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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Simbolismo en la mitología griega

Paul Diel, vienés afincado en París, muerto hace cuatro años; psicólogo, autor de un libro clásico sobre motivaciones escrito tras las huellas de Bahnsen y de un tratamiento de psicología profunda intrapsíquica, dado a La peur et l'angoisse. La garantía de Gaston Bachelard en el jugoso prólogo. Un tema apasionante. Y sin embargo...Después de asomarse al simbolismo de la Biblia, Diel no pudo resistir en su última época (el libro es de 1966) la tentación bellísima de la fábula griega. Era un paso natural. El mito, en acertada expresión de Luis Rosales, es la antesala del símbolo, como éste lo es de la abstracción o el concepto. En todas partes proliferan intentos de este tipo, y también aquí, modestamente, pero con agudeza y eficacia, ha hecho lo mismo Pérez Rioja en su Diccionario.

El simbolismo en la mitología griega,

de Paul Diel.Colección Labor 202. Barcelona, 1976.

Lo nuevo en Diel es el método y su terminología. La simbolización mítica es un cálculo psicológico, realizado oscuramente en cualquier subconsciente humano, que se expresa en un lenguaje imaginado. Función del psicólogo es traducir los simples relatos a conceptos de lo que llama Bachelard pampsicología actual. Más aún -continúa optimistamente el autor-, la recta traducción del mayor número posible de mitos mejorará al hombre presente y futuro en su avatar evolutivo. Nada, como se ve, tiene aquí que hacer Freud (y es fácil triunfo el demostrar que Edipo, a diferencia, por ejemplo, de Hamlet, no tenía el menor complejo de Edipo): Diel reconoce sinceramente su deuda, en lo esencial, para con Jung y Adler.

El libro está bien organizado, casi como una sinfonía. Primero, mitos de exaltación o satanismo (el autor no puede olvidarse de la Biblia y cae en extrapolaciones discutibles con conceptos judeocristianos al equiparar Zeus-Poseidón con Dios-Lucifer, Tántalo-Penélope con Abraham-Isaac Orfeo con la mujer de Lot).

¿Por qué no se nos menciona la clarísima idea de hybris inherente a los mitos de Icaro (aquí Diel anda cerca de la verdad cuando ve en Dédalo a la mesura) o Belerofonte? Luego, tras un intermezzo teológico, fábulas cuyo héroe lucha contra lo que, en término infeliz, se llama aquí trivialidad: caída, vicio, pérdida de personalidad, muerte del alma en definitiva. Los personajes de este capítulo sucumben fácilmente: el pobre Midas con sus orejas de asno, Psique (¡qué interpretación más chata del hermoso cuento!), Orfeo, muy lejos aquí de la ideal misión rilkearia. Finalmente, los que se defienden más, aunque solamente uno, Heracles, triunfe siempre en el envite: fracasa, en definitiva, Teseo con la muerte de Hipólito, cae Aselepio en la impiedad (me ha interesado el breve excurso sobre este héroe como representante de una tercera etapa, frente a las anteriores de Apolo y Quirón, en una historia evolutiva de la Medicina), es aplastado el viejo Jasón por un trozo de su propia nave, símbolo de la esperanza heroica de su juventud, que se convierte en símbolo de la ruina de sus ilusiones. Hábil es quema y, sin embargo...

Falsas suposiciones

Tres peligros corría Diel y en los tres ha caído poco o mucho. El de la verbosidad todo esto se habría podido decir en menos páginas. El de incurrir en lo tópico, en lo mil veces expuesto ya o intuido por cualquier lector de mediana cultura. Y, peor aún, el saltarse la fatal barrera de los hechos. Cuando leímos que las fuentes de este tardío estudioso de los mitos griegos eran el Diccionario de Antigüedades, así, genéricamente, y Homero y Hesíodo, suponemos que en francés o alemán, nos echamos a temblar. Porque el mundo fabuloso es más complicado de lo que parece; no siempre lo atestiguado antes es más antiguo en la evolución genética de los mitos; hay que conocer bien los pormenores, y esto no le ocurre siempre a Paul Diel.Las alas de Icaro no eran de cera, sino probablemente de pluma, y no era cera, sino cola, lo que adhería al cuerpo. El primitivo castigo de Tántalo no fue el del hambre y la sed, sino el temor a la piedra suspendida sobre él, y es posible que su nombre así lo indique. El de la Quimera no tiene nada que ver con lo que hoy llamamos quimérico, sino que pertenece a la jerga burlona de los héroes (¡al terrible monstruo le llamarían fanfarronamente la cabra!). Tifón no quiere decir fuego devorador, sino niebla que ofusca, y no hay que confundir a Crono, el padre de Zeus, con el tiempo. Es falsa etimología la que considera a Heracles como la gloria de Hera. Las Euménides no son divinades benéficas, sino el nombre tabú con que se las designaba para no encolerizarlas.

Pero, sobre todo, la historia de Edipo no hay por dónde cogerla. Nos dicen que le cortaron los tendones, cuando lo verosímil es que el mito, en su origen, explicara que al niño recién nacido, precaución inútil, le fueron atadas las dos piernas, y la versión trágica (los tobillos, no los tendones, perforados) es aditamento para que su nombre signifique el de los pies hinchados. Asegura Diel que el héroe anduvo a gatas durante su niñez, fue criado por un pastor, mató a Layo con un bastón; que su padre iba solo en el encuentro fatal. Todo esto es inexacto, y mis observaciones serían pura pedantería si no resultara que la mayor parte de estas falsas suposiciones son básicas para la argumentación y afean, por tanto, estae bien intencionado empeño.

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