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El futuro de la balanza de pagos mexicana

¿Por qué abandonó México la paridad de 12,50 por dólar el 31 de agosto pasado y no antes, mucho antes? Quizá algún día nos dará la versión auténtica alguno de los principales actores en el drama, o de quienes estuvieron entre bastidores. Pero yo tengo mi interpretación, o mi sueño.Según el secretario de Hacienda de México, que más o menos una semana antes de los hechos afirmó que no habría devaluación, las circunstancias cambiaron. No se había contradicho. Y muchos se escandalizaron ante tal afirmación: nada había cambiado en ese lapso, nada había cambiado en los últimos tres años en medida suficiente para justificar la devaluación hoy y no antes.

Mi interpretación es que las autoridades mexicanas se resistieron a devaluar mientras no tuvieran la esperanza de poder seguir políticas que dieran un mínimo de garantías de lograr estabilidad. A menudo se ha dicho que las dos devaluaciones del dólar habían dado sendas oportunidades para devaluar, sin mayor escándalo público, en una medida mayor: si el dólar se devaluaba en un 10 por 100, México bien podría haber devaluado el peso en un 20 por 100 en cada ocasión. Pero bien pudiera ser que en esos momentos no se quisieran abandonar las políticas de expansión con alto contenido social (sobre todo la lucha contra el desempleo y en favor de los «marginados») que el Gobierno se había impuesto y que las mayorías exigían. Se hubiera caído en una cadena de devaluaciones perjudiciales a la imagen del Gobierno y contraria a la atracción de recursos externos, todo ello, a su vez, estimulando expectativas inflacionarias y devaluatorias aún mayores, etc.

Voluntad política

Mi interpretación esperanzada es que las autoridades consideran que hoy existen en México las bases, lo que en esencia quiere decir, la voluntad política, para seguir cauces de estabilidad económica, que considero esenciales, condición sine qua non, para mejorar estructuralmente la situación de las clases de menores ingresos: los pobres de la ciudad y los marginados del campo. En esto consiste, espero, el cambio de circunstancias a que se refirió el secretario de Hacienda de México.

Como es costumbre universal en situaciones parecidas, el anuncio del abandono de la parídad vino en México acompañado de algunas medidas complementarias. En el orden en que se presentaron por el presidente de la República, se trata: 1) de un sistema de impuestos a la exportación, graduados según los artículos, que, sin absorber por entero el efecto estimulante de la devaluación, impida el crecimiento de los precios internos en la medida de ésta por desabastecimiento; 2) eliminación de los subsidios a la exportación; 3) eliminación de controles y aranceles a la importación de materias primas; 4) mayores salarios a los trabajadores del Estado, Fuerzas Armadas y pensionados, «para que se restituya su poder adquisitivo»; 5) simultáneamente con el mismo objeto extensión del control de precios sobre artículos de consumo necesarios y materias primas, así como combate a la especulación, el ocultamiento de mercancías, etc.; 6) ajuste de las tasas de interés de los ahorros pequeños; 7) impuestos especiales a las ganancias extraordinarias o excedentes de origen cambiario o especulativo; 8) protección de la salud financiera de las empresas mediante tratamientos fiscales especiales, cuando se ven afectadas por razones cambiarias; 9) control del déficit del sector público, pero sin disminuir el nivel de las inversiones en infraestructura, actividades productivas y asistencia social, limitando al máximo posible el incremento del gasto corriente, y 10) regulación del crecimiento del crédito.

Restablecer el equilibrio

El potpourri es grande y varios aspectos necesitarán aclaración, pero destacan a primera vista los esfuerzos por no perjudicar a nadie, sobre todo no a los sectores de menores ingresos. ¿Bastarán estas medidas para restablecer el equilibrio?

La tarea es grande: una corrección como de cuatro mil millones de dólares anuales, y quizá algo más durante varios años a fin de poder aligerar la deuda pública externa, que para final de este año podría alcanzar la muy respetable suma de 20.000 millones de dólares (de los cuales 14.000 en los últimos seis años).

La gran incógnita, sin embargo, es la capacidad, de las autoridades para moderar los déficits del sector público, financiados con emisión de dinero, pues para mantener el gasto total anterior que ocasionará este año un déficit superior a cien mil millones de pesos y añadirle lo exigido por la devaluación, por concepto de salarios, importaciones del sector público (más del 50 por 100 del total de las importaciones), deuda externa y aumento «moderado» del gasto corriente, hace falta un incremento de los ingresos físcales muy superior al que sugiere la canasta demedidas que quedó indicada.

No pretendo que haya equilibrio estricto, pero ya sabemos, por experiencia y razonamiento, que un déficit «excesivo» perpetuaría el proceso inflacionario (y devaluatorio). El gran defecto del grupo de medidas es que no incluye suficientes de carácter recaudatorio (incluyendo los ingresos de las empresas paraestatales) o dé ahorro, sin las que el desequilibrio excesivo podría ser inevitable.

Mi interpretación, esperanza, o sueño, es que el Gobierno está bien consciente de ello, pero prefirió no insistir en estos momentos en las medidas realmente correctivas, que nunca son agradables, añadiéndolas a la devaluación. El shock hubiera sido demasiado fuerte. Pero eso no quiere decir que no se tomarán.

México no puede aspirar en los próximos años a lo ritmos de desarrollo que tuvo en el pasado, poner énfasis en el gasto social, y al mismo tiempo mantener la estabilidad. Nos dará mucha rabia que dos más dos sólo sean cuatro, pero no tiene remedio.

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