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El humanismo marxista de Mondolfo

La obra de Mondolfo se inserta en la contradicción originaria, dialéctica del marxismo mismo. Por una parte, hay una dialéctica objetiva que manifiesta la realidad de un proceso social que se rige por leyes naturales y, por otra, una dialéctica subjetiva que se basa en la actividad concreta del hombre para la transformación del mundo. Así tenemos enfrentados un objetivismo científico y un subjetivismo activista, el reformismo y la revolución. Hay que esperar que las leyes de la evolución social y económica nos lleven paso a paso, sin apresuramos hacia la sociedad humana.Tal es la tesis naturalista y neo-positivista de Kaustky que llevada a sus últimas consecuencias conduciría a la suspensión de toda actividad, esperando el advenimiento de una catástrofe milagrosa o el resultado de una evolución biológica de la sociedad. Este determinismo fatalista impulsa a la inacción política o a la organización calculada de un movimiento obrero que se constituye en un fin para sí mismo. Por otro lado, el activismo energético se opone a la necesidad histórica y crecen las condiciones para un vuelco radical de la sociedad. Así se crea una oposición entre el objetivismo científico y el subjetivismo activista entre la pasividad y la acción, entre la dialéctica objetiva y subjetiva.

Si la revolución es inevitable, como demuestra el examen de las leyes sociales, hay que esperarla pasivamente y si, por el contrario, esas leyes no nos determinan y su acción es necesaria para crear una nueva sociedad, se prescinde del conocimiento científico. El neokantiano Stamler veía en esta contradicción insoluble la inviabilidad teórica del marxismo, sin darse cuenta que esta antinomia era el punto de partida de su desarrollo ulterior y posible. La brillante réplica de Bujarin no consiguió restablecer la unidad teórica de su antítesis insalvable.

En ese momento decisivo, aparece en 1912 una obra de Mondolfó. «El materialismo histórico en Federico Engels», que al decir del crítico italiano Santarelli es la obra más fina y completa de Mondolfo, en el que se afirma que el marxismo es una filosofía de la praxis. Así rechaza en nombre del voluntarismo todo determinismo histórico-económico, base de la concepción social democrática alemana, entonces imperante. Se oponía a todo objetivismo al reivindicar la subjetividad de la voluntad y de la conciencia de clase. Pero tanto objetivistas como subjetivistas tienen un fin común: crear una sociedad justa, ordenada, sin crisis cíclicas, sin injusticias.

Soluciones objetivas

Reformistas y revolucionarios pensaban en transformaciones de la estructura social. En consecuencia, proponían soluciones objetivas, que no significaban un cambio radical para el hombre ni le afectaban íntimamente. Renace el discurso pascaliano del corazón, las almas delicadas se apartan de ese vulgar materialismo histórico y se ensimisman en la contemplación estética. Surge el intuicionismo de Bergson, el intencionalismo emotivo de Scheler y el espiritualismo masón del poeta George y de su círculo. Así aparecen todas las formas del desencanto irracionalista en un fin racional del mundo y de la historia. Hasta que se plantea la pregunta, ¿para qué, por quién se trastueca el mundo? El mundo había desaparecido como sujeto de la historia, tanto para el marxismo objetivo, como para el subjetivo.

En 1930 se descubren en la biblioteca imperial de Berlín los manuscritos económicos-filosóficos de Marx. Desde ese instante se comprende todo. La transformación de la sociedad y del mundo. Los análisis del capital tienen por fin la salvación de los hombres de sus múltiples alienaciones. A partir de ese momento Mondolfo entiende que el marxismo es un humanismo. Y en su «Rousseau en la formación de la conciencia moderna» trata de establecer un nexo entre el concepto de la alienación de Marx con la división del trabajo del pensador ginebrino, fenómenos ambos que manifiestan el empobrecimiento real del individuo en la sociedad. Más tarde, en su obra «Feuerbach y Marx», Mondolfo quiere convencernos de que el humanismo real de Feuerbach fue decisivo para la formación del humanismo marxista.

En 1913 Mondolfó fue nombrado profesor de Filosofía de la Universidad de Bolonia y se consagra a los estudios clásicos. En 1921 sostiene una célebre polémica con A. Thilger, quien afirmaba que existía una neta oposición entre la visión griega de la vida y la moderna cristiana. Por el contrario, Mondolfo en sus obras El infinito en el pensamiento griego (1934) y La comprensión del sujeto humano en la cultura antigua, reafirma sus tesis humanistas y se opone a la separación de épocas y culturas en comportamientos estancos. Posteriormente, aplica este concepto humanista de la cultura a su monumental obra sobre Heráclito, donde todas las distintas interpretaciones de la dialéctica heracliteana se recogen en una síntesis superior de comprensiva totalidad.

Humanismo realista

Expulsado en 1939 de su cátedra de Bolonia, por el Gobierno de Musolini, emigra a la Argentina, donde es profesor de Filosofía en Córdoba y Buenos Aires. En 1968 publica El humanismo de Marx, en el que estudia y analiza los manuscritos económico-filosóficos para llegar a la conclusión de que el marxismo no es un materialismo, por la sencilla razón de que el hombre es el creador y el protagonista de su propia historia. En el primer ensayo de esta obra, en el que afirma el activismo esencial del hombre, se fuerza de crear esa unidad difícil de lograr entre el objetivismo y el subjetivismo, al establecer la doble condición humana de objeto en cuanto producto de las condiciones materiales, sujeto en cuanto esas mismas condiciones son contínuamente producidas por él.

En consecuencia, el materialismo histórico es un humanismo realista. Es el hombre para Mondolfo. En virtud de su activismo notorio, el creador de su propio destino. Luego el hombre es libre. No se deja disolver en la masa impersonal y anónima. En este sentido, Mondolfo acepta la tesis crítica de Ortega y Gasset sobre el hombre masa. Pero sostiene que la personalidad humana se manifiesta en la sociedad, e insiste particular empeño en demostrarnos el valor de la independencia de la iniciativa individual del hombre concreto. Por consiguiente, Mondolfo deduce que el hombre es individualidad y que la sociedad es una asociación de libres individuos, siendo lo primordial del concepto marxista del hombre el respeto a su autonomía y a su desarrollo independiente. En este sentido, Mondolfo ha sido el verdadero profeta del nuevo humanismo marxista. Así son visibles sus coincidencias ideológicas con la obra de Fromm y con los trabajos posteriores de Fischer y del polaco Adam Schaff. Pero en este humanismo de Mondolfo se percibe una antinomia entre su humanismo abstracto, liberal y su individualismo histórico.

El hombre se le aparece como una totalidad singular, que no llega nunca a una universalidad concreta y el individuo como suelto, disperse en la sociedad. Por el contrario, nuestro filósofo García Bacca sostiene que el individuo es el hombre antiguo y que para hacer el hombre nuevo tiene que desaparecer la individualidad, la soledad, en una comunidad real de los hombres. Hay que crear, dice Sartre en nosotros, o sea el uno indiviso. Al producirse el deshielo dogmático se acentuó la interpretación humanista del marxismo, en las obras de Garaudy, Lombardo Radice y culmina en la voluminosa obra «El realismo de Marx», de Henry Michel, que llega a sostener que el pensamiento de Marx tiene por fin salvar al individuo, sujeto humano concreto de sus esclavitudes morales y económicas y que, por consiguiente, no se trata de crear una sociedad socialista, opresora por naturaleza, sino una sociedad cristiana.

Comprendemos la inmediata reacción antihumanista de muchos marxistas ante estas conclusiones insospechadas de la filosofía de Marx. Pero el marxismo es por esencia división, oposición de contrarios, ha dicho Peter Weiss en su novela La estética de la resistencia. «Soy un traidor, por consiguiente, un verdadero marxista», dijo Bujarin ante el tribunal de Moscú expresando con esta frase paradójica una verdad profunda: que el marxismo estará en constante lucha consigo mismo hasta el fin de los siglos.

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