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Reportaje:

Tiembla la tierra

A partir de julio la serie que se desencadena es terrible. En China un terremoto de gran intensidad causa cientos de miles, quizás un millón de víctimas. En Filipinas unos 6.000 muertos. En Turquía, en la pequeña ciudad de Denizli, hay varias víctimas también en este tiempo.¿Y el volcán Sufrière en Guadalupe?, 70.000 habitantes viven la pesadilla de las 30.000 víctimas que el Pelée, el volcán de la Martinica, causó en 1902. Todo esto es demasiado, son demasiadas catástrofes a la vez. ¿Por qué ruge la tierra por todas partes? Por qué escupe azufre, ceniza y fuego, y se desgarra con furia? Un especialista francés, Robert Brousse, profesor de la Facultad de Orsay, que fue a estudiar la erupción del Soufriére, hizo la siguiente declaración: «Estamos ante una crisis sísmica mundial, con grave despertar volcánico».

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Esta afirmación desconcertó a la mayor parte de sus colegas ¿Cómo puede existir conexión entre un volcán y un temblor de tierra a miles de kilómetros de distancia?

Parece evidente que no ha podido ser el temblor de tierra en China lo que ha despertado el volcán en Guadalupe ni a la inversa. Esto está claro. Sin embargo, afirmarlo tajantemente podría ser un error. Los últimos descubrimientos han confirmado que los temblores de tierra, los volcanes y todos los cataclismos del grado que sean proceden de un origen común. Este origen es sencillamente la propia actividad del planeta, de un planeta que vive en su interior intensamente.

Diez años

Esta realidad tiene para nosotros menos de diez años. Los chinos y los japoneses, sin embargo, habían tenido un presentimiento de ella hace ya varios siglos: «Vivimos, decían, sobre un dragón. Cuando el mostruo bosteza, se estira o mueve la cola, la tierra tiembla».

Esta imagen ilustra muy bien lo que la ciencia hoy es capaz en cierto modo de explicar: El dragón era un mostruo de cuerpo viscoso, con piel de escamas, ni dura ni blanda. Ahora es una corteza, una capa de 100 kilómetros de profundidad la litosfera situada sobre rocas en ebullición, la astenosfera. El gran descubrimiento de estos últimos años, es que esta corteza terrestre se compone a su vez de un conjunto de placas, unas 10 ó 15, no se conoce el número exacto, muy compactas, pero totalmente autónomas. Estas placas no tienen siempre la misma forma de los continentes. La fisura entre las placas sobre las que están situadas Europa y América se produce bajo el Océano Atlántico.

Desde hace tres o cuatro años los especialistas mantienen una teoría muy sencilla: Las placas de la litosfera, las escamas de esta piel, tienen movimientos paralelos. Estos movimientos permiten que se vayan abriendo pequeños huecos, como diminutos ojos de buey, no mayores de unos 10 kilómetros sobre la astenosfera. En ese momento la roca en fusión sube, se enfría, se solidifica y se convierte en un nuevo trozo de litosfera ¿Qué sucede en esta litosfera que por una parte esá en continua creación mientras que por otra, y esto está comprobado, la superficie de la tierra permanece constante? La respuesta es sencilla, una placa se desliza bajo otra, penetra en la astenosfera y cuando llega a 700 kilómetros de profundidad se derrite totalmente.

Movimiento de placas

Es la teoría del «movimiento de placas» que permite ahora explicar todo lo que pasa, volcanes y temblores de tierras, y confirmar la célebre hipótesis de los continentes a la deriva, la separación continua entre Africa, Europa, América y Asia, que antes estaban unidas. ¡Este planeta que creíamos estable, estable desde hace millones de años, sometido solamente a ciertas erosiones de superficie, tiene movimientos en todas las direcciones a la vez! ¿Cómo es posible que esto no se note? Sencillamente porque la escala de tiempo de un planeta no es la misma que la de una vida humana. Si quisiéramos hacer una comparación, podríamos decir que un segundo/ hombre es igual a un año/Tierra. Los desplazamientos de placas, sus deslizamientos, su frotación, los continentes a la deriva, todo esto sucede a velocidades fantásticas de unos 2 a 8 centímetros por año.

Han sido necesarios millones de años para dar a la tierra su imagen actual. Prevenir lo que va a suceder, adelantar cuándo se va a producir un seísmo, es casi imposible. No solamente son difíciles los cálculos de tiempo, sino la cantidad de factores que hay que tener en cuenta: Las placas no son homogéneas; los fenómenos que de ellas surgen son diferentes porque ninguna está a la misma temperatura.

¿Hay que renunciar entonces a todo tipo de predicción?

Por supuesto que no. En todos estos

Tiembla la tierra

intercambios incesantes entre la parte dura y la blanda existen sin embargo puntos de referencia, grandes cicatrices que cruzan el planeta normalmente bajo el mar: Por las fisuras entre las placas, por las fosas oceánicas que aflora se empiezan a conocer es por donde el magma sale a la superficie. Ahí es donde, a unos 8 ó 10.000 metros de profundidad, nacen y mueren los temblores de tierra y los volcanes.En la superficie de la tierra sucede por desgracia lo mismo. El 20 de febrero de 1943 un campesino mexicano, Dionisio Pulido, estaba labrando su campo cuando sintió que la tierra le quemaba la planta de los pies. Dos horas más tarde se abría allí mismo una fosa de 10 metros de profundidad por donde emergían rocas y humo. A la mañana siguiente había un montón de escorias de unos ocho metros. Seis meses después el montón de escoria se había convertido en un volcán de 500 metros y su lava había enterrado al pueblo de Paricutin. El volcán se durmió en 1942, pero ahí está todavía. La astenosfera se había abierto una nueva vía hacia la litosfera.

¿Dónde, cuándo y cómo un trozo de la litosfera había bajado a los infiernos? Dicho de otra manera ¿A qué temblor de tierra correspondía el nacimiento de este volcán? Este suceso mexicano ilustra bien lo que es un terremoto: Una explosión brutal a escala de la tierra, que puede empezar seis meses o un año antes del «boum». En este espacio de tiempo reside la esperanza de los investigadores para poder detectarlos con el tiempo necesario. Dado que gracias al pasado se pueden conocer las zonas de fractura, en las que los riesgos son mayores.

Predicciones

El mes de febrero último los chinos habían tenido gran éxito en la conferencia internacional sobre seísmos organizada en París por la UNESCO: Habían logrado, dijeron, hacer 31 previsiones de temblores entre 1970 y 1972. Se habían equivocado solamente seis veces, siete habían sido dudosas y habían acertado 18. En 1975 habían conseguido evitar una enorme catástrofe. El 4 de febrero de ese mismo año un seísmo sacudió a la provincia de Liao-Ning. Era de una magnitud de 7,3 es decir de una gran potencia (la escala internacional de Richter, da a los temblores de una escala de 1 a 9. El único temblor que había obtenido 9 había sido el de Lisboa en 1755). A pesar de esto, ese 4 de febrero de 1975, aunque los daños habían sido muy importantes las pérdidas humanas fueron mínimas. ¿Cómo habían logrado esto? En primer lugar por medio de estudios históricos ¿En qué parte de la tierra eran más frecuentes los terremotos? ¿Cuáles eran sus características? Existen documentos que se remontan a siglos y siglos atrás y estos podrían ser útiles para predicciones en plazos dilatados, pero ¿cómo predecirlo con un año, seis meses o dos horas? Este es el gran éxito de los chinos: Una vez localizada la zona de gran riesgo rebuscan por todos sitios. Diez mil especialistas y cientos de miles de aficionados participan en esta nueva búsqueda. A principios de 1074, señalan un primer indicio: una falla cruza la región de Hai-Cheng. Su parte superior se deforma, el paisaje empieza a cambiar. Es una de las primeras indicaciones clásicas de un temblor de tierra que se aproxima. Inmediatamente comienzan las mediciones: A partir del mes de julio el campo magnético empieza a cambiar y aumenta la radiactividad en los pozos. Esta vez hay certeza: Un gran temblor arrasará la región lo más tardar en un año. Se sitúan por todos los sitios estaciones de detección con sismógrafos. Un nuevo signo sale a la luz a comienzos del invierno: La serpiente sale súbitamente de la tierra. Los peces, los gatos, los perros y las ratas, dan signos de locura. Empiezan los primeros temblores y son muy débiles, pero todos los indicadores coinciden esta vez. Se dan instrucciones a la población, se prepara el éxodo. El 4 de febrero, a las 12,30, existe la seguridad: La tierra está a punto de temblar. Cuando el primer temblor se abate sobre las 10.000 comunas afectadas son las 19.36: Hace ya tiempo que la población ha sido evacuada.

Error mínimo

Es realmente increíble, meses y meses de trabajo y una precisión de un margen de error de solamente unas horas.

Los científicos soviéticos han logrado otro método de detección que acaba de ser adoptado por los occidentales: Una red permanente por todas las zonas peligrosas registra meses antes del seísmo todos los pequeños temblores. Han podido comprobar que justo antes de un seísmo las ondas verticales y las horizontales no guardan armonía.

Este es el método que emplean ahora los geofísicos americanos, pero con muchas reservas. Es un método empírico y no siempre seguro y sobre todo es extraordinariamente caro: Haría falta una red de observación con baterías de sismógrafos cada 10 kilómetros a lo largo de las zonas peligrosas. ¿Hay pues que abandonar la lucha? Dos mil millones de seres humanos viven hoy en zonas peligrosas, y aunque los chinos no hayan podido prevenir el gran terremoto del mes de julio sí lo habían logrado un año antes. Esto es la primera fase del progreso: Conseguir pequeños éxitos parciales. No hay que confiar en que la tierra se calme. En esto están de acuerdo todos los especialistas. Somos más sensibles a los temblores en Italia, en China, en Filipinas o al volcán de Guadalupe porque tienen lugar en regiones de gran densidad de población, pero todos los días, absolutamente todos los días, hay grandes temblores bajo la tierra y bajo el mar.

El INAG, Instituto Nacional de Astronomía y Geofísica, coordina en Francia la actividad de los diversos laboratorios de detección del CNRS, de la universidad, y del CEA, para crear una gran red de vigilancia sísmica, naturalmente es en los países de mayor riesgo en los que los expertos son mayores: En la Unión Soviética, y en Estados Unidos sobre todo a causa de California, esa California que no se parece al resto del continente. En ella, a lo largo de un cinturón de 100 kilómetros de ancho, existe una de las pocas «fronteras de escamas» que existen en la superficie de la tierra: Las célebres grietas de San Andrea y la de Hayward, que atraviesa uno de los barrios más poblados de San Francisco. Esto significa que California se va separando en dos a una velocidad de varios centímetros al año. En este inmenso laboratorio natural los geofísicos estudian los seísmos. En los últimos 200 años ha habido cinco enormes terremotos e innumerables temblores todas las semanas.

Existen todos los indicios de que una catástrofe está a punto de abatirse sobre Los Angeles y San Francisco. Como en China, el paisaje empieza a presentar síntomas de efervescencia. Una cresta de 150 kilómetros de largo y 30 centímetros de alto empieza a dibujarse. sobre las montañas de San Fernando. Puede que este síntoma no sea decisivo, pero hace años que no se ha producido ningún seísmo de importancia y las rocas, tensas por la deriva de las dos placas, van almacenando energía.

Conjunción

En 1982 se producirá en el cielo una extraña conjunción que sólo tiene lugar cada 179 años: los grandes planetas del sistema solar se alinearán. El fenómeno de atracción cambiará en el firmamento y se producirá la «sinergía»: Combinación de fuerzas planetarias que en tiempo de normalidad tienen cada una su dirección. ¿Qué sucederá entre la enorme carga de energía acumulada en las grietas californianas y este "canon cósmico" atrayendo con la suma de su, fuerzas a la tierra? La investigación ha sido dirigida por un astrofísico célebre, John Gribbin, y un físico de la NASA, el, profesor Plagemann. Innumerables estudios y cálculos les han hecho llegar a la conclusión de que el seísmo que se produzca en el plazo de cinco años será más fuerte que el que destruyó San Francisco en 1906.

Estas teorías han levantado la indignación unánime de los científicos, que sin embargo no han aportado ninguna refutación seria a la teoría. En esta situación se plantea una cuestión angustiosa: ¿Debe decirse la verdad públicamente a este Estado, uno de los más ricos y más poblados de los Estados Unidos? La comisión encargada de la investigación ha llegado a la conclusión de que no se debe hacer porque el pánico a veces puede causar más víctimas que el propio seísmo, y porque como no puede haber ninguna certeza, quizá sería dar una falsa alarma, y esto restaría credibilidad el día en que de verdad hubiera fundamentos seguros. En cualquier caso, y en la mejor de las hipótesis, la previsión no puede ser muy precisa: antes de 1982, pero ¿qué año?, ¿qué mes?, ¿qué día? ¿cuándo se podrá saber?

El profesor Frank Press, presidente de la Unión Geofísica americana, acaba de declarar: «si se aplicaran en California las técnicas de protección y de evacuación utilizadas en China podríamos salvar miles de vidas humanas». Pero América no es China y no existen decenas de millones de individuos ultra disciplinados dispuestos a obedecer a las consignas sin rechistar.

El estado de California, como una buena democracia, prefiere preparar una campaña de información para enseñar a los ciudadanos cómo comportarse en caso de terremoto. Recomienda, y quizá algún lo día lo haga obligatorio, un tipo de construcción que en caso de seísmo se derrumbe pero no mate. Después de todo, esto quizá sea el comienzo de la solución: No enfrentarse a la naturaleza, sino aprender a vivir con ella dado que no se la puede transformar.

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