Ultrasónico Herbie Hancock en el Festival de San Sebastián
Hubo cambio de escenario en San Sebastián en la segunda jornada de este XI Festival Internacional de Jazz, ya que de la Plaza de la Trinidad nos trasladaron al polideportivo de Anoeta, donde unas 2.500 personas escucharon, aplaudieron y al final bailaron al son del grupo del pianista Herbie Hancock. Para ayudar a sus músicos, Hancock, que va a dar treinta y siete conciertos en mes y medio, se presentó con un equipo de 16 personas, un juego de luces de 56 focos y un deslumbrante equipo de sonido que producía elevadísimo número de decibelios.El concierto, que fue presentado en euskera y castellano, fue realmente bueno y, a ráfagas, extraordinario, si prescindimos de algunas concesiones comerciales como el blues ofrecido al final en reconocimiento a los unánimes aplausos del magnífico público de San Sebastián y de ciertos esquemas de una música claramente soul, aunque astuta y sutilmente disfrazada por los muchos electrónicos del quinteto, entre los que no hay que olvidar los siete instrumentos que interpreta su líder: plano, piano eléctrico, clave eléctrico, melotrón, órgano y dos sintetizadores.
El único reproche que se puede hacer al grupo como tal, pues las individualidades (entre las que destacan el pianista y el saxofonista Pennie Mappin) se diluyen en bien del conjunto, es el volumen sonoro demasiado elevado, lo que en un pabellón cubierto como éste, hace, a veces, perder el sentido de las bellas melodías compuestas por el pianista y el guitarra Watson. Hancock crea una música que, debido a su complejidad, necesita una rígida estructura formal, por lo que la improvisación se resiente en beneficio total del bloque.
Como anécdota, me gustaría dejar constancia de que, por contrato, el pianista exigió que pusieran a su disposición doce toallas de baño, cincuenta vasos de ocho onzas, fruta fresca, comida natural caliente, seis cajas con agua, cerveza y leche, pan integral, azúcar, miel y limón en abundancia.
Babelia
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