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La socialdemocracia alemana, entre las urnas y Berlín

Tanto la Unión Soviética como el Gobierno de Pankow parecen dispuestos a forzar la mano en Berlín. El momento elegido es oportuno: la socialdemocracia no quería verse, seguramente, en la necesidad de poner punto final a su ostpolitik en vísperas de elecciones. Si bien la ostpolitik puede resultar inoperante por muchos motivos -y el señor Kohl, candidato de la democracia cristiana a la cancillería, ha sabido, con la ayuda del señor Strauss, destacar esos motivos-, lo cierto es que nadie puede ofrecerle ahora al pueblo alemán una nueva era de tensiones con el Este. En todo caso, si la ospolitik está muerta hay que enterrarla en silencio.Ésto es lo que ha tratado de hacer hasta ahora el señor Schmidt, quien, por otra parte, tampoco puede olvidar los miles de millones de dólares que los países del Este le deben a Alemania Federal, ni el hecho de que la existencia de sus mercados, incluidos el de la RDA, le han permitido durante los últimos dos años mantener a muchas fábricas con las puertas abiertas. Las piedras que Schmidt tirase ahora contra los principios de la ostpolitik podrían caerle en el propio tejado.

Se explica así, en buena medida, el «tacto» con que el Gobierno federal está encarando los incidentes de Berlín, provocados por un súbito -y muy sospechoso- endurecimiento de Pankow. Después de haber matado a un camionero italiano -que por si fuera poco era miembro del Partido Comunista Italiano- y de haber detenido a varias personas que se habían internado en zona oriental, la RDA ha «celebrado» el 15 aniversario de la construcción del muro de Berlín con un desfile militar, lo cual no puede dejar ninguna clase de dudas acerca de sus intenciones. Anteayer, los representantes de Bonn y de Pankow se han reunido en la ciudad para discutir sobre las últimas fricciones fronterizas. Por lo poco que se ha podido saber, los negociadores de la RDA se están mostrando intransigentes. En otras circunstancias, la RFA hubiese reaccionado con vigor y, probablemente, les habría mostrado ya a los «otros» alemanes los peligros que para Pankow entraña un enfriamiento comercial de la República Federal. Pero aparte del hecho de que el SPD no quiere confesar el fracaso de su ostpolitik delante de las urnas, Bonn quizá también está teniendo en cuenta que su dureza sólo serviría en este instante para hacerle el juego a la URSS.

En ese aspecto, dos circunstancias saltan a la vista: por un lado, Moscú parece muy interesado en ajustar el cinturón de las naciones que se mueven en su órbita. Los sucesos de Polonia y las características estratégico-militares de los proyectos de concertación industrial presentados por el señor Podgorny y los directores del Gosplan durante la última reunión del COMECON en Berlín, son bastante explícitos al respecto. Si la RFA, que es hoy uno de los pocos países occidentales -casi el único de la Europa de los «nueve»- que sostiene un volumen significativo de comercio con el Este, decide cortarle los víveres a Pankow, a Praga o a Varsovia, la URSS se encontraría con el camino completamente despejado en su área, lo cual no haría más que fortalecer el muro de Berlín. Por el otro, Bonn sabe perfectamente que cualquier iniciativa unilateral suya respecto del Este no contaría con el respaldo de los Estados Unidos ni con el de Francia y Gran Bretaña, «herederos» de Berlín junto con la URSS. Así lo habrían sugerido, por lo menos, el «premier» Callaghan y el presidente Giscard d'Estaing durante sus últimas conversaciones con el canciller Schmidt. Por lo demás, Washington también está viviendo su gran hora electoral, y es muy improbable que el Partido Demócrata, tan cerca, aparentemente, de la Casa Blanca, quiera cambiar, a pesar de sus roces con el señor Kissinger, el status de la ciudad o las premisas de la «detente». Paralelamente, en Bonn existe el convencimiento de que la «Institucionalización» propuesta por el señor Sonnenfeldt para el Este, vale también para el Oeste. Washington no reconocería nunca el derecho o la «independencia» de la RFA para iniciar, por su cuenta, una nueva guerra fría.

Así, pues, al forzar la mano en la antigua capital del Reich, la URSS y la RDA saben bien lo que se hacen. Pero si la posición de la socialdemocracia es muy delicada para replicar, también lo es para callar. Las mismas razones electorales que inducen a Bonn a evitar un rompimiento espectacular, lo obligan, a la vez, a no ceder demasiado terreno. Pankow prohibió la semana pasada el paso por su territorio a once autobuses cargados de manifestantes -y además manifestantes demócratacristianos- que pretendían recordar en Berlín el levantamiento del muro y protestar por los ataques de los «vopos». Tal prohibición ha sido interpretada por Bonn como una clara violación del acuerdo de tránsito firmado en 1971 y del propio tratado de Helsinki, que habla muy claramente de la «libre circulación de las personas y de las ideas». La RFA puede enterrar a la ostpolitik a condición de enterrarla a la chita callando; pero lo que ni el SPD ni la CDU-CSU pueden hacer es admitir la situación de Berlín -al que, de hecho, consideran como uno de los «lands»- ni la participación de Alemania, por más «detente» y doctrina Sonnenfeldt que haya por medio.

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