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La muerte del nacionalcatolicismo

Los falangistas han dicho de manera expresa que no renuncian a la violencia. Después, acogiéndose a las reglas de Fray Ejemplo, han concluido su congreso nacional con un altercado. La oposición hasta ahora se ha servido de los márgenes de tolerancia con un orden admirable. La Falange, en cambio, que quiere ser un servicio de orden para todo el país, no parece capaz de ordenar su propias diferencias internas.Estamos en presencia de un fenómeno geológico, de pura erosión política. Los falangistas dicen que nunca han gobernado, que su doctrina, ha sido escarnecida. Pero el destino de los fascismos es aproximadamente éste: dictar evangelios de demagogia social con una mano y cortar los cupones del dividendo capitalista con la otra. Nunca fue necesario derogar la doctrina de la Falange. No fue incómoda ni revolucionaria. El único punto que se le amputó fue el que se refería a las relaciones entre la Iglesia y el Estado. ¡Curiosa paradoja!

Ahora, en un documento titulado «Afirmaciones para un tiempo de búsqueda», un grupo de obispos y teólogos afirman que «El sistema de nacionalcatolicismo lleva sin remedio el empobrecimiento de la Iglesia y al autoritarismo político»., La defensa de la libertad, de la democracia, se ha convertido en la única manera de liberar a la Iglesia de las servidumbres que le ha producido su complicidad con la dictadura. El nacionalcatolicismo ha degradado la religiosidad del pueblo español. Ha sido grave para la Iglesia. Pero también ha sido grave para España y los españoles.

Falangistas y eclesiásticos protagonizan así dos diferentes modelos de autocrítica. Los primeros dicen que nada tienen que ver con lo que ha pasado. Los segundos parten implícitamente de un error. Unos y otros, desde luego, han sido movilizados como coartada. La diferente reacción se explica fácilmente. La Iglesia española ha traicionado su misión. El fascismo español, en cambio, ha sido consecuente con la suya. La expiación de unas culpas confesadas, pues, puede llevar a la reconquista del futuro, y la Iglesia se aplica a nacionalcatolicismo no quiere sobrevivir. El nacional sindicalismo se empeña en negar que ha fallecido inmisericordemente.

Como agnóstico poco dado a teologías, considero que el único argumento inapelable para creer en la eternidad de la Iglesia Católica, o por lo menos en su origen divino, es que sea capaz de resistir a tantos y tan graves errores. Esta bula no le ha sido dada a ninguna doctrina política humana. La Iglesia logrará librarse de las hipotecas del nacionalcatolicismo. Pero el nacionalsindicalismo carece de futuro. Le ocurre lo mismo que al nacionalsocialismo, sin Hitler.

Porque, todos los intentos de nacionalizar las creencias, a fin de cuentas, no constituyen sino una manifestación de la vocación totalitaria de ciertos Estados. Y estos regímenes matan todo lo que tocan. El nacionalsocialismo fue un deseo de evitar que los alemanes pudieran creer en el socialismo. El nacionalsindicalismo, una doctrina para anular la libertad sindical de los españoles.

¿Y el nacionalcatolicismo? Lo mismo, sólo que con sotana y obispos en las Cortes.

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Pero la Iglesia es sabia y reconoce el derecho de los cristianos a construir el socialismo y pide que los problemas que hayan de ser dilucidados políticamente en el campo de las instituciones no se conviertan en nuevas divisiones dentro de la Iglesia ni en fuente de nuevos rechazos desde la sociedad a una Iglesia prepotente.

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