_
_
_
_
Tribuna:Crónicas provisionales
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

En la resaca de la crisis

Al anochecer de San Fermín el cronista contemplaba, atónito, cómo se hace de verdad un periódico: éste. Porque casi nadie sabe que un periódico -incluso en los días más tensos- se hace en silencio, cada vez más concentrado, aunque cada vez más interrumpido por la entrada del redactor-jefe en el despacho del director para un intercambio de cuatro palabras: una sugerencia, una orden. Después de pensarlo quince segundos, el director vio hueco y fijó la tirada; exactamente triple de lo que concedían, al día siguiente, los envidiosillos dotados de mayor generosidad. (Qué tremenda responsabilidad la de estas decisiones, tres o cuatro por noche, que pueden lastrar o relanzar la imparable andadura de un órgano joven en pleno proceso de consagración.)Los dos mil setecientos bachilleres que solicitan ingreso en primer curso de periodismo universitario debieran haber enviado aquella noche a sus representantes para que vieran lo que yo vi. Avisan de redacción por el estridente interfono: «Ha llegado una foto graciosa, con el guardia de Presidencia cerrando el paso a Landelino». Con doce horas de cansancio en los párpados, el director, sin ver la foto, ya había viste, el gol de la portada. Y lo clavó sin vacilar, mientras el cronista, más clásico, aventuró la apuesta: «¿A que mañana la competencia mete en primera las diecinueve fotos de carnet?» Gané la apuesta. Uno tras otro, los periódicos históricos comunicaban, foto a foto, las diecinueve caras que desde doce horas antes ya no eran noticia

Nace un nuevo periodismo

Está naciendo, ante nuestros ojos, un nuevo periodismo. Tres señores ministros no se han dignado enterarse. Esto es muy grave, y lo tengo que decir. En los últimos días, tres ministros -ninguno era el de Información y Turismo cesante ni saliente- y, para decirlo con mayor claridad, tres ministros del actual Gobierno -antes o después de serlo-, llamaron por teléfono a sendos periódicos para interferir -en algún caso con prolegómenos de muy poca clase- en la publicación de sendos artículos. Señores, esto se va a terminar, porque es intolerable. Bienvenida toda llamada de ministros antes o después de un artículo; si es para informar, para puntualizar, para criticar. Pero jamás para interferir. Esa era una de las razones que me movieron a caricaturizar a este Gobierno como un Gobierno de Franco; porque el sistema de interferencias telefónicas al margen de la ley era la cobertura secreta de las disposiciones vigentes en materia de policía informativa. Por respeto al propio Gobierno, esto debe terminar. No es un deseo, sino una actitud. En la crónica de cada domingo este periodista publicará, en adelante, los nombres y circunstancias de los personajes situados en el Poder que incurran en interferencias de este tipo.

Por un exceso de generosidad y de juego limpio retira del teclado los tres nombres que han provocado este comentario. Una de las lecciones más profundas de mi reciente excursión japonesa -un solo periódico tira allí tres veces más ejemplares diarios que toda la prensa española junta- es que la Prensa-institución es siempre crítica. Problemas como los que hoy se presentan aquí a determinado periódico, con riesgo evidente de convertirse en la versión comprensiva del Boletín Oficial del Estado, ni pueden plantearse en Tokyo; donde un periódico critica abierta y sinceramente a su propio director en el improbable caso de que sea nombrado ministro, y digo improbable porque en esas sociedades culturalmente maduras, la prensa es de verdad el cuarto poder que equilibra desde la sociedad -jamás desde el Estado- a los otros, tres; mientras, el poder del Gobierno es solamente uno de los otros tres. Es decir, que pensar en el señor Alsop como secretario de Prensa de la Casa Blanca es un absurdo; cómo aquí debemos luchar para que sea un absurdo proponer a un periodista importante como director general de Prensa.

Lo conseguiremos cuando advirtamos que el cargo de director general de Prensa -en sus diversas denominaciones- es sencillamente contradictorio. A esta convicción debemos ir, además de fijarnos, colectiva y profesionalmente, un objetivo esencial: arrancar a la radio y a la televisión del control partidista y restringido del Gobierno, para ponerlas al servicio directo de la sociedad en el cuadro, pero sin la interferencia del Estado. Otra de las razones por las que describí como franquista a este Gobierno es mi convicción de que el señor Suárez va a utilizar al señor De la Viuda -que es un hombre de talante liberal- al frente de una televisión constitutivamente totalitaria, de forma paralela a como utilizó el señor Carrero Blanco en el mismo lugar al señor Suárez, que para los cánones de la época era también un hombre con talante liberal. Es curiosísimo cómo Televisión Española filtra las opiniones extranjeras sobre el nuevo Gobierno, una vez puesta inmediatamente bajo la directa inspiración del nuevo presidente. Deliciosa la expresión que utilizó TVE para resumir la reacción helada de buena parte de la prensa -excepto la implicada en la maniobra frente a la solución de la crisis: «Algunos medios de información no ocultan algunos comentarios críticos». ¡Manda carallo!, que dicen por la periferia.

Algún medio ha llegado, triste es decirlo, al borde de la prostitución por actuar como plataforma indecorosa para el medro personal de su inspirador. Su espléndido equipo profesional no merecía tamaña violación. Deseo a ese medio una agonía sin sufrimiento.

Con una primera posiblidad de perspectiva debo ratificar, ante todo, la improvisación nocturna de mi crónica anterior, adivinada más que escrita en la misma noche de San Fermín; y debo agradecer, una por una, las llamadas de adhesión que provocó a la mañana y la tarde siguientes. Ahora, cuando la pleamar de la crisis va dejando paso a la resaca, los lectores me agradecerán, seguramente, algunas puntualizaciones. Que no debilitan, sino confirman, por desgracia, la tesis fundamental del inmenso error.

Consejos y finanzas

Primera puntualización: el Consejo del Reino como institución incompatible con la nueva democracia. Con todo respeto no puedo ni debo ocultar mi impresión de que el Consejo del Reino actuó, durante esta crisis, dentro de la más estricta legalidad, no faltaba más; pero a perfecto contrapelo de la opinión política española. El Consejo del Reino es una institución ideada por la Dictadura de Primo de Rivera, que no llegó a cuajar en ella; pero que se convirtió, en la última etapa del franquismo, en la institución capital para la perpetuación del franquismo. Escribo lejos de mis fichas, pero creo recordar con seguridad que fue hacia 1952 cuando el general Franco, movido seguramente por consejeros tradicionalistas, redescubrió la idea del Consejo del Reino.

En dos o tres discursos de aquella época comunicó este descubrimiento; y fue precisamente entonces -nótese bien- cuando con la mirada fija en el proyecto de Consejo del Reino pronunció por primera vez su frase famosa: «Todo está atado y bien atado». La primera condición para el establecimiento de una democracia viable en España consiste en la eliminación del Consejo del Reino en su actual estructura y funcionamiento; que invita poderosamente a la degradación de sus altas funciones. No se ve clara la posibilidad de su permanencia en un contexto democrático, ni siquiera si el Consejo se extrae de unas Cortes elegidas «por naufragio universal», como dicen que propone cierto político intuitivo. Porque la misma esencia de la institución parece convertirla en centro de coacciones, más que en supremo e independiente cuerpo consultivo.

La segunda puntualización debe ampliar el ámbito financiero de la crisis, que restringí a una entidad de crédito no por ignorar la presencia de otras, sino por la inevitable fascinación que me produjo recordar el texto de mi abuelo sobre la crisis Berenguer; y porque, como me recordaba poco después Eduardo de Guzmán, el hombre que mejor conoce los hondones del año 1930, podían señalarse conexiones todavía más altas y profundas. Pero lo valiente no debe oscurecer lo cortés; y conviene por ello matizar dos cosas. Una, que la influencia de miembros vinculados al Opus Dei en el gigante bancario español se reduce, según fuentes del Opus Dei, a la que puedan ejercer los señores Brossa y López Bravo, notorios miembros de la Obra de Dios en las alturas del reino de Mammon, como Cristo llamaba personalmente a la Banca de su época. Otra, que jamás se me olvidará una frase magistral de uno de los hombres a quien más admiro en el actual contexto español: don José María Aguirre Gonzalo, presidente del Banesto.

En cierta entrevista dijo: «El Gobierno a gobernar, la Banca a administrar, la Prensa a criticar, todos a participar y a trabajar». ¿Por qué, para la transición, no se nombra a don José María Aguirre presidente adjunto del Consejo del Reino? Es hombre hecho a sí mismo, curtido en luchas históricas y diálogos con sindicatos de verdad, surgido del país real. Pero en esta ocasión, el Banco Español de Crédito se ha saltado a la torera la profunda filosofía de su presidente. Que debe de haber influido en la crisis menos que los grandes nombres bancarios repelidos en 1976 desde 1930; año en que don José María pedía algún crédito al Banesto para sacar adelante -como hizo genialmente, entre enormes dificultades- su pequeña empresa a punto de hundirse.

La última victoria de Richard Nixon

Tercera puntualización, de signo militar. Tema delicadísimo pero, si no queremos faltar a nuestro deber, tema ineludible. Los adversarios de Fraga han puesto en circulación la especie de que los militares (ya estamos otra vez, los militares) desencadenaron la crisis para excluir a Fraga después de que Santiago Carrillo se entrevistase con él en Madrid. ¡Qué memez! Vean la clave del asunto en el colosal artículo de Roger Matthews en el Financial Times. No los militares, sino el ala derecha del generalato (a la que me he referido varias veces en estas crónicas) pidió a Fraga que desmintiese sus declaraciones a Sulzberger sobre la posible legalización del Partido Comunista, una vez instauradas en España las Cortes democráticas de la reforma. El partido de Fraga, Reforma Democrática, insistió e incluso agudizó -creo que con oportunidad y acierto- la postura de su inspirador.

Entonces se vetó a Fraga para la Presidencia; en el Consejo del Reino, un teniente general -se dice- actuaría de acuerdo. ¿Se podrá seguir insistiendo ahora, si hay una sombra de verdad en estos datos, en el apoliticismo del Ejército? Las Fuerzas Armadas no pueden ser apolíticas con cuatro generales en el Gobierno; con el mantenimiento de los mismos cuatro ministros a través de la crisis, y con el evidente incremento de influencia política del que ha pasado a ser vicepresidente primero cuando sólo era vicepresidente para Asuntos de la Defensa. En cuanto a la ideología política del ilustre teniente general debemos agradecerle que nos la revelase con tanta claridad en sus discursos del CESEDEN. No parece, a primera vista, un entusiasta de la democracia; y se muestra firme defensor de nobles actitudes tradicionales, aunque no regresivas.

Por lo que hace a Fraga, éste es otra vez el Fraga que conocimos; al que el peso del Poder había estropeado. Debería acortar sus vacaciones y retornar a la brecha que conoce mejor que nadie. Debería detectar mejor dónde están sus verdaderos amigos; los que siguen enmarcándole en el futuro de España, no en sus intereses personales.

Su discurso nonnato -y antológico- de despedida le retrata de cuerpo entero. Volverá, si acierta a reestructurar el cuadro de sus leales; si se lanza de una vez en busca de la base que le espera y se aleja de las intrigüelas en que siempre le vencerán los enanos; si aprende de una vez a escuchar, se olvida de Cánovas y no vuelve a conceder una sola primicia a la prensa extranjera. Cada vez veo con más claridad a Fraga como el gran vencedor a medio plazo de la pasada crisis; y aunque estoy seguro de que lo primero que hará después de regresar será montarse otra vez en el elefante real de Tailandia, me quedo, para todo este paréntesis, con su espléndida frase al volver de su espléndido viaje final a Zaragoza, donde nunca perdió la esperanza de ver a José María de Areilza en la cumbre después del fracaso de la absurda maniobra: «Ahora vuelvo más aragonés que nunca».

Última puntualización: la internacional. En La Vanguardia, que es mi otra casa, dicen dos cosas que no son verdad, entre enormes verdades. Primera, que este cronista cenó la noche de marras con el señor Areilza; pues no. Segunda, que éste es el Gobierno de los amigos de don Jacobo Cano; pues menos, porque éste es el Gobierno de los amigos de don Alfonso Osorio, y don Jacobo Cano era amigo de don Federico Silva. Atención, Barcelona; que aquí conocemos bien la diferencia entre Pallach y Raventós, aunque vosotros no os lo creéis; conoced vosotros la diferencia entre Silva y Osorio. Todo esto se dice por que alrededor del 4 de julio inauguraban su mandato dos presidentes: don Pepe Portillo, en México; don Adolfo Suárez, en España. Y la aportación esencial de don Alfonso Osorio -justísimo vicepresidente de la maniobra y del Gobierno- salvó a don Adolfo Suárez de que toda la operación se titulase, como hablamos pensado al principio: La última victoria de Richard Nixon. (Por el recuerdo de los desmesurados elogios que dedicó el señor Nixon, en Madrid, al clan López Rodó; repasen hemerotecas.) Pero creo que la ejecución, tergiversación interna y desenlace de la crisis han sido tan esperpénticos que mis amigos de la embajada de los Estados Unidos en Madrid si guen preguntándose a estas horas qué demonios ha pasado. (Ante la noticia sobre la solución de la huelga de Correos debo aventurar mi primera felicitación al Gobierno -y a la Comisión-, por el realismo con que han sabido abordar y tratar el problema.) Moraleja: el Partido Popular qui foe, decía Alfonso el Sabio. He asistido a algunas conversaciones para su posible gestación; pero ni he firmado nada, ni pertenezco a ese partido. Ni menos a GODSA o Reforma Democrática, como dice equivocadamente el boletín de GODSA. Ni a otras agrupaciones que han corrido en rumores, y que ni merecen el desmentido. Sólo pertenezco al mundo de la cultura, en mi condición de librero de honor y de miembro de honor de la Mutualidad de Escritores, gracias a la inmensa generosidad de Angel María de Lera, el marqués de Lozoya y los demás compañeros de pluma y riesgo que ayer me entregaron, en Lhardy, naturalmente, lo que necesitaré toda una vida para merecer. Pertenezco, además, a la Universidad y a una vocación periodística cada día más absorbente, a la que estoy sacrificando conscientemente cualquier otra posibilidad. Pertenezco al Reino de Murcia, a la tierra de Murcia, y cuando termine de conocer al pueblo de Murcia estaré en condiciones de servirle, si él quiere que le sirva. Este periodismo político que ahora nace o se depura es incompatible con cualquier partido; con cualquier partidismo; con cualquier cargo oficial fuera de los empleos ganados a pulso a través de pruebas públicas; con cualquier componenda. Esto significa que, por ejemplo, la semana próxima podré estar en condición de revelarles qué ha sucedido en esta crisis con el Partido Popular; porque estoy seguro de que ninguno de ustedes me pedirá que comente la lista de subsecretarios.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_