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Tribuna
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El Marte que no existe

La nave Viking empezará pronto a estudiar si hay o ha habido vida en el planeta. Desde luego parece ser que en todo caso la posible vida que allí hubiese sería bastante rudimentaria dadas las adversas condiciones atmosféricas en el planeta, lo cual frustra un tanto nuestras ilusiones que se remontan a la infancia, a aquel terrible e imbatible Mekong verdoso y calvo, feroz enemigo del impoluto Diego Valor.Cada uno de nosotros, habitantes de grandes ciudades, llenas de polución y ruido, de velocidad vertiginosa y agresión creciente, en el fondo de nuestro inconsciente de niños-hombres, ¿qué es lo que hubiéramos deseado hallar, en ese Marte de nuestras fantásticas epopeyas infantiles?

Tal vez ese paraíso natural donde las cosas son de una sola pieza, ese paraíso tantas veces perdido y tantas veces deseado, donde empezar de nuevo, de una manera distinta, relajada. Tal vez como Bradbury lo imaginó: parajes iluminados por mellizas lunas, un templado planeta de colinas azules y canales de vino verde surcados por delicadas embarcaciones, una música serena en el aire tranquilo, la noche iluminada por antorchas.

Pero no existe tal paraíso. El Viking-1 lo más que podrá es mostrarnos unos microorganismos debatiéndose en una vida que desde aquí se antoja un tanto precaria. Guardemos las Crónicas marcianas junto a nuestras ilusiones en un estante de la biblioteca. Bajemos a la calle: ahí está la vida, lo que existe en realidad. No la que hubo al principio ni la que pudo haber existido sino la que hay. Vista así de cerca, también parece precaria. Pero llena de posibilidades.

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