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Píldoras en sustitución de médicos

El negocio de los medicamentos no siempre coincide con el negocio de nuestra salud. Las medicinas no son tan inofensivas como parece y como se suelen presentar. Lo que hay detrás de la saturación de nuevos productos que se lanzan al mercado farmacéutico es, además de la cuestión crematística, un intento de sustituir una adecuada relación paciente-médico por píldoras mágicas para todos los males. Y resulta que buena parte de ellas no sólo no mejoran nuestros males sino que nos provocan otros nuevos. Así se expresaron en el Colegio de Médicos madrileño el doctor Crespo Santillana y Oscar Caballero, autor del libro España: un medicamento a su alcance.

«Va a haber que recuperar la figura del médico de cabecera, ese médico cuya entrada en el hogar renacía la calma en enfermos y familiares, porque hoy se ha desplazado la confianza del médico al medicamento», afirmó el doctor Crespo Santillana.El libro que acaba de publicar Oscar Caballero, pasa revista al panorama farmacéutico y al por qué de esa inflación de medicinas. Sus conclusiones son claras: « Desde un punto de vista científico -dice- el empleo de muchas de tales drogas puede ser acusado de poco serio. Las más de las veces arranca de un análisis abusivo que sacrifica el concepto de organismo total en aras de la primacía del órgano particular». Más breve: «los medicamentos enferman y a veces matan».

El escaso tiempo de que dispone el médico en la sanidad pública para diagnosticar, situación que le fuerza a recetar mucho; el lavado de cerebro publicitario con que le condiciona el laboratorio; la pulsión indirecta que ejerce el laboratorio sobre el propio consumido invitándole a automedicarse; la benevolencia farmacéutica que menos anticonceptivos, facilita de casi todo, son algunas de las causas del problema.

Lo que demuestra, según Caballero, que el criterio de lucro prevalece sobre el de eficiencia; los envases atractivos suplantan generalmente a los productos originales; hay multiplicidad de fórmulas; se repiten medicamentos; se dejan de fabricar drogas necesarias, pero escasamente rentables, a cambio de otras, menos necesarias de renta inmediata, y se invita (e incita) al empleo irracional de medicamentos.

El negocio

En 1973 el mercado mundial de medicamentos se estimó en 20.000 millones de dólares (casi un billón y medio de pesetas) del que 22 laboratorios multinacionales controlan el 61 por 100: 12,167 millones de dólares.Pero sucede que hay medicamentos que no se pueden vender en un país, tras haberse demostrado su peligrosidad, y se van a vender a otras latitudes con una legislación más primitiva. Por ejemplo, la cloromicetina (cloramfenicol) es un antibiótico cuyos efectos peligrosos han provocado su prohibición en los Estados Unidos, excepto en el caso de fiebres tifoideas. Sin embargo, el 95 por 100 de los supositorios, jarabes etcétera, para la tos, que se venden en España contienen ese producto.

«En París -cuenta Oscar Caballero- es muy difícil comprar cualquier medicamento en una farmacia sin receta. Yo me las tenía que ver para encontrar productos que aquí se compran sin dificultad». El famoso producto Vick-Vaporub, por ejemplo, en España aparece recomendado hasta en la televisión y lleva mentol que puede producir cierto tipo de ahogos en niños menores de dos años.

La receta

La cuestión estriba para el médico, según el doctor Crespo Santillana, en que «uno no se puede permitir el lujo de dedicar ni quince minutos por paciente cuando hay que atender 30 en una hora cuando hay unos señores esperando detrás con los mismos derechos a ser atendidos». Existen pues pocas condiciones para ejercer una medicina psicosomática y humanista que atienda al enfermo en su totalidad.El público también tiene mucho que ver en la búsqueda de la pastilla. «Si uno no receta medicamentos -dice el doctor Crespo- buena parte de los pacientes no se quedan tranquilos y piensan que no se les ha atendido bien, por lo cual se van a otro médico que les recete algo para sentirse más seguros».

La búsqueda de la pastilla ha llegado en sociedades desarrolladas al absurdo de tener que tomar un estimulante por la mañana para despejarse bien y un sedante por la noche para dormirse. Pastillas para estimular el apetito, pastillas para levantar la tensión y después para bajarla...

La conclusión de ello es que ningún medicamento es inocuo. «No hay medicamentos inofensivos -señala Crespo Santillana-.Deben decirse claramente al público las ventajas e inconvenientes de cada medicamento».

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