Barajitas, herido muy grave en Las Ventas
Nada más saltar a la arena, el primer toro le pegó un cornalón en el pecho a Barajitas, como para matarle. Era un toro pequeño, cornicorto, y pese a ello, serio y agresivo de cabeza, que desarrolló sentido desde que apareció por el chiquero. Se arrancaba a oleadas. Barajitas lo fue a recibir por verónicas y dio unos capotazos a la defensiva en el tercio. Le avisó el toro y debió sacarlo a los medios. No lo hizo así, y al citarle de nuevo, el animal se le echó encima, le prendió de manera dramática, le clavó con la peor ley. El doctor García de la Torre, cirujano de la plaza, me decía al acabar la corrida que la herida pudo ser mortal: «Así como el pitón entró lateral, si penetra recto, no habría nada que hacer»A la Ciudad Sanitaria «Francisco Franco» se llevaron a Barajitas, rota su ilusión acariciada quizá durante años, de confirmar la alternativa. Porque años llevaba inactivo, de matador de toros, más antiguo que sus compañeros de tema en esta tarde aciaga. ¿Por qué tuvo que ser el domingo, y con una deslucida corrida de Villagodio, su reaparición en Madrid? Barajitas, bien se vio, tenía una cita sangrienta, el asta certera le anduvo esperando años y años para partirle el pecho. Ahora estamos todos de acuerdo: no debió reaparecer. La corrida era a beneficio de sus compañeros de profesión; era la corrida de la solidaridad, acaso la que mejor ha definido las distintas épocas del toreo. La instituyó Bombita, cuyo legado recogieron en la posteridad espadas de fama, unos con mayor generosidad que otros, y con mayor entrega que ninguno, el inolvidable Antonio Bienvenida. Pero en esta época, la corrida de los toreros es el triste espectáculo de la cicatería y falta de redaños de las figuras, de todas, que escurren su más que dudosa valía y no les importa pasar la vergüenza de que los fondos para la Asociación los alleguen espadas modestos sobre la base de medirse con un ganado imposible.
Una cornada gravísima sufrió el domingo en Las Ventas, Pablo Sánchez «Barajitas», que iba a confirmar la alternativa
La corrida era a beneficio del Montepío de Toreros, con cuatro toros de Villagodio, uno de Cortijoliva (el quinto), y un sobrero de Campos Peña (el sexto).El Inclusero. Dos pinchazos, rueda de peones, estocada corta y cuatro descabellos (palmas). Espadazo enhebrado, estocada corta, rueda de peones y descabello (vuelta con protestas). Dos, pinchazos y bajonazo (silencio).Sánchez. Estocada contraria volcándose, otra delantera, tres descabellos (aviso), y descabello (algunas palmas y saludos). Tres pinchazos, otro hondo, rueda de peones y descabello (aplausos y saludos). Pinchazo hondo atravesado, rueda de peones estocada y dos descabellos (aplausos). Presidió, muy bien, don Luis Gómez.Los toros. Muy desiguales de presentación los de Villagodio. Viejos, mansos y con genio. Primero y cuarto, reservones y peligrosos. El segundo, toreable, el sexto fue devuelto al corral por anovillado. El, de Cortijoliva, muy serio y comalón, manso y bronco. El de Campos Peña comicorto y astigordo, tomó un larguísimo puyazo encelado, en los medios, y fué noble en el último tercio.Parte facultativo. Barajitas sufrió cornada en la región epigástrica, que fractura el reborde costal, penetra en cavidad torácica y contusiona el pulmón. Se le practicó toracotomía.
La taquilla hubiese sido otra con las figuras, pero una vez el toro en el ruedo -toro de saldo, reviejo, peligroso-, nadie las echó de menos. El Inclusero y Raúl Sánchez, amor propio y un caudal de valor incomparables, pudieron con sus toros. Al Inclusero le vimos unas verónicas de categoría, con dos medias verónicas extraordinarias, y al único toro de los que le correspondieron que se prestaba al lucimiento, el segundo, le hizo un quiebro a muleta plegada y luego le sacó naturales y, derechazos, de estupendo corte, que salvo muy concretas excepciones, no los hemos visto mejores en las ferias de San Isidro y de San Fermín, empalmadas una detrás de otra. El toro que mató en sustitución de Barajitas, y el cuarto, sendos marrajos, no tenían un pase, y los despachó con habilitad.
El jabato de Raúl Sánchez aguantó la embestida del tercero, que unas veces iba boyante a la muleta, otras distraído y se vencía, y otras se quedaba reservón, para acometer incierto. Con un toro así no se habría confiado nadie que no fuera este legionario del toreo; tan legionario, tan acostumbrado al género de desecho, que cuando le salió un toro claro, como fue el sexto, no supo aprovecharlo y su voluntariosa faena resultó vulgar. Pero al anterior, al quinto, un animal probón, peligroso, que pegaba unos parones de escalofrío, le sacó partido porque lo castigó en unas dobladas de torero recio, y luego aguantó todas las tarascadas del mundo, mientras mandaba con la muleta y obligaba a la fiera a seguir el viaje del natural y el derechazo. Recorro de arriba abajo el escalafón de matadores y no encuentro quien hubiera sido capaz de hacer otro tanto. Esta es la verdad lisa y llana de Raúl Sánchez y de tantos toreros.
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