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La Monarquía y el estilo del caudillaje

El que firma este artículo, aparte de no tener relevancia alguna en el campo de la política, no pertenece a partido o asociación política de cualquier clase. Es, pues, un genuino representante de la llamada mayoría o minoría silenciosa.Nunca fui un devoto de la Monarquía; no siento la Monarquía; pero siento España y creo firmemente que hoy el fracaso de la Monarquía constituiría un desastre para nuestra patria.

Precisamente porque me horroriza tanto la idea de que la Monarquía no llegara a consolidarse o no tuviera el éxito que considero imperativo, es por lo que me permito lanzar mi voz de alarma.

Todos estos días hemos podido comprobar a través de la televisión, la radio y la prensa, la fervorosa y entusiasta acogida que se ha dispensado a los Reyes en las provincias gallegas, que en nada ha desmerecido ante el delirante entusiasmo que caracterizó su recibimiento precedente en las provincias andaluzas y catalanas.

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Ha sido, pues, un recibimiento multitudinario, con una «música de fondo», que tanto recuerda actos semejantes que se han sucedido y planteado en estos últimos cuarenta años. Si cambiamos los gritos de «Franco, Franco» por los de «Juan Carlos, Juan Carlos» y «Sofía, Sofía» tendríamos una reproducción fiel de aquellos actos que todos recordamos. De aquí surge mi preocupación: ¿No se está creando y estimulando un ambiente de caudillaje? ¿No es éste, por su naturaleza, contrario a los principios que debe aspirar una monarquía moderna? ¿No se ha dicho una y mil veces que el caso de Franco, por una serie de circunstancias, es irrepetible?

Pero todavía encuentro un hecho diferencial en estas manifestaciones. En tiempos del Generalísimo, ante la multitud que lo aclamaba, Franco desde un balcón se limitaba a saludar o dirigir una breve alocución que no se entendía porque era seguida y borrada por los gritos y aplausos de una masa delirante. Rara vez, hablaba un alcalde, y si lo hacía era simplemente para, en tono triunfalista, exaltar la obra del Caudillo.

Ahora en cada acto los alcaldes leen un largo discurso y «mirando al tendido» ponen de relieve todos los graves problemas y todas las aspiraciones de su población. El Rey responde al discurso del alcalde y aun cuando su discurso es siempre ponderado y prudente, no puede evitarla palabra «prometo», que es acogida con enorme entusiasmo.

En realidad el Rey ha prometido que se estudiarían los problemas y las aspiraciones, pero lo que prende en la masa es la promesa: «el Rey ha prometido».

El espíritu de esas multitudes, aun cuando todas lo ignoran, continúa siendo franquista, pero de un franquismo renovado que contem pla un caudillo joven, lleno de vitalidad y dispuesto a resolver con una varita mágica todos los problemas.

Por otra parte, las declaraciones frecuentes de los ministros sólo enturbian y agravan el panorama: "el Rey es el motor»; «el Rey es el que dirige y encauza nuestra política ... »

¿Qué ocurrirá cuando pase la euforia postfranquista, en realidad impregnada de franquismo, y el pueblo se enfrente con una dura realidad y con proyectos de soluciones siempre discutibles? ¿Es que se desea que se discuta al Rey? La Corona debe estar por encima de las controversias y en nuestro caminar histórico, al Rey no debe corresponderle otro protagonisrno que el que definen las puras esencias de una Monarquía Constitucional.

Doy por descontado que nadie piensa en un salto atrás y en el establecimiento de una Monarquía absoluta o casi absoluta. Siendo esto así, ¿cómo pueden no entender esto los políticos que están o deben estar empeñados en la consolidación y éxito de la Monarquía?

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