La novela de una dictadura
El tema del dictador y el mundo que crea en torno suyo ha movido la pluma de más de un importante novelista hispanoamericano. Les abrió la marcha Valle-Inclán -aunque se hallarían antecedentes en la propia Amalia, de Mármol- con su construcción de un personaje tipo y un ambiente hecho de retazos de realidades hispanoamericanas. En ese camino le siguieron dos novelas recientes, dotadas de contexturas y lenguajes diferentes, aunque coincidan en la invención de una figura central, el dictador, síntesis y compendio de otros muchos, como criatura de un nuevo doctor Frankenstein: El otoño del patriarca, de García Márquez, y El recurso del método, de Alejo Carpentier.Otro procedimiento es el de Miguel Angel Asturias en El señor presidente, segundo jalón a partir de la idea valleinclanesca: la de tomar la realidad de un dictador determinado y de existencia histórica, para convertirle en un ser literario y grotesco, con la deformación esperpéntica que ideara el genial escritor gallego. Lo sorprendente, tanto en Asturias como en Carpentier o en García Márquez es que la realidad sobrepasó a la invención novelesca y que los hechos más próximos al absurdo o la bufonada, los más acusables de ser invención, son rigurosamente exactos y documentables.
Yo, el supremo
de Augusto Roa Bastos. Madrid. Siglo XXI editores. 1976.
Roa Bastos, escritor paraguayo, buencuentista, autor de una novela, Hijo de hombre (1960), en que recoge la tragedia vivida por su país en la postguerra de la cruenta guerra del Chaco y en los días de la propia contienda, ha tentado la arriesgada labor de colocar un nuevo eslabón en esta cadena temática. Su libro, denso, elaborado, apretado, ha elegido, el segundo de los procedimientos: aplicar un, visión literaria -no siempre esperpéntica, pero sí deformadora abultadora de anécdotas o rasgos pero sin apartarse del reflejo de una figura histórica y la evocación de un período en la historia de su país. Son éstos, Paraguay y el supremo dictador, José Gaspar Rodríguez de Francia, el doctor Francia en el recuerdo.
Procedimiento
El procedimiento narrativo -dígase para empezar- no se ciñe al orden lineal y cronológico. Está más cerca de lo que se ha llamado novela nueva que de la biografía tradicional, pero, presenta peculiaridades propias. El autor simula estar escribiendo una biografía, desde la ficción de alternar la narración de los hechos con los comentarios, del propio biografiado, asomando modestamente la mano y la cabeza, en un papel de modesto compilador. De este modo se van ,trenzando sucesos y comentarios, de desigual densidad, narrativos en algún caso y meditativos o discursivos en otros. Unamos también otro ingrediente: la historia del país o, lo que es igual, el condicionamiento de la situación que hizo posible la dictadura y sus características.El apoyo en lo real-histórico se muestra con fuerza ya al iniciarse la novela, con la reproducción facsimilar de un pasquín contra el dictador, en una buena caligrafía de meritorio escribano de la época.
A lo largo de todo el libro se van a suceder las inserciones de textos documentales: «Yo, el supremo», según la fórmula acuñada por el propio dictador, es el primero en la larga lista que se prolonga con el argentino Rosas, el también paraguayo Solano López, el mexicano Porfirio Díaz, el guatemalteco Estrada Cabrera, el venezolano Juan Vicente Gómez, y el otro venezolano, y un dominicano, y un cubano, y un argentino, y un chileno, y...
Francia es el primero. Surge de la descomposición del sistema español, de las peculiaridades geográficas de un país interior, cerrado a las costas y con el originalísimo pasado del gobierno jesuítico. También del enfrentamiento de ciudades y campo, de burguesía ilustrada y de masa ignorante en la que el dictador se apoya frente a los enemigos aristocráticos que miran con ojos de nostalgia a la colonia, o los porteñistas que ven en los criollos de Buenos Aires un porvenir de progreso. (De hecho ya está vivo el dilema entre civilización y barbarie, que Sarmiento descubriría no muchos años adelante).
Coincidencias
Todo esto lo descubre el lector a través de sucesos que se acercan a lo milagroso o a lo absurdo, coincidentes en algún caso con el Patriarca de García Márquez. (No olvidemos que entre los retazos de su monstruo entran algunos que pertenecieron al doctor Francia.) .Otro elemento distintivo de este dictador, que como otros han servido de ejemplo real a los novelistas, es el de iniciar se égira como un salvador o como un héroe civilizador. El despotismo priva a poco sobre la ilustración, y la libertad. El poder absoluto, el terror y la arbitrariedad van dotando a su gobierno de un colorido en el que ponen tonos agrios o sangrientos.
En la dimensión del personaje entran aspectos grotescos, como en el esperpento valleinclanesco. Piénsese en los hechos reales -que Roa Bastos documenta al final del libro-, los restos, o supuestos restos, del supremo, guardados en una caja de fideos, en los sotanos de un museo de Buenos Aires.
Esperpénticas postrimerías de quien ejerció el supremo poder sobre los hombres. La meditación sobre esta escatológica realidad y el traslado de lo anecdótico a algo más trascendente, el poder, con su fuerza deshumanizadora, no está ausente de esta honda y barroca novela.
Babelia
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