"He luchado por una Monarquía legitimada por el consenso popular"
Hoy se presenta a la opinión pública La monarquía por la que yo luché, último libro de José María Gil-Robles en el que se recogen, día a día, los acontecimientos políticos y el anecdotario en torno a la figura de don Juan de Borbón, conde de Barcelona, entre 1941 y 1954, etapa en la que el autor vive exiliado en Portugal. Su estrecha colaboración con el jefe de la Casa Real española y sus contactos con los políticos de la oposición democrática confieren al libro un interés extraordinario.
«Me interesa señalar que el libro -declaró a EL PAIS el señor Gil-Robles- no es un simple documento historicista sino que aspiro a que valga para el futuro. Yo he luchado por una monarquía legitimada por el consenso popular, por tanto, creo que sus postulados continúan teniendo validez, al menos hasta que dicha legitimación se cumpla». En el prólogo el autor advierte que «fiel a la convicción de que las denominadas formas de Gobierno son un problema meramente accidental y que la más preferible y adecuada para un pueblo es aquella que mejor permita servir los intereses supremos de la colectividad en un momento preciso de acuerdo con unas determinadas circunstancias históricas, no vacilé en gobernar con la República cuando ésta, implantada sin mi intervención y en contra de mis deseos, me ofrecía el único cauce de viabilidad política para intentar la defensa de mis ideales». En este sentido, el señor Gil-Robles comentó una anécdota que ratifica su tesis del accidentalismo: «Esta postura la había expuesto en una entrevista privada con Alfonso XIII, al que le dije que si podía coadyuvar a la salvación de España a través de la República, lo haría sin dudar. Alfonso XIII me contestó efusivamente, a la vez que me daba un abrazo: "Buen calvario te espera. Si consigues tu propósito, yo seré el primer republicano". Años después, hablando con su hijo en Estoril, el conde de Barcelona me dijo «ahora veo claramente la actitud del rey. Cuando en familia hablábamos mal de tu política; el rey nos contestaba con un callaros, no sabéis lo que decís. Es lo único que nos hacía falta -comentábamos-: que el rey se nos haga gilroblista. Mi creencia en que las formas del Estado son accidentales, que lo que de verdad importa es la legitimación de sus instituciones políticas, queda pues sobradamente demostrada».El señor Gil-Robles no duda de calificar como «fracaso» el intento de restaurar la legitimidad monárquica en España. Sobre el papel que en impedirlo jugaron la Iglesia, el capital y el Ejército, señala que «en términos generales, esos tres estamentos creyeron, sin duda de buena fe, que debían preferir el dictador al Rey.
Algunos de esos estamentos han cambiado -desde aquellos años a hoy- muy acentuadamente. En algún otro, la evolución se acomodará a las conveniencias de cada momento histórico y en otro evolucionará en la medida en que lo permite la rigidez del cuadro en el que se desenvuelven sus actividades».
En su libro existen una serie de críticas duras hacia parte de la aristocracia española por cuanto apoyaron incondicionalmente al régimen de Franco. «Hubo una minoría de monárquicos que fueron, son y estoy seguro que seguirán siendo fieles al principio monárquico. La gran mayoría encontró en el régimen de Franco una protección a sus intereses mayor que la que les podría haber dado la monarquía. Respecto a si ello fue importante o no para el régimen creo que fue uno de los elementos determinantes de la debilitación de la postura del conde de Barcelona y de robustecimiento de la de Franco».
Quizá uno de los datos clave de la postura de Gil-Robles, expresada a lo largo de este libro, sea su anhelo de unas condiciones políticas e institucionales concretas, por encima de la persona que ocupe en cada momento la jefatura del Estado, y ello lo refleja al describir la síntesis del conflicto entre Franco y don Juan, al que le da un contenido político, mucho más importante que el meramente personal: «En realidad se trata de un conflicto entre el poder concebido como un hecho y el principio de legitimidad. Todo el libro refleja una serie de episodios entre un poder personal que aspira a consolidarse a través de instituciones ficticias y unos principios de legitimidad que no se quieren reconocer. Mi postura hacia don Juan no se basaba en una vinculación personal, sino en criterios políticos, como lo demuestra el hecho de que no le conocía antes de llegar a Portugal, ni había hablado con él en ninguna ocasión anterior. El conocimiento de la situación de España y del momento internacional me llevó a la conclusión de que lo único que podría llevar la paz a España y devolverle el prestigio internacional era la restauración de la legitimidad monárquica».
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