Un poco de azúcar
La comedia musical comenzó a fines del siglo pasado, cuando decayó la opereta y norteamericanos e ingleses descubrieron, casi contemporáneamente, la fórmula nueva: una inyección de burlesque. Este tenía ya, sobre todo en Londres, una importante tradición. (Por ejemplo, La ópera de los men digos, de John Gay.) Los ingleses aportaron, un elemento vital: la sátira o parodia de una moda, dramática. Los americanos pusieron el grano erótico, la famosa leg show. Allá por los años veinte, el desarrollo del género le permitió apropiarse de algunas cosas caras, ricos efectos espectaculares y admirables coros. Con esos materiales y el gran talento de una formidable dinastía de músicos se afirmó brillantemente el género, que no sólo no ofrece signos de decadencia sino que tiene hoy, en todo el mundo sajón, una estupenda vitalidad.Sugar no es ninguna excepción. Al contrario. Los elementos satíricos -amistosa, cordialmente satíricos- están ahí y son casi un homenaje a los grandes musicales anteriores, a las películas de gangsters, a las clásicas escenas de amor del téatro y el cine, a los típicos argumentos de enredos y equívocos; a todo cuanto constituyó el material de mayor circulación del entretenimiento cinematográfico y teatral. En Sugar, la simplificadora parodia del mundo gangsteril, la sátira de los millonarios de Florida y la autoburla de la orquesta femenina son elementos manipulados con gracia, talento y afecto. La aportación erótica, la muestra de pierna es hoy, estragado el gusto, de una inocencia arcangélica. Sugar es el espectáculo más blanco de cuantos se han presentado, hasta el momento, en Madrid, en este comienzo de temporada.
E
LL.Autores: De Diamond y Stone. Música: Jule Styne. Letras: Bob Merryl. Versión española: Juan José artecehe. Director: Carlos Vasallo. Coreografía: Ricardo Riebeling. Escenografía: Manuel López. Vestuario: Tacho. Intérpretes: Silvia Pasquel, aurora de Alba. Enrique Guzmán, Manolo Otero, J. Manuel Terry, Simón Cabido y Alfonso del Real, entre otros. Teatro Alcázar.
La escenografía es alegre, ingenua y simpática. Se han simplificado muchas cosas, pero se ha conservado la eficacia esencial. Una rica banda sonora cubre totalmente a los profesores del foso. Ahí estamos más cerca de la electrónica que del teatro.
Esta es la zona vital del género: los intérpretes. Supongo que la pareja Silvia Pasquel-Enrique Guzmán hacia Sugar en México y ha trasplantado a Madrid su personal versión. Es una suerte. Silvia Sugar Pasquel es un encanto de chica. Su cuerda romántica y su cuerda cómica se equilibrar muy bien. Imita desde luego -o recuerda, para ser justos, la interpretación cinematográfica del tema que hizo la Monroe. Está, no sólo en su derecho, sino en su deber. Esta interpretación no es paródica. Más bien constituve casi un homenaje. Y revela el grandísimo talento de la Pasquel. Enrique Guzmán salió a devorar Madrid y lo logró. Ha madurado muy bien. Era, como es casi natural, un cantorcito almibarado y ahora es un actor completo, de grandes recursos expresivos, alta eficacia corporal y gran sirnpatía. Con él salió a luchar Manolo Otero, que alcanzó la difícil cota del galán romántico sin empalago. Otero parodió el género y se parodió a si mismo. Hubo otro intérprete de lujo: el impagable Alfonso del Real que creó de pies a cabeza el personaje del millonario en una interpretación deliciosa y entrañable.
Ni el traductor ni el director se han permitido el género. Salvo el eterno y triste problema de la traducción de las letras de los cantables, la versión es ceñida y está bien escrita. Vasallo, por su parte, se ha impuesto el deber de la fidelidad. No hay una sola ordinariez en todo el espectáculo. La coreografía es entretenida. Los actores hablan. Echo de menos algún número grande del original -por ejemplo, el de las chicas en el tren-, pero pienso que la poda se ha hecho en función de los mimbres que se manejaban.
Babelia
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