Doce hombres sin piedad
Bueno, a lo mejor no son doce, y tampoco es que no haya que tener piedad con ellos, pero de alguna manera hay que titular y los títulos de películas siempre sirven, que al personal le suenan mayormente, y tampoco le pagan a uno tanto como para andar perdiendo el tiempo en sacarse un título de best-seller. A quienes me refiero, ustedes ya me entienden, es a los ministros de Arias que se quedan a la patacoja con el cese de don Carlos.
— ¿Usted cree que ha sido cese o dimisión?
—Yo creo que ha sido sensurround.
Un gabinete tránsfuga que se quedó en saleta de paso, en nada.
Los pintorescos peanuts de las tiras cómicas de Arias.
—Vaya usted con cuidado, que algunos pueden reaparecer debidamente reciclados.
—Gracias por el aviso, jefe, pero voy a ser implacable. Hay que tratarles sin piedad aunque sólo sea por cumplir con el titulo,
A los militares los dejamos al margen por el tradicional apoliticismo del Ejército. Pero de los demás la verdad es que la gente ha sabido poco, casi ninguno ha llegado a tener una imagen. Fraga ya la tenía, claro, y además venía de Londres con un paraguas para los chaparrones democráticos, pero es que han caído chuzos y enanos infiltrados de punta. Lo primero que ha podido comprobar Fraga es que el país ya no se gobierna desde Información y Turismo, como en sus tiempos, repartiendo folletos al personal. Villar Mir ha sido como el reciclaje de don Julio Rodríguez, pero pasado de la cristalografía a la oligarquía.
Areilza ha sido él solo los Tercios de Flandes, pero en fino, el Cuadro de las Lanzas, La rendición de Breda y algo así como un Jovellanos pintado por Zurbarán, que ya sé que suena a anacronismo pero es que la gracia diplomática de Areilza es también un poco anacrónica, y ahí precisamente, está su perfume. Es como el primer conservador de una Inglaterra mediterránea y salvaje que no ha existido nunca, y que de existir se llamaría España.
— ¿Ya le está usted haciendo la campaña para presidente?
— Desocupado lector, yo no me caso con nadie. Ni con mi señora ni con la de Camacho, que las dos están comprometidas.
En cuanto a don Leopoldo Calvo Sotelo y Bustelo, la gente sólo sabe de él que tiene una cacofonía en los apellidos y que suena a Historia de España y a teatro Infanta Isabel. Pero casi nadie podría decir qué cartera llevaba, Yo tenía que ir la otra tarde a un cóctel a casa de Joaquín, que me parece que es tío suyo, pero las cosas se enredaron y acabé, no sé cómo, con una pancarta en la Moncloa pidiendo amnistía.
Don Carlos Robles Piquer, en Educación, ha sido el miope bien intencionado de siempre, añorante de aquellos verdes años en que regaló en el Retiro, a medio Madrid, La Tía Tula de Unamuno, en libros RTV, y el personal se lo agradeció mucho. Hoy, don Carlos, la gente ya se tiene muy sabida a la tía Tula y quieren pasar a Rosa Luxemburgo. Martin Gamero era el que lo tenía más fácil, porque venía después de aquel señor de Correos, pero nunca supo si había que dejarle o no había que dejarle a Nadiuska sacar el organismo fuera. Le perdió a usted la duda, don Adolfo. Garrigues habló de la reforma fiscal, que es de lo que se habla siempre en Justicia cuando no hay grandes crímenes pasionales que atender. Martín Villa y Adolfo Suárez, los dos flechas del Gobierno, dudaban siempre entre Camacho y Cantarero, y Solís curtía su sonrisa de partido único con el viento solano de Puerto Banús. Puerto único, además de partido único.
—Pero ni están todos ni le salen a usted doce, oiga.
—Y para qué iban a ser doce. Tampoco han sido los apóstoles de nada. Incluso últimamente dice que se habían vuelto un poco Judas unos para los otros.
—Será por eso por lo que ha habido crisis.
— Será por eso,
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