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Entrevista:

Aranguren: "La democracia es algo incómodo, difícil, arduo"

EL PAIS: Al profesor Aranguren enterado de la reciente disposición gubernamental por la que se deja sin efecto su separación de la cátedra universitaria en 1965, le preguntamos acerca de cómo se ve su vuelta, tras once años de obligada docencia en el extranjero, a las aulas de la Universidad española.Aranguren: Antes de que la noticia apareciese en la prensa, sabía yo, por el propio ministro, aunque indirectamente, que se había adoptado la resolución que nos hace justicia a Tierno, a García Calvo y a mí. Se ha preferido dar publicidad a nuestra reivindicación separadamente de la de la amnistía, puesto que en ningún caso hubiésemos aceptado reincorporarnos a nuestras cátedras como amnistiados. Así lo hice constar más de una vez en los periódicos. En nuestra expulsión de la Universidad no hubo culpa por nuestra parte. sino lisa y llanamente injusticia cometida contra nosotros por el Gobierno de entonces. ¿Cómo se va a aplicar la disposición? No lo sé muy bien; pero sí sé la única aplicación que admitiré. Se me ha hablado de la creación de unas cátedras especiales, a extinguir con las personas que las ocupen, esto es, vitalicias. Si es así, supongo que las mismas estarán destinadas no a nosotros, sino a los usurpadores de las que en buena ley nunca dejaron de ser nuestras. Yo, por lo menos. no aceptaré ninguna cátedra especial, sino únicamente la mía. Con los usurpadores, que hagan lo que quieran; no tengo nada personal contra ellos. El problema se resolverá por decisión, creo del rector y ya no necesariamente del ministro.

EL PAIS: Han pasado once años. Muchos jóvenes de hoy no saben bien lo que ocurrió entonces, en 1965. ¿Quiere usted recordarlo para nuestros lectores?

Aranguren: No estoy muy seguro de que eso tenga interés. Yo, desde luego, no me siento tentado en absoluto por semejante voluntad de recordación. Tendrán ustedes que avudarme, ¡Soy tan indiferente a tales cosas!

EL PAIS: El conflicto surgió de, una asamblea de estudiantes más o menos cobijada por un capellán, hoy secularizado y hermano, por cierto, de una alta autoridad en el equipo de Robles Piquer.

Aranguren: Sí, así fue. La asamblea se trasladó, puede que a través de la Facultad de Derecho, a nuestra Facultad de Filosofía y Letras. Y llegó a transformarse en una manifestación pacífica en marcha hacia el rectorado al frente de la cual yo me puse. ¿Quién era el rector? No era Royo Villanova; debía de ser Gutiérrez Ríos, porque el ministro era Lora, y a ministro del Opus, rector del Opus. Más que de los nombres, me acuerdo de los incidentes de la manifestación. Ya más o menos frente al edificio del rectorado, nos encontramos con las fuerzas armadas. Nos detuvimos. Yo me adelanté y me dirigí al que parecía su jefe, un coronel o un comandante, preguntándole que por qué no nos dejaban seguir. Me preguntó él a su vez cuáles eran nuestras intenciones. Yo se las expuse: entregar pacíficamente al rector una nota que consignaba reivindicaciones estudiantiles de las que los catedráticos presentes nos hacíamos solidarios. Me contestó que debía consultar a su superioridad, que era cosa de pocos minutos. Se marchó y nunca se volvió a saber de él. Es decir, sí que se supo, porque al cabo de un tiempo, cuando ya todos nos habíamos sentado, llegaron camiones cisterna que enchufaron sus mangas contra la masa de manifestantes, no contra nosotros, que estábamos a la cabeza. Era un día lluvioso y muchos chicos llevaban paraguas. Los abrieron para protegerse. Al día siguiente, me contó alguien, estaba aquel lugar lleno de paraguas rotos. A pesar de ello no se movió nadie. Me adelanté unos cien metros para intervenir ante un oficial. Su contestación fue: «Queda usted detenido.» Así lo entendí yo, pero ante una nueva interpelación mía, me aclaró que estaba «retenido». Se produjeron entonces varios choques, y los policías arremetieron contra los chicos a golpes. Esos, como les dije, estaban sentados, luego indefensos. Saquen ustedes las consecuencias. Claro que en seguida se pusieron de pie y empezó la refriega. Intenté volver con ellos, pero los policías me obligaron a subir a un jeep. Por cierto que en él oí las conversaciones radiofónicas que los policías mantenían. Era curiosísimo. Hablaban de lo que esta ocurriendo como si se tratase de una verdadera acción bélica. «Nuestras tropas avanzan -decían-, el enemigo se repliega». «lo tenemos dominado». Recordando ahora resulta cómico. Nos llevaron a la DGS a Montero Díaz, a García Calvo, a mí y a un cuarto personaje. Yo creía que este era un profesor de Ciencias; yo no le conocía. Pero luego resultó que el pobre hombre era uno de esos que enseñaban formación política o como se llamase entonces. Nos pidieron la filiación. Yo tenía curiosidad por saber si García Calvo seguiría diciendo en esta ocasión, como lo había hecho sistemáticamente en la Secretaría de la Facultad, que no disponía de domicilio fijo, que una noche dormía aquí y otra allá. Terminó por dar la dirección de no sé qué pensión en no sé que calle.

Juicio

EL PAIS: Una manifestación universitaria como la que ustedes encabezaron fue juzgada por el Tribunal de Orden Público; la sentencia excluyó a ustedes de por vida del ejercicio de la docencia en la Universidad. ¿Qué complejos políticos cree usted que influyeron en el ánimo del Gobierno para propiciar tamaña exageración en la injusticia? ¿Algún ajuste de cuentas?

Aranguren: Es más que probable. Nuestra actitud en la cátedra y en la vida pública venía siendo molesta, porque era crítica, disidente. Se habían hecho cosas. Cada uno de nosotros las hicimos a nuestro modo. A veces, incluso, conjuntamente. Tierno y yo fuimos vicepresidente y presidente de algo que se llamó Reforma Universitaria. La palabra reforma me parece hoy inadecuada, ya que la utilizan Fraga y sus amigos. Por cierto, que con Fraga, a la sazón flamante Ministro de Información, tuve un percance violento -la violencia, naturalmente, contó en su haber- en el año 63, que sospecho no dejó de pesar en la sanción de 1965. A un documento que junto con otros, yo firmé protestando por procedimientos inicuos seguidos con mineros asturianos, el señor Fraga contestó con un. vendaval de sin razones.

EL PAIS: La instrucción del expediente académico, ¿produjo situaciones dignas ahora de mención?

Aranguren: El instructor del expediente, el profesor De la Calzada, mal llamado profesor, que nunca debió serlo, ya que su acceso a la cátedra fue una conquista más bien bélica, tuvo, especialmente conmigo, comportamientos indignos pero que al hilo de la memoria se me quedan en pintorescos. Actuando como instructor llegó a amenazarme con que «me rompería la cara en cuanto finalizara el expediente».-Presenté, como es natural, el consiguiente escrito de recusación, pero en balde. Ni a él lo sancionaron, ni a mí tampoco. No sancionarle a él implicaba la sanción a mí, que habría mentido en el escrito. Pues ni lo uno, ni lo otro. De la Calzada estaba obsesionado con mi actuación en la guerra civil. Quería saber si yo había matado. Insistía en que yo había estado en el ala nacional sirviendo en artillería. Según él, es imposible en este arma no haber disparado. Tuve que explicarle, y varias veces, que yo conducía camiones y que me constaba no haber atropellado a nadie. En aquellas conversaciones, desde luego que el «paciente» era él y no yo. Claro que si él estaba en el diván psicoanalítico, yo me sentaba en el banquillo de los acusados o poco menos,

Solidaridad

EL PAIS: ¿Tuvo usted en aquél 1965 sensación de que sus colegas, los liberales, claro está, o liberalizantes, se hacían solidarios de su gesto, o, por el contrario. sintió usted que clareaba el grupo de amigos?

Aranguren: Prefiero poner el énfasis en lo positivo y no en lo que lo fue menos. Debo destacar la renuncia a su cátedra de Estética en Barcelona de José María Valverde. «No hay estética sin ética», me dijo, tras haber presentado su :renuncia irrevocable. Estoy seguro de que ya se habrá pensado en el actual Ministerio la manera de arreglar su vuelta. ¿Otras actitudes, en apariencia o en realidad, menos gallardas? No me atrevería ahora a juzgarlas. Dependen del grado de libertad política de las personas que las adoptan y también de su libertad económica. Por eso Valverde fue doblemente noble, ya que su oficio es el de poeta, poco rentable, poco mercantil. Rompiendo el fuego, que es lo que hicimos nosotros. se depara siempre incomodidades a otros. Pero créame que mi defensa frente a tales cosas consiste en la distancia que siempre procuro tomar respecto de lo que hago. Y esta distancia es la que sospecho que se me perdona peor. Pero en fin, Vds. me hacen rememorar todo aquello. Ya les he dicho que me falta hoy interés para hacerlo con pasión. En mi libro Memorias y esperanzas españolas intenté enfriar aquellos y otros hechos. Quizás esa frialdad ha sido más el motivo del cierto silencio de la crítica ante el libro, y no tanto en cambio la inevitable rememoración. No sé, probablemente el libro, como todos los míos, es malo.

EL PAIS: ¿Vuelve usted a la Universidad esperanzado en los proyectos de democracia que hoy alientan entre nosotros?

Aranguren: Tengo mis temores de que no nos demos todos cuenta "bien de lo que es la democracia. Mi amigo Fernando Claudín ironiza con acierto cuando dice que en ciertos ambientes se marcha hoy triunfal, imperialmente a la democracia. No debe ser así, si queremos llegar a acercarnos a la meta. La democracia es algo muy incómodo, difícil, moralmente arduo. Exige sacrificios, participación en algo más que en el estreno de unas urnas, presencia no remunerada aquí y allá. Probablemente sea muy difícil ser demócrata sin ser socialista. Y por cierto, que yo reprocharía también a los líderes de la. oposición que sonrían tanto, que también ellos lo presenten todo, hasta en sus rostros, como si fuese cómodo de realizar. No, no. A la democracia no llegaremos como a aquel paraíso que nos prometían los tecnócratas del Opus, esto es en un automóvil de lujo. En la democracia se hace más necesaria y más tensa la correspondencia entre política y moral. No por hacer moralismo, pero pienso que en esta etapa inmediata de la vida española subrayar la función moral es apoyar la política democrática.

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