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Tribuna:LIBROS
Tribuna
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La subversión social de las prostitutas

Ángel S. Harguindey

De la trinidad decimonónica: tener un hijo, plantar un árbol y escribir un libro, todo parece indicar que lo más sencillo en estos tiempos es el escribir un libro. El incremento de la natalidad y la repoblación forestal gana día a día en inconvenientes y dificultades. Los libros, por el contrario, pierden vertiginosamente su carácter mítico y de ser la sublimación del saber han pasado a convertirse en objeto fácil y cotidiano consumo y, por tanto, de apremiante necesidad productiva.A nadie le sorprende ya el ver en los quioscos -que por cierto están ganando por la mano a las librerías en tanto que expendedores de libros- el análisis más o menos novelado, más o menos ilustrado, del último atentado político o la última revelación cinematográfica. Si en este mundo todo se compra y se vende menos el cariño verdadero, mucho nos tememos que en el campo editorial se vende incluso el mencionado v verdadero cariño. De este modo tampoco sorprende el comprobar cómo surgen nuevos gneros en el supuesto de que se admite una subdivisión de la literatura por parcelas radicalmente diferenciadas. El libro-reportaje gana adeptos y crea empresas especializadas en los mismos. (Pronto surgirán premios literarios dedicados específicamente a ellos.) El estilo, la coherencia con la obra anterior, un sinfín de problemas que tantas cabezas quebraron entre los profesionales de la crítica literaria saltan por los aires, por la simple dinámica de los hechos. Resulta evidente que un libro sobre el último raid de la aviación israelí en el aeropuerto ugandés posee un estilo tan propio como una novela de Proust o de Gunter Grass, otro problema distintos sería el valorar cualitativamente los diferentes estilos, pero lo que resultaría inútil discutir, por es que el lector de la segunda mitad del siglo XX siente un interés mayor por las hazañas bélicas que por las elucubraciones literarias.

La manipulación de los gustos o hábitos del lector presupone la oferta de nuevos productos, acordes con lo que se anhela manipular. En un terreno práctico el ejemplo, o uno de ellos, más claro es el de las prostitutas. Vayamos por partes: antaño el escritor vanguardista o con «intenciones sociales» (y apréciese el maniqueismo de la lengua que impone la utilización de términos como prostitutas y social, que no dejan de ser, en definitiva, conceptos morales) llegado el caso no dudaba en escribir. con mayor o menor talante mesiánico, un alegato redentor de las prostitutas -se llegó incluso a acuñar el concepto del «oficio más antiguo del mundo» en un afán de justifición cronológica, difícil de comprobar, por otra parte-. Posteriormente se las ensalzó como «marginadas sociales» y, en ocasiones, se las mostró como especímenes curiosos dignos del divertimiento estilístico.

Intermediarios

En la actualidad las prostitutas parecen dispuestas a eliminar y intermediarios y escriben directamente sus libros. Xaviera Hollander (Llámeme señora, se titula su consultorio sentimentaI-sexológico en Penthouse), otra célebre prostituta con plaza en Nueva York, ahora vende sus libros por millones -el más conocido de ellos alcanzó en los USA unas ventas de 10 millones de ejemplares-. Ulla, la líder del movimiento francés, cuyo cenit subversivo lo alcanzaron en Lyon, se dedica a la firma de ejemplares de su Ulla, por Ulla, en los grandes almacenes y drugstores. Sylvie Bourdon, dedicada a la interpretación de películas porno (seguimos con términos morales) escribe El amor es una fiesta y parece venderse estupendamente en la pecadora Francia. El caso de la Boardon es especial: en su curriculum figura una licenciatura en Económicas y, probablemente, sus inquietudes intelectuales, a más de dedicarse al cine, condicionaron su desviacionismo sexual: es sádica y alardea de ello (para más información, véase el filme biográfico, Exhibition 2). En el periodismo de garra, cabe mencionarse a Fyona Richmond, reporter-estrella de Club y Men Only, dos publicaciones londinenses que parece se están comiendo la tostada del mercado. Fyona escribe reportajes del estilo Cómo se hace el amor en Bankok y utiliza para ello el método instintivo, que dijo Steinbeck, es decir, lo vive. En esta breve selección no podía faltar el libro nacional, aunque lo cierto es que dicho libro -y creemos que es el primero en su estilo- acaba de aparecer en el mercado. Nos referimos a Conversaciones con la Mary Loly, de J. R. Saiz Viadero. El libro lleva como subtítulo 40 años de prostitución en España y si añadimos el dato de que Mary Loly es un nombre falso -no así lo que cuenta- tendremos dos características diferenciales del género: por una parte la protagonista no se atreve a presentarse con su nombre -temor y pudor- y, de otra, el libro adquiere un tono historicista y recopilador de legislaciones -se intelectualiza- En cualquier caso, el libro-reportaje se funde con las memorias, de honda raigambre literaria y con el alegato reivindicativo, pero con la particularidad de que quien clama lo hace en nombre propio. Existe también una característica específica de algunos de los libros señalados que, quizá, encuentre su máxima representación en las propuestas de Regina, la prostituta de mayor fama de Moscú, actualmente exiliada (véase el libro Sexo y corrupción en la Rusia de hoy). Regina, licenciada en Filosofía y Letras, ahoga por la implantación de camas en las escuelas, con el objeto de que los infantes conozcan el mundo del amor, dirigidos por expertos. Ulla se opone a la legalización de la prostitución en Francia (si se legaliza no podríamos escoger a los clientes, es decir, rechazar a los que no quisiéramos, porque estaríamos obligadas por Ley a ejercer nuestro trabajo siempre que se nos requiriera). La característica es la de la subversión, una subversión que si aparentemente no es política es desde luego moral, y la moral -todos los sabemos- es uno de los pilares del tinglado. Las prostitutas, pues, nos cuentan sus vidas en forma de libros y procuran subvertir lo establecido.

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