencia Tass difundió con una amplitud inusitada las críticas que L'Humanité le dedicó a la audición del presidente y a la «estrategia militar, fundada en la utilización del arma nuclear», adoptada por Francia, lo mismo que a la negativa de París a participar de las conversaciones de Viena sobre desarme, y a su apoyo a las elecciones para elegir el Parlamento europeo, que «privan de su soberanía -dicen L'Humanité y Tass- al pueblo francés. Hay una evidente contradicción -sostienen ambos- entre las declaraciones de los dirigentes franceses sobre su política de independencia, y la realidad de su atlantismo».

Esta es la primera vez que la prensa soviética pone en entredicho a Giscard d'Estaing, lo cual debe haber satisfecho, mucho al Partido Comunista francés, bastante inquieto durante los dos últimos años por la benevolencia con que Moscú ha tratado al Elíseo, en detrimento de la política interna seguida por el PC. Pero lo más curioso no es que la URSS responda con tanta acritud a la audición presidencial, sino que para hacerlo tome directamente de su fuente -L'Humanité- los argumentos del señor Marchais; es decir, los argumentos sobre Francia de que se ha valido siempre el señor Marchais para criticar, precisamente, la cordial aproximación de Moscú a París, y que ha sido, en buena medida, la causa de su eurocomunismo. A los ojos del electorado francés, este hecho equivale a una especie de reconciliación entre el señor Marchais y el señor Brezhnev. Provocar tal reconciliación puede haber sido, justamente -en vísperas de la visita de Brezhnev-, la intención oculta del presidente francés cuando con tanta inocencia se dedicó en el programa de la televisión a subrayar las diferencias existentes entre los trabajadores del mundo «liberal» y los del mundo «marxista». No cabe duda de que si Giscard d'Estaing consigue ahora situar al Partido Comunista -y con él al Partido Socialista- junto a la Unión Soviética, habrá conseguido despejar de su camino electoral la posibilidad de un «socialismo democrático» como el que propone el señor Mitterrand con el respaldo del señor Marchais.

El mismo objetivo persigue su Democratie française. Más allá de las objeciones que se pueden interponer a sus tesis en el plano teórico -y a la circunstancia de que el presidente haya recurrido, sin demasiado pudor, al aparato publicitario del Estado para promoverlas-, lo cierto es que la iniciativa presidencial ha desatado una polémica en la cual la izquierda sólo puede jugar un rol de «contestación», esto es, en términos electorales, de segunda fila. El señor Giscard d'Estaing ha sido en esta ocasión el «despertador» no la oposición, que con el señor Mitterrand a la cabeza -«no es posible echarle a la izquierda las culpas de la situación económica francesa»- ha tenido que pasar a la defensiva. El viernes 15 el PC trató de invertir los términos, y el señor Marchais dijo que Giscard había escrito su libro para «responder» al publicado recientemente por el PC con el título de Socialismo para Francia, preparado -señaló- por representantes de «quinientos mil trabajadores franceses». Pero con quinientos mil trabajadores es muy difícil armar un gran debate nacional, y en cambio sí lo es, como se está viendo, hacerlo con un solo individuo que además es el presidente de la República. En resumen: la polémica que hoy impulsa el presidente puede conducir hacia una polarización política estricta entre izquierdas y derechas, basada en una «definición histórica», con la cual la izquierda es la única que tiene algo que perder, puesto que entre ella se mueven sectores aún indefinidos, como los radicales y los socialistas no marxistas. Ya se verá si con esta gran discusión principista el presidente alcanza su meta: sustituir en Francia la elección por la opción.

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