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Aprobada en Argel la "declaración universal de los derechos de los pueblos"

Emilio Menéndez del Valle

«Vivimos tiempos de grandes esperanzas pero también de profundas inquietudes. Tiempos llenos de conflictos y de contradicciones. Tiempos en que las luchas de liberación han alzado a los pueblos del mundo contra las estructuras nacionales e internacionales del imperialismo y han conseguido derribar sistemas coloniales... Pero son también tiempos de frustraciones y derrotas en que aparecen nuevas formas de imperialismo para oprimir y explotar a los pueblos... Interviniendo directa o indirectamente por medio de las empresas multinacionales, sirviéndose de políticos locales corrompidos, ayudando a regímenes militares que se basan en la represión policial, la tortura y la exterminación física de los opositores, por un conjunto de prácticas conocidas como neocolonialismo, el imperialismo extiende su dominación a numerosos pueblos».Las líneas anteriores pertenecen a la «Declaración Universal de los Derechos de los Pueblos» -también llamada Carta de Argel- que acaba de ser elaborada del 1 al 4 de julio en la capital norteafricana. Con otros compañeros de la Asociación de Amigos del Sahara de Madrid he tenido la oportunidad de participar en las discusiones y trabajos que han originado el primer documento articulado de las aspiraciones colectivas de los pueblos del Tercer Mundo. Durante breves días, representantes de movimientos de liberación de casi todos los pueblos oprimidos del mundo -la mayoría de ellos por sus propios gobiernos- y juristas de distintas nacionalidades se han enfrentado a la concepción clásica del Derecho Internacional que concede primacía a los intereses de los Estados sobre los de los pueblos. La reunión de Argel constituye un grito popular colectivo, un clamor que se une al ya tantas veces repetido de «basta ya». Es la expresión unánime de repudio de la explotación de los pobres, por los ricos. Es el rechazo de toda clase de imperialismo: político, económico, cultural. La Carta de Argel es manifestación tajante, pero serena, del conflicto «Norte-Sur». Es otro aviso de que la revolución llegará a ser planetaria por el egoísmo de unos cuantos países privilegiados.

La Declaración Universal de los Derechos de los Pueblos (un Preámbulo y 30 artículos a través de los cuales los oprimidos sintetizan las causas de sus males e individualizan a los responsables) aspira a conseguir que en los foros internacionales se haga oír la voz de los relegados. De aquellos que combaten todavía en sistemas coloniales o de los que soportan el neocolonialismo.

La Carta de Argel -como su propio Preámbulo indica- intenta contribuir a perfilar los caminos que conducen a un nuevo orden político y económico internacional, uniéndose así -pero reforzando el protagonismo de los pueblos- a las diversas resoluciones y declaraciones de las Naciones Unidas y a la Carta de los Derechos y Deberes Económicos de los Estados. La Declaración de los Derechos de los Pueblos puede aparecer utópica para determinados sectores de opinión: «una declaración idealista más» será el rótulo empleado por quienes así piensan.

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