El referéndum
Me he pasado por la Plaza Mayor a mirar a los que miran las listas de nombres para la cosa del referéndum. La gente no sólo busca su nombre en las listas, sino que busca también a la duquesa de Alba, a Amancio y a Victoria Vera. Y resulta que están. Estamos todos. -¿Te has fijado si está la Sarita Montiel?
- Sí, sí que viene.
Y la gente se da una vuelta a la plaza, muy tranquila, y hasta se toman una cerveza predemocrática. Porque lo que gusta de la democracia es eso: el verse uno en la papeleta pública al lado de los grandes. Como tiene que ser. Me lo decía una vez don José María de Cossío mientras se fumaba un purazo:
- Mire usted, Umbral, en España los reyes, los toreros, y los escultores somos todos los mismos, una gran familia.
Bueno, pues lo que hace falta es que ese sentido elitista y familiar que don José María tiene de la high-life, se haga extensivo a la generalidad del personal. Democracia es que todos seamos high-life.
- ¿Y usted cree que eso se nos va a lograr con el referéndum?
- Pues me temo que no, señora.
Porque resulta que el referéndum está ya siendo contestado por la oposición, y la otra noche me decía Fernández Ordóñez en una cena de Mirasierra, mientras se anudaba la corbata para irse, después de la orgía:
- Cuando comprendan que este Gobierno no funciona, tendrán que poner otro con el que podamos negociar.
Así que la virtud salvífica del referéndum la estamos disfrutando ahora, en la Plaza Mayor, mientras esas ocas que tiene la vecina de una de las buhardas se pasean por el alero. Es el bálsamo democrático de vemos a nosotros mismos, ese espejo; del papel oficial en que el ciudadano puede reconocerse, comprobar que es reconocido por alguien la dictadura es una lóbrega sociedad sin espejos donde el ciudadano no conoce su propio rostro cívico, porque no lo tiene. Arrojar la cara importa, que el espejo no hay por qué.
¿Y qué quiere usted decir ahora con esa charada? Nada. Era sólo por no perder el hilo.
Cuando las primeras listas de contribuyentes, don Torcuato Luca de Tena salió diciendo que eso era instigar los odios nacionales y que no había que publicar lo que atesora cada uno. Es verdad. Cada uno en su casa y Dios en la de todos. Mejor Dios que el inspector de Hacienda. La gente también iba a mirar la cotización del Cordobés y de los Fierro. La gente tiene un instinto democrático natural. Me extraña que Luca de Tena no haya salido ya diciendo -entre la rosa y la espada su majestad escoja- que la publicación del censo viene a instigar los odios nacionales. Y es que el sólo hecho, de poner a la gente toda seguida, por orden alfabético, sin discriminación de jerarquías, no deja de ser ya una provocación demagógica. ¿Pero qué otra cosa, que demagogia puede ser un referéndum?
- Mira a ver si viene el señor Gil-Robles.
- Sí, sí que viene.
Y se toman otra cerveza fresca. La primera para su sed. La segunda para su placer. El señor Gil Robles parece que ha hecho un escrito explicando lo que tiene que ser el referéndum. Esperemos que, pese a ser el cardenal laico de la democracia cristiana, no nos ponga en el referéndum preguntas del catecismo. Decidme, niños, ¿cómo os llamais?
- Camacho, Tamames, Tierno, Sartorius, Carrillo...
- Nada, no vale. Volvamos a empezar.
Comunistas no. Rojos al paredón. Es la tónica. Cosas que pueden leerse por las tapias madrileñas. O lo que leí ayer en la carretera, camino de Valladolid, en un indicativo. «A Valladolid (con Blas) 80 kilómetros». Lo de Blas lo habían intercalado con kánfor. Por más que ahora dice que el PC sí, para más adelante. España temblaba ante las primeras elecciones portuguesas, y ahora parece que Portugal tiembla ante las primeras elecciones españolas. Mira que si saliese por lo menos un socialismo templado. La Plaza Mayor es hoy la primera yerbena democrática que Dios envía. Lástima que la cosa no vaya en serio.
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