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La culpa fue de un zapato

Nadie ha olvidado lo que ocurrió el año pasado en la última corrida de la feria colmenareña: los toros no tuvieron trapío, la gente protestó con fuerza Y como la presidencia no devolviera ninguna de las reses al corral, llovieron almohadillas contra el palco. Pudo haber algo muy gordo y si no se produjo fue por la serena actitud de la Guardia Civil, que se abstuvo de intervenir pese a que varias de las almohadillas, en su perdido volar, se llevaron por delante algún tricornio.Cabía esperar que ante estos precedentes la empresa y autoridad velarían por que este año hubiese toros a satisfacción de todos. Pues mal pensado, porque lo que se resolvió fue no vender almohadillas. Menuda forma de prevenir. Pero con lo que no contaban es con que la gente no es muda, y chilló a placer. Y con que si no almohadillas, sí se habían vendido botes de cerveza, que aterrizaron a cientos en el ruedo. Y con que uno que no encontró objeto más propio a mano, lanzó un zapato. Fue un zapato fuera de lugar por todos los conceptos, y bien pudo quedarse en el pie de su dueño, porque con su lanzamiento se cometió una injusticia. El quinto toro, que no tenía trapío, ya había sido devuelto al corral. cuando se arrancó de improviso sobre el picador, que abandonaba el ruedo. El picador, en uso de su derecho y ejercicio de su obligación, clavó el puyazo para detener al torillo y defender así al caballo. Desde sol, y, por este motivo, le arrojaron docenas de botes de cerveza y el zapato. Un zapato que traería miga porque un número de la Guardia Civil, al parecer, se apoderó de él. Cuando acabó la corrida los grupos de sol reclamaron el zapato. « ¡Queremos el zapato!», gritaban. Hicieron una pequeña sentada en el ruedo y luego, fuera de la plaza, así, como suena, cortaron la circulación en el tramo de la carretera de Madrid, próxima al coso. El atasco de coches que se produjo ya puede imaginarse. El público se congregó en torno. Los mozos que habían hecho el tapón saltaban y gritaban: «¡Queremos el zapato!» Más de media hora estuvieron así, Hasta que apareció la Guardia Civil con fuertes contingentes, muchos de los números portaban metralleta, y en un suspiro se disolvió la manifestación.

Ayer se celebró en Colmenar la tercera de feria con cinco toros de Ruiseñada y un segundo sobrero (el quinto) del Jaral de la Mira, para Ruiz Miguel Robles y Roberto Domínguez, que sustituía a Manzanares

Ruiz Miguel: Bajonazo pitos. Pinchazo y bajonazo silencio. Robles: Pinchazo y otro hondo silencio. Pinchazo sin soltar, pinchazo, estocada corta y dos descabellos silencio. Domínguez: Pinchazo, bajonazo que atraviesa y rueda de peones algunas palmas y pitos. Pinchazo sin soltar, media pescuecera y descabello silencio. Los toros: Tres bien presentados, bien armados y astifinos, y tres sin trapío, que levantaron protestas. Salvo primero y cuarto, que salieron sueltos, cumplieron con el caballo en cuanto a bravura. Primero y cuarto tomaron dos varas, el sexto, una de mucho castigo y el resto, un sólo puyazo. Todos dieron juego. Protestado el el qinto, fue devuelto al corral por Falta de trapío y por el mismo motivo el sobrero, de Villagodio. El segundo sobrero, del Jaral, escurrido, cornalón y astifino, fue bravo. Hubo una gran entrada. Las protestas fueron acompañadas de lanzamiento de botes de cerveza, y un zapato, que provocó un incidente.

El zapato es casi un símbolo. En el argot taurino se suele decir del torillo que no da el tipo que es un zapato. La empresa preparó para esta corrida tres toros de una vez y zapatos de una vez. Es no conocer a los colmenareños. Sigue la afición española dividida, en cuanto a esa afición, como en los tiempos de Costilleras: hay aficionados conocedores a fondo de las suertes, cuya pureza exigen, y aficionados conocedores a fondo del toro, cuya integridad exigen. De estos últimos son los colmenareños. Colmenar es tierra de toros y a ningún aficionado del lugar le darán gato por toro, Luego los toreros podrán aliviarse con un trasteo heterodoxo, si quieren, pero es preciso el toro. Ya con el que abrió plaza se armó la bronca y cayeron botes al ruedo. El presidente hizo mal en no devolverlo, porque al público le asistía toda la razón, aunque no tuviese almohadilla que lanzarle a mano. Un presidente debe cumplir con su deber, tanto si hay como si no hay almohadillas en el tendido. El tercero tampoco tenía trapío. Ni el quinto, ni el sobrero que le sustituyó. Un segundo sobrero, más seriecito, se tapó sobre todo con su pavorosa cabeza. Era una cabeza cornalona y astifina. con un cuerno derecho que semejaba un puñal. En líneas generales, y si salvamos la zapatería, toda la corrida era más que decorosa de cabeza y ahí es donde, seguramente, les dolía a los toreros.

Porque los toreros estuvieron fatal. Son tres toreros representativos de la torería actual, de lo mejorcito que tenemos en el plantel, y ninguno supo dejar un rastro de calidad en su labor. Hubo un hondo y marchoso ayudado por bajo de Roberto Domínguez y eso es todo. El vallisoletano, como sus compañeros, pudo hacer más. No se entendió con el tercero, un torillo noble, sin cara ni fuerzas, al que trasteó con mucho baile y paso atrás, no le mandó nunca y le dio una espaldina, y en el sexto, que tenía cuajo y se le quedó reservón, dibujó el ayudado por bajo dicho, pero no consiguió meterlo en la muleta. Ruiz Miguel abrevió en el primer toro de la protesta y no acertó a templar las fuertes embestidas del cuarto. Robles no se confió con el segundo, que le acudió noble en la primera parte de la faena, y con el quinto, que también era noble aunque acometía con genio, no 110 tres derechazos hasta que llevaba ya docenas de pases dentro de un trasteo que llevaban las dudas y las precauciones. Ellos, más que los toros se cargaron la corrida. Si son figuras han de de demostrarlo, también en Colmenar -¿quién dijo que allí no?- aun que sólo sea en los detalles. Y un ayudado por bajo, uno nada más, es muestra muy pobre de lo que pueden valer las figuras representativas.

No es que pretendamos que todos los toreros les hagan faena a todos los toros todas las tardes. Sería imposible. Pero lo que sí debe exigírsele a un torero, en cualquier ocasión, es personalidad y que esa personalidad se muestre aunque sea únicamente en destellos. Tenemos ahora en la memoria al maestro Antonio Bienvenida, no el de las tardes de triunfo y gloria, sino el de las malas tardes, el de las broncas cerradas, de quien siempre quedaba un recuerdo sólido, no obstante, porque su torería afloraba en la brega con el capote, en la colocación y sentido de la dirección de la lidia, en el trasteo de aliño. Y no haría falta, ni siquiera, llegar al maestro: en la década de los sesenta, no digamos en la de los cincuenta, quedaban profesionales a carta cabal, con personalidad definida, a quienes era interesante ver aun en sus actuaciones de fracaso

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