La otra lengua de Maragall
En verso, Maragall escribió siempre en catalán; en prosa, usó esta lengua y el español alternativamente, y su obra total se reparte casi por igual entre ambas. Hay que decir que el prosista Juan Maragall, ciertamente inferior al poeta Joan, no tiene nada que envidiar a los escritores de cualquier parte de España dentro de su generación, aunque no tenga la genialidad creadora que tuvieron los hombres del 98, y que él tuvo en poesía. En todo caso, la catalanidad de Maragall es extrema: su instalación en Cataluña es plena e intensa; todo lo mira desde allí; viajó poco; nunca residió con habitualidad fuera de Cataluña, ni apenas de Barcelona. Cuando escribía en lengua española era también para Cataluña, ya que se trata casi íntegramente de artículos en el Diario de Barcelona. Esto es lo que ha impedido que Maragall tenga circulación general en España: sus géneros literarios. El diario en que escribía no se leía más que en Barcelona, a lo sumo en Cataluña; aparte de la colección en Obras completas, no se hicieron libros con los artículos de Maragall. El valor permanente que pudieron tener -que hoy resulta evidente a distancia- no fue visto, ni siquiera en su propia región. Creo que sería, conveniente la «desamortización» de Maragall, su lectura general y lo más amplia posible.
Pero hay que decir que Maragall vivió ambas lenguas, no meramente las utilizó instrumentalmente, y por eso puede hablarse de dificultades o conflictos, y por eso fue un escritor en las dos. Creo que Maragall se fue instalando progresivamente en la lengua española, que se llama así, dice, aunque no sea la lengua de todos los españoles. En 1895 habla de la «preocupación del estilo, una preocupación de escribir bien el castellano revelada en ciertas frases hechas, en ciertos giros muy castellanos seguramente, pero por esto mismo de escasa espontaneidad, de ningún arraigo en el sentimiento del autor». « Defecto es éste inevitable en poco o en mucho -añade- para cuantos escribimos en un idioma que no es el nuestro materno; defecto en el que tal vez estemos incurriendo en las mismas frases con que pretendemos advertir a otros. La verdad es que los catalanes que escribimos en castellano nos vemos en el caso paradójico de esforzarnos en ser espontáneos y de premeditar la sinceridud de nuestra expresión.»
Poetas catalanes en castellano
Unos años más tarde, en 1902, se ocupa Maragall de los poetas catalanes que escriben en castellano, y encuentra en ellos «aquel agraz delicioso de la lengua castellana que se encuentra en Fray Luis de León y otros clásicos madurados al sol greco-latino, y cuyo secreto parece perdido en los modernos poetas castellanos. Hay en aquéllos un no sé qué de austeridad catalana en el sentimiento, y de noble sobriedad en el lenguaje que equivale a lo mejor de la influencia clásica, a expensas, sin embargo, de la emoción poética, que sólo brota palpitante y comunicativa cuando el poeta habla en vivo, esto es, en su lengua íntima».
Esto es particularmente interesante: «su lengua íntima», esto es el catalán para Maragall, y para la inmensa mayoría de los catalanes; pero no todo es intimidad, y precisamente desde ella se puede enriquecer la otra lengua también propia. ¿Se duda que lo fuera para Maragall? Al prologar en 1908 el libro Hores lluminoses, de Morera i Galicia, que se quejaba de haber pasado tres cuartos de su vida sin escribir en catalán, Maragall le dice: «D'aquesta pena vostra procedeíx gran part de la nostra delicia: perqué de la freqüentació poética amb la noble llengua castellana, que us era connatural, heu dut a la nostra un element que calia a sa renaixença literaria, una elegancia que heu sabut assimilar-li tant més profundament quant amb més amor de neófit l'heu tractad a per la vostra tardança.»
La intimidad de Maragall
Y no se trataba sólo de literatura. Las cartas a Pijoan -siempre escritas en catalán-dejan ver resquicios de la intimidad familiar de Maragall. Aparece su mujer, Clara Noble, que a través de la obra del poeta tan noble y tan clara se muestra, con su bellesa molt recóndita, com la viola que embalsama els boscos-, y sus hijos, que van naciendo, hasta trece. «La Clara -escribe Maragall al amigo ausente, en octubre de 1903 -també estaba amb ansia: cada día a ¡'hora del carter em preguntava si hi havia noves de vosté. El saluda afectuosament. Els petits -no es un dir-ho, no- potser no pasa dia que no l'anomenin. El noi gran tot sovint surt amb aquesta: «Papá, ¿dónde está el señor Prussián ?» Y en otra carta, poco después: «Ara han entrat les meves bessones. - «¿Qué quieres que le diga al señor Pujoan? - Que venga» - Aixó es parlas en plata. La Clara em saluda amb afecte.» Y todavía dentro del mismo año: «A l'altra plana la Clara vol contestar lo mellor que ella pu gui aquelles lletres de noble galanteria amb que vosté li dóna l'enhorabona de son vuité filli. Quin bell tall clássic el d'aquella carta. ¡Que noblement espanyola! ¡Quin home que és vosté! »
Y, quizás más que nada, el contacto con los escritores del 98, con Unamuno ante todo, le hace penetrar profundamente en la otra lengua. La había sentido, en alguna medida, ajena; pero ¿no les pasaba lo mismo a los escritores que sentían la necesidad de renovarla desde su raíz,, de superar la inautenticidad en que, salvo excepciones, había caído en los últimos decenios del siglo XIX? Eso, que he llamado «la interpretación regional del descontento, ¿no hace a Maragall, y a otros, creerse lejos de una lengua también suya, porque no sienten como propias las formas literarias dominantes o lo que en ella se dice, al menos lo que sobrenada?
En 1906 le escribe a Unamuno: «Nunca había sentido tanto la hermandad de las lenguas castellana y catalana como en la traducción que me ha dado de mi Vaca cega. Es un portento. O es que cuanto más se ahonda en cualquier idioma, más se acerca uno a su profunda convergencia: y nada ahonda como la poesía. Además, hay entre nuestras dos lenguas la doble hermandad latina e ibérica.»
Pasa al página 8
La otra lengua de Maragall
Viene de la página 7 mos de Maragall, se titula ,Catalunya i avant», pero está escrito en español y lleva como lema los dos Versos de Unamuno: «La sangre de mi espíritu es mi lengua / y mi patria es allí donde resuene.»
De ellos -dice Maragall- ha de arrancar su contradicción a lo que Unamuno, a quien llama «el español más representativo que hoy existe en la Península», había dicho. «Dijo y sostuvo que los catalanes debíamos esforzarnos en catalanizar España y que debíamos hacerlo en castellano: que de este esfuerzo, simultáneo con el de cada región para imponer su espíritu en el conjunto, había de resultar la verdadera nación española.»
«Pues yo creo -responde Maragall- que esto no puede ser: que la personalidad catalana no está bastante fuerte para tal intento, y que emprenderlo por aquel camino sería nuestra ruina definitiva, sin provecho alguno para la nación española.» «La prueba ha sido hecha nada menos que por cinco siglos. Cataluña se incorporó, espiritualmente y todo, al Estado hispano-castellano.» Y Maragall se pregunta qué ha quedado, dónde está el rastro de catalanismo, lo catalán en España, «qué sustancia ganó España con tenernos, qué ascendió Cataluña por tal incorporación». De los catalanes ilustres (Boscán, Pí, Balmes, Piferrer, Capmany, Milá) se pregunta si alguien sabe fuera de España, o aun dentro de ella, que eran catalanes, mientras que lo sabe de Verdaguer, Torras y Bages, Prat de la Riba, Cambó, Corominas, Gaudí, «y por catalanes representan algo en la cultura y en la política españolas».
Creo que Unamuno hubiera podido mostrar una considerable dosis de catalanidad en la primera lista de nombres -el olvido voluntario de Capmany me parece una de las grandes infidelidades a Cataluña de los catalanes que asumen más su representación-y hoy, al cabo de sesenta y cinco años cabría preguntarse cuánto queda vivo en Cataluña de algunos de la segunda lista. Pero lo más interesante es lo que Maragall agrega: que si se ha hecho caso a lo que los catalanes decían en castellano, ha sido porque se ha sentido que aquellas palabras «tenían un fermento catalán», que venía «del verbo catalán resucitado». «Podemos arrancárnosla esta lengua" ¿Podremos hacer nuestra, injertar en nuestra garganta y en nuestro corazón la gloriosa lengua de Castilla? ¿Qué importa que usemos también la castellana? Si alguna alma sentís en ella cuando la hablamos, es el alma de la otra; sin ella no nos oiríais siquiera.»Entendimiento ibérico
«No, mi admirado don Miguel de Unamuno -concluye-; no, amigo mío muy querido; no puede ser, no podemos tomar la lengua castellana como lengua propia", no podríamos hablar. Ahora nos damos a entender en ella porque la otra está dentro; y cuanto más firme y más fuerte la hagamos dentro, más nos daremos a entender en todas las lenguas. ¡Adentro!: usted ha dado vida a esta palabra en una obra breve, fuerte, inolvidable.»
Y tras estos párrafos admirablemente escritos en el más vivo castellano, desde dentro, Maragall, al declinar su vida, proclama un catalanismo en retirada, de exclusivismo sin hostilidad entre hermanos, de «dejarse en paz unos a otros». Ninguna imposición mutua, hasta, llegar a la raíz común, a la raíz ibérica que indudablernente existe. «Allí hemos de encontrarnos, allí hemos de entendernos (y por cierto hablando cada uno, en su lengua), allí hemos de unirnos valorando cada uno su elemento y su fuerza en la raíz común.» Allí ve Maragall «la España grande la castellana-catalana-vasca-portuguesa», «el alma peninsular aún por descubrir, la gran civilización ibérica aún por hacer, y por la que seremos algo, mucho en el mundo».
Unamuno pensaba que los españoles todos, de cualquier región, deben ejercer su «imperialismo» sobre el conjunto, catalanizar, galleguizar, vasquizar España, y todo ello en la lengua general. Maragall encontraba el catalán irrenunciable y se sentía incapaz de esa catalanización general de España. Catalunya i avant quería decir para él: ¡adentro!
Ha pasado mucho tiempo y el mundo ha dado muchas vueltas. Se han hecho diversas experiencias, se han cometido demasiados errores, y ahora vamos a empezar de nuevo una etapa de la historia, espero que más inteligente que las últimas. Para ello he creido esencial traer a la memoria la admirable figura de Maragall, su nobleza, su patriotismo catalán y español, su capacidad d e amor y ad miración, su profund a raíz religiosa, que le hacían sentir respeto y entusiasmo por la realidad, su talento creador, que le permitía no vivir poseído de oscuros resentimientos. Los catalanes, desde luego, los españoles todos, no podemos permitirnos el lujo suicida de olvidar a Maragall.
Pero ha pasado ya bastante tiempo desde que murió; y habría que completar su visión con la nuestra, añadir nuestros Ojos y los de cuantos en este siglo han mirado con veracidad las cosas a los suyos tan perspicaces y luminosos.
Creo que hay que rectificar la interpretación «castellanista» de España, obra muy principal de los no castellanos. Creo que se podría mostrar que España ha sido y es mucho más catalana de lo que Maragall pensaba, y mucho más vasca que lo que se dice, y más gallega y andaluza y navarra y aragonesa... Recordando la frase de Ortega «Castilla hizo a España, y Castilla la ha deshecho», hace ya tiempo que propuse una rectificación esencial: «Castilla se hizo Espana». Hablar del «Estado hispano-castellano» me parece un error político fundado en un error histórico.
Y en cuanto a las lenguas, cada una tiene su propia vida, condición, posibilidades, futuro, y nada confunde más que tomarlas en bloque. Pero es claro que el catalán es irrenunciable. Cuando los catalanes hablan la lengua española, «la otra está dentro» -dice Maragall- Claro que sí. Dentro, fecundando y matizando la otra, desde la intimidad; pero los catalanes están también «dentro de la otra», es decir, instalados en ella, en esa doble. instalación sin paralelismo que es su destino histórico y, si lo aceptan creadoramente, su privilegio.
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