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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Diario poético de prisión

La vida y la obra de Carlos Alvarez corren parejas. De ambas saben los barrotes de Carabanchel. Para muestra, el presente libro, que es, podríamos decir, un diario poético de prisión. En él vierte horas amargas y semilla descorazonada de sembrador no grato a los dioses del tiempo.Estamos ante un poeta maduro, inquieto y rompedor de lanzas allí donde peligra la frente del hombre. Su arma más directa, como ocurre en el ámbito de la poesía social, es la palabra espontánea y denunciadora. Palabra que vio primera luz en tierras otras que la propia. Antes de aparecer algún libro suyo en España, ya había publicado en danés, noruego, sueco, italiano, ruso y castellano, esta vez en París. Y al fin, arañando la década de los setenta, pudimos ver en editoriales españolas: Estos que ahora son poemas (1969), Tiempo de siega y otras yerbas (1970), Eclipse de mar (1973) y Aullido de licántropo (1975).

Versos de un tiempo sombrío, de Carlos AIvarez

Bilbao. Colección «Se hace camino al andar». 1976.

Versos de un tiempo sombrío se abre con un prólogo en ráfaga y una entrevista estratégica. Andrés Sorel suelta en primeras hojas una sarta de esdrújulos picados para denunciar un modo poético y una industria cultural. Carlos Alvarez, por su parte adelanta, en respuestas lo que una atenta lectura con firma versos que difícilmente se elevan a, categoría poética. Uno y otro, hablan en nombre del pueblo. Nada que objetar a esta representatividad. Sin embargo, cabe decir, aunque sea entre paréntesis, que el pueblo necesitamos obras, sí, pero bien hechas. Cuando al primer roce del viento muestran síntomas de fragilidad, la memoria colectiva, creadora en tanto que sensible e inteligente, apenas registra el oreo. Puede indignarnos la circunstancia que motivó las composiciones; puede atraernos el tema, pero si una y otro no se transmutan o son hecho poético en la misma medida de su indudable humanidad de nada valen en cuanto a su valoración artística. Sufren un traslado sin las exigencias propias del tras paso. En una palabra se desrealizan.

Incomunicación

La situación concreta es la cárcel y dentro de ella el castigo y la íncomunicación «durante setenta días». A tal experiencia corresponde la mayoría de los sonetos. Carlos Alvarez echó mano de esta estructura por razones nemotécnicas: «la forma del soneto», nos dice, «ayuda mucho a la retención memorística, mucho más -es evidente- que el verso libre». De ahí que predomine el esfuerzo sobre la creación, salvo cuando ésta logra verdadero cauce, como ocurre, por ejemplo, en los titulados «En un lugar de la Mancha» y «Mientras luchaba yo con mi cabeza».Si la primera parte -Versos en huelga de hambre- arrastra ese inconveniente, la segunda -Sonetos y sonatas- adolece de culturalismo, muy propio de la actual poesía española. Se advierte la bien aprendida lección de los clásicos y la influencia de Blas de Otero y Miguel Hernández. La consideración de aquéllos convierte su poesía en una metaliteratura revisionista, atenta, casi siempre a un determinado tipo de lector, que condiciona la forma de expresión como el soneto condicionaba, en este caso, la forma del contenido.

La tercera -Otros poemas- figura al final de la obra, pero fue escrita, según testimonio del poeta, con antelación al resto. Aquí el ritmo se ensancha y quiebra a la pata la llana: espontáneo, narrativo e incluso juglaresco. Habría que exceptuar dos o tres composiciones.

Subyace en todo el libro una auténtica preocupación vital por la libertad y dignidad humanas. El autor quiere dejar constancia de un tiempo histórico y hacer balance de una renuncia en pro de unos valores sociales conculcados. Ahora bien, si el grueso de esta obra no alcanza, en mi opinión, sustantividad poética, no es por razones extrínsecas, sino por carencia de las internas. Aquí duele más la circunstancia que hiere su impacto artístico. Rimar verso y vida es deseo de todo creador auténtico. Y no ayuda a esta fusión el establecimiento de la dicotomía poiesís-praxi ni creer que se logra desnudez al evitar artificio. Recuerdo, a este propósito, unas frases definitivas de Carlos Sahagún: «En poesía lo esencial no es sólo lo que se dice, sirvo el cómo se dice. En la vida, lo esencial no es ni lo uno ni lo otro, sino nuestros actos».

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