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Reportaje:

Conversaciones con el rock: los ídolos se explican

Los cantantes de rock escribían sus canciones y las cantaban sobre el escenario. Los predicadores lanzaban anatemas contra Elvis apodado The Pelvis por sus contoneos. El demonio andaba suelto, era un demonio negro que se había colocado en el alma de los adolescentess blancos. Los cantantes de blues grababan sus discos únicamente para negros que se atribuían en series sólo para negros y eran radiadas en emisoras sólo para negros. Cuando los padres de familia blancos se dieron cuenta de la música que comenzaba a calar en los cuerpos y en las almas de sus bienalimentados tórtolos, hicieron lo que cualquiera hubiera espera do que hicieran los padres de familia de la América blanca. En primer lugar montaron en cólera y lanzaron anatemas, luego intentaron asimilar el fenómeno. Elvis cantó en los shows de la televisión vestido de smoking y con una cámara que evitaba prudentemente tomar planos de la mitad inferior de su anatomía. Un rock'n roll almibarado y gentil interpretado por modosos adolescentes de las high school comenzó a escucharse por las emisoras de América y hasta papa y mama se atrevieron a esgrimir algunos tímidos pasos de la nueva danza. El negocio había comenzado y tras este primer avance todo fue sobre ruedas y las grandes compañías norteamericanas asimilaron el rock hasta sus últimas consecuencias.

Hablan los ídolos

El rock'n roll transformó a numerosas generaciones, era la primera música verdaderamente generacional, algo que los jóvenes poseían en exclusiva, una música de jóvenes, hecha por jóvenes y administrada por sus progenitores, que eran los que realmente entendían del negocio. Han pasado los años, papá ha administrado con sabiduría los negocios del rock'n roll y mientras los ídolos ascienden, caen y desaparecen como valores de cambio en el mercado del show-bussines, el tinglado sigue gozando de enorme vitalidad. Los que están en la cima, jóvenes millonarios de la noche a la mañana en función de un estribillo que funcionó, de una forma de comportarse sobre el escenario o de un puñado de buenas canciones, viven su nueva condición sumidos, generalmente en un mar de confusiones, cercanos a una paranoia a la que muchos no logran escapar. No basta con escribir canciones y cantarlas, ellos han sido lanzados como líderes de una generación. Una frase de Dylan, un exabrupto de Lennon, un bostezo de Mick Jagger son interpretados por una compleja estructura de filtros, lanzados a los cuatro vientos y codificados como actitudes a seguir por millones de adolescentes en busca de un guru al que aferrarse. Los managers funcionan y los ídolos acaban encerrándose en sus enigmáticas torres de marfil contribuyendo aún más a la confusión general. Conversar con el rock acercarse a sus cabezas visibles fuera de alguna esporádica rueda de prensa, es difícil, generalmente. Los ídolos se niegan a conceder entrevistas y cuando lo hacen, la especial reverencia de los entrevistadores, su agresividad o el propio tedio de los entrevistados suelen producir resultados más bien negativos. En los dos volúmenes, editados hasta ahora en España por la Editorial Ayuso en su colección Expresiones, de Conversaciones con el rock, se han seleccionado entrevistas realmente modélicas llevadas a cabo por reporteros de la revista Rolling Stone. En este tomo segundo, de reciente aparición, Dylan, Lennon, Chuck Berry, Little Richard, David Crosby, Slick y Kantner de Jefferson Airplane, Phil Spector y un considerable número de personajes clave en la historia del rock se sinceran, dentro de determinadas pautas, con el entrevistador de turno y dan la imagen, bastante desoladora por cierto de lo que fue el rock de los sesenta, de una etapa que fue clave en la historia del rock americano y que dejó su poso en las mentes de una generación.

Rock de la nueva frontera

En los planteamientos reivindicativos de buena parte del rock de los sesenta, las teóricas revoluciones de los jóvenes de Woodstock, de los rebeldes de California, de los universitarios de Berkeley cayeron bajo numerosos jarros de agua fría y de pronto los ídolos del rock se encontraron en sus manos con una responsabilidad que no era suya. Ingenuamente David Crosby (The Byrds, Crosby Stills y Nash) caía en la trampa de la nueva frontera kennedyana y clamaba desde el escenario por la injusticia de su muerte, Dylan se daba cuenta de que estaba agolpando demasiada carga sobre sus espaldas y abandonaba el radicalismo de sus primeros tiempos y Grace Slick y Paul Kantner los revolucionarios de la psicodelia californiana comenzaban a no entender lo que estaba pasando y a querer elevarse sobre el caos desligándose de todo. Con mayor o menor inteligencia, estos ídolos del «rock» querían volver a la seguridad de su adolesquerían ser solamente cantantes de rock, autores de un puñado de canciones y no motores de una determinada revolución que se fraguaba a veces utilizando sus nombres como bandera. En el prólogo de este Conversaciones con el rock, Ramón Trecet evoca una crónica de aquel momento histórico, de aquella crisis de confianza que surgió tras el fracaso de la ingenua revolución floral y no violenta, la revolución del amor y del ácido lisérgico. Papá ha sacadó partido una vez más de todo aquello y los jóvenes de todo el mundo han adquirido innumerables productos envueltos en las más revolucionarias etiquetas. Una vez más el Moloch del Aullido de Ginsberg ha vuelto a devorar el cerebro de sus hijos privilegiados y ha convertido sus residuos en oro para que siga funcionando más pujante que nunca el American Way of Life. Sin embargo, la lección ha sido aprendida y todo puede comenzar de nuevo.

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