Quinientas personas en el homenaje a Buero Vallejo
"¿Viva la inteligencia, muera la muerte!" Con estas palabras cerraba Antonio Buero Vallejo un acto en homenaje a su persona y a su obra -sobre todo por su última obra de teatro, La doble Historia del Doctor Valmy, que trata sobre la tortura, y que se está representando en Madrid-. Cuatro horas antes, con un abrazo entre Camacho y Buero, se iniciaba, el miércoles, la cena homenaje al dramaturgo, con la asistencia de 500 personas, que en el transcurso del acto vitorearon repetidas veces a Buero.Las intervenciones se iniciaron después de la adhesión del Ateneo de Madrid y la lectura de telegramas y cartas de Laín Entralgo, Ruiz Giménez, Vidal Beneyto, Miguel Bilbatúa, Sara Montiel, Ridruejo (hijo), Cristóbal Halffter, Marsillach, Tina Sainz, José Luis Gómez, Alonso Montero, Caballero Bonald, Blas de Otero, Aleixandre y Rafael Alberti, entre otros.
El realizador González Vergel habló a continuación de la deformación del teatro de la postguerra, hasta el estreno de Historia de una escalera. Las actrices Aurora Bautista, Marisa de Leza y el actor
Andrés Mejuto pusieron de relieve la importancia de las obras de Buero. El escritor y dramaturgo Lauro Olmo se refirió a los tiempos duros. Francisco Piniés, Ramón de Garciasol, Juan Antonio Bardem, Lorenzo López Sancho (cuya intervención fue muy protestada) y José Monleón resaltaron la persona y la obra de Buero desde sus respectivos puestos de críticos o cineastas. Francisco García Pavón y Fernando Lázaro Carreter destacaron los aspectos artísticos de su teatro.
Buero Vallejo dijo, finalmente, que aceptaba el homenaje, «como un acto cívico con el que nos aposentábamos en la libertad y la dignidad humana que antes se nos negaban». Tras afirmar «que el porvenir verdadero no será posible si hemos aprendido del pasado y del presente», leyó la última amenaza de muerte, que había recibido el día anterior, y rechazó todo tipo de violencia, mientras afirmaba que creía en la democracia. Con gritos de libertad y amnistía se cerraba el acto, en el que cultura y política convivieron durante unas horas sin ningún problema.