El ballet y los discos
El V Festival Internacional de Danza de Madrid viene a recordarnos que existe un arte, muy antiguo, el más elegante y grácil, llamado ballet. Arte que hemos casi olvidado, por no poder contemplarlo con la regularidad que conviene a las Bellas Artes. Y sin embargo, por esos mundos, el ballet goza del esplendor de una larga tradición que se pierde en la noche de los tiempos. Su historia moderna tiene nacimiento en Milán durante el siglo XVI. El arte del ballet venía configurándose desde el siglo XV en el norte de Italia como consecuencia de las representaciones de Triunfos, Mascaradas y otros espectáulos. La mímica y la estilización de la danza se hacían necesarios en el medio cortesano, muy refinado.
Todos los siglos, desde entonces, nos han legado nombres de bailarines y coreógrafos cuya fama traspasó fronteras. En el siglo XVI encontramos al milanés Cesare Negri, autor del tratado a La grazie d'amore, que fue llamado a bailar, tras la batalla de Lepanto, en una reunión de capitanes, sobre la galera de don Juan de Austria.
Del siglo XVII es Charles-Louis Beauchamp, el caballero versallesco que fijó las reglas tradicionales del baile clásico francés, estableciéndose las cinco posiciones solamente esbozadas por sus predecesores.
El siglo XVIII conoce una eclosión de figuras de gran relieve. Las principales, la del parisiense Jean Georges Noverre, que estrenó Les petits riends, de Mozart, y la del napolitano Salvatore Vigano, coreógrafo y bailarín del ballet de Beethoven Las criaturas de Prometeo.
El siglo XIX se llena de bailarines cuyos nombres son míticos todavía entre los aficionados al género: María Taglioni, Carlota Grisi, Fanny Cermito, Marius Petipá, Fanny Elssler y tantos que hicieron posible el desarrollo alcanzado por la danza clásica en nuestro siglo, especialmente a partir de la revolución operada por la Compañía de Ballets Rusos de Sergio Diaghilev, Vaclav Nijinsky, Tamara Karsaniva, Ana Pavlova, están en la memoria del hombre de la calle.
Tenemos en disco, música escrita con destino a la danza por Lully, Rameu, Mozart, Gluck, Beethoven, Schubert. La hay también de Massenet, Bizet, Lalo, Burgmüller, Weber, Offenbach, Adam, Gounoud, Auber, Delibes, Minkus, etc. No faltan, naturalmente, los grandes ballets de Tchaikovsky, o, más modernamente, los de Stravinsky, Debussy, Ravel, incluso Dukas (La Peri), ni los de Manuel de Falla, Prokofiev o Khachaturian. Hay donde escoger pero, insisto, el ballet contemporáneo está abandonado. La ausencia en España de un Teatro Nacional de la Opera, con su correspondiente cuerpo de ballet, ha impedido el desarrollo de una compañía estable que pudiera ofrecernos las grandes creaciones musicales danzables de nuestra época. El Liceo de Barcelona mantiene un cierto nivel en este campo, Madrid, como el resto de España, es casi un desierto.
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