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Misoginia en la Iglesia

Las mujeres no han sido sacerdotes en en la Iglesia católica; y las mujeres continuarán sin serlo según lo dispone el Papa actual, Pablo VI. Desde 1975, según noticias difundidas en prensa, hay intentos expresos para deshacer y modificar esta costumbre que parece haberse ha convertido en ley férrea. El arzobispo de Canterburi, a raíz de una visita efectuada al Papa en ese año, dejaba escrita su opinión sobre este tema afirmando que no veía c obstáculo, «en vías de principio», para que las mujeres fueran ordenadas y, más aún, consideraba que al ser esto sentir de toda su Iglesia, sería un motivo fundamental para la tan necesaria unidad de las dos Iglesias.Ante la segunda tentativa de la Iglesia anglicana, Pablo VI se ha mantenido en su postura. Ratifica las razones que dio el 30 de no viembre frente al primer intento... «no es admisible conferir el orden sacerdotal alas mujeres porrazones verdaderamente fundamentales. Estas razones comprenden: el ejemplo, registrado en las escrituras, de Cristo, que eligió a sus apóstoles sólo entre hombres; la práctica constante de la Iglesia, que ha imitado a Cristo al elegir sólo hombres, y su magisterio viviente, que ha coherentemente establecido que la exclusión de la mujer del sacerdocio está en armonía con el plan de Dios para su Iglesia».

Lo grave del caso es que las desafortunadas razones de Pablo VI revelan el fondo del asunto. Ni da razones lógicas ni da explicaciones basadas en principios actuales y modernos o en estrategias necesarias. Unicamente ratifica la tradición.

Y una tradición que -lo demuestra él con sus propias palabras- afecta a-toda la estructura eclesiástica, a toda la Iglesia. No es una mera prohibición; es, en última instancia, el resultado de toda una mentalidad. La Iglesia católica partió así, y su posición ideológica ha sido ratificada durante veinte siglos. Partió, nació a la vida, con el convencimiento de que debía de haber una clara división de cometidos entre los dos sexos: los hombres tomarían la parte ejecutiva, la parte que afecta a las decisiones, y la parte activa. «Cristo -dice Pablo VI - eligió a sus apóstoles sólo entre hombres». En realidad todo el Antiguo Testamento demuestra esta mentalidad -y esta estructura- continuamente. Continuanente... continuamente... hasta nuestros días.

Dios dijo: «No es bueno que el hombre esté solo» Y entonces, de una de sus costillas, «sacó a la mujer». Estas palabras -y su espíritu, sobre todo- han marcado la actitud de la Iglesia con respecto a la mujer. El hombre tomó bajo su responsabilidad la dirección de la difícil nave: el hombre se otorgó el poder de consagrar, de perdonar los pecados, de reforzar por medio de los sacramentos las posiciones religiosas, de condenar, de expulsar, de cambiar y reformar las doctrinas. No sólo esto. Una profunda y secreta misoginia parece adentrarse en el corazón de la estructura. El hombre, para llevar a cabo el difícil y duro trabajo -la propagación de las nuevas creencias-, parte solo y continúa solo. Deja a la mujer y promete evitar siempre su contacto. Hace votó de castidad.

De esta manera, la igualdad de los seres humanos -la igualdad de los sexos- queda reducida a su parte espiritual. Frente a Dios, hombres y mujeres son iguales: el alma no tiene sexo.

Y así, a nivel de vida diaria y cotidiana ha venido conformándose y perpetuándose, en la Iglesia católica, una doble moral, una doble práctica. La mujer tiene el cometido de rezar y de transmitir las buenas costumbres. Si entramos en una iglesia veremos que hay un mayor número de mujeres que de hombres. En casa, es la mujer la que habla de religión y de rezos. Para la saludable continuación de las creencias se cuenta, siempre, con el ejemplo inquebrantable de la madre. Dentro del ambiente familiar el hombre se siente mucho más permisivo para estos asuntos de «poca importancia». Y yo me pregunto si esta distinta distribución de papeles en.los dos planos: el familiary privado por una parte, y el público y de mando por otra, no es sino las distintas caras de una misma medalla.

Ante la postura abierta y racional de la Iglesia anglicana, Pablo VI ha apelado a la tradición. Se ha basado en ella. Lo curioso del caso es que no ha tenido otro tipo de razones. (Y por otro lado,es lógico, ¿como sino podría defenderse, seriamente, esta postura?),

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