Inutilidad de la poesía frente al azar
Es característico de Carnero -sea Avila, el jardín estéril de El sueño de Escipión, la casa abandonada en la cuarta. de las Variaciones sobre un tema de La Brayére, o el museo considerado- que su poesía se inaugure con el detritus de la civilización. Progresivamente ha dejado elementos sensoriales de sus versos paja adentrar en ambientes más severos, los lugares aislados del existir. El último libro contrasta la memoria y sus ficciones con el azar tomado casi en el sentido que le dio Jacques Monod, una fuerza que opera sin fines,y para Carnero, que arrasa los planes e intenciones humanas, pero frecuentemente la dicción resulta tan racional que se debe creerlo un tratado filosófico. Tiene las virtudes de la buena prosa, como exigía Pound al poeta, pero, ¿dónde, a través de tanto raciocinio, la poesía?
El azar objetivo, de Guillermo Carnero
Editorial Trece de Nieve. Madrid, 1975.
El libro consiste únicamente en siete poemas relacionados. Bajo su máscara irónica, filosófica y a veces humorística, guarda las huellas de un argumento que se anuncia en la desecada apariencia de los animales. Con lógica perfecta, la boa se describe con, o no «más que el concepto de boa», pero la «violencia» ahora «plana» de la selva que repite cada vez su «coreografía» hace recordar que «la ciudad desierta» amenazará el triunfo del hombre, su arquitectura y su poder de domar la vida. He aquí un sentido irremediablemente postrimero de la cultura.
Los dos siguientes poemas, quizás excesivamente discursivos, se burlan de los sistemas lógicos del hombre. En La busca de la certeza, tomando la geometría y la razón en broma, se descubre que el hombre, en curso de una dieciochesca «felicidad, honor, sabiduría», tiene, de un modo swiftiano, que tragar sus heces. Todo el poema opera a nivel alegórico; es decir, el discurso lógico sirve de metáfora para una tarea asquerosa. La subversión del lenguaje filosófico produce una sátira de humor negro. En la Meditación de la pecera encontramos una fábula donde tres peces apoyan, en su aparente «indefensión», la frustración (no obstante, por el ejemplo, graciosa y patética) del narrador en no descubrir un supuesto «programa efectivo».
Sin embargo, es el Elogio de la dialéctica a la manera de Magritte el que plantea el problema del poeta-ordenador: la materia inerte, «los fragmentos de porcelana, los alfileres», los trastos, carecen del sentido que deben tomar en la mente y memoria del poeta. La materia traiciona al observador por medio de su absurda inane y superreal existencia, tema, en parte, de Brujas a mediodia, de C. Rodríguez. Desgraciadamente, Carnero se limita a tan pocos elementos experienciales o a tan poca concreción para construir este tipo de poema que el lenguaje llega a ser un ejercicio de sintaxis compleja, y de enlaces verbales por un Becket jugando en el desván de sus poderes.
Eupalinos (arquitecto griego del tirano de Samos, Polícrates cuyo poeta favorito, Anacreonte, cita Carnero en Dibujo), aunque trata escasamente de la figura antigua, nos da, en cambio, la paradoja central del libro y una obsesión de los dos anteriores: la memoria le concede al poeta o una «epistemología de la basura» o un «sentido y mayor nitidez». Aunque él se burla del papel poético como el de «un entomólogo, de opereta», que roba «imágenes ligeras y fantasmas aéreos», está resuelto a aceptar el «procedimiento» como una ordenación del «caos de la vida real».
En los dos poemas finales, el último, que da título al libro, se siente una vez más la inutilidad de la poesía frente al azar que lo liquida todo. La memoria vuelve a ser un «chamarilero»,y el pasado, esquivo. Pero este azar, que parece la constancia del proceso de la creación, igual puede resolver «los enigmas» del presente.
Como un manual-sobre la metodología de escribir versos y sus acompañantes dudas, el libro de Camero mantiene una lenta y segura fascinación, dado que, como Gil de Biedma, su autor, sabe vivir en «las ruinas de (su) inteligencia», pero muchos exigirán que se acabe con los lentes ópticos y las peceras para sensibilizar con más frecuencia su pensar y su palabra, aunque sea tan acerado como la sordidez es nuestro pan. Pese a Eliot, que dice que la humanidad no tolera mucho la realidad, Carnero debería ampliar los límites de la suya.
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