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Confusión en el caso de Karen Quinlan

Todo en este caso es confuso. Mucha gente se pregunta cómo una sociedad que tiene el más alto nivel de vida no ha logrado un bajo standard de muerte. Pero las cosas son así. Hoy, la vida moderna ha deshumanizado incluso hasta la muerte que, alguien ha calificado como «obscenidad de la muerte moderna». Karen Quinlan no está dentro de éste caso.Tal vez resulte interesante hacer una recapitulación de lo ocurrido para poder saber dónde estamos. Karen Quinlan es una atractiva y atlética joven que empezó a estar inconsciente en abril de 1975, tal vez por una mezcla de alcohol con tranquilizantes -en realidad se desconocen las causas- y que desde entonces permanece totalmente paralizada en posición fetal y dependiendo de una máscara respiratoria y con un electroencefalograma que todavía muestra mínimos signos de actividad cerebral.

Ante una situación así, los padres de Karen solicitan del juez les designe guardianes de su hija Karen es mayor de edad con el exclusivo propósito de quitarle el aparato respiratorio y dejarla morir con dignidad. Esta postura es apoyada por el sacerdote de la familia. Los médicos del hospital de Denville rehusan desconectar el aparato respiratorio. El fiscal del distrito dijo que, quien retire el aparato respiratorio será tenido como homicida. El procurador que representa a la Quinlan comparó la situación a las atrocidades cometidas en las cámaras de gas durante la segunda guerra mundial. Por contra, un neurólogo, describió las condiciones de la señorita Quinlan como las peores que se habían visto jamás en un paciente, La estancia de Karen Quinlan en el hospital de Denville, cuesta 425 dólares diarios -actualmente- y ya ha excedido la cifra de cien mil dólares (siete millones de pesetas). Pero centenares de cartas se reciben semanalmente en las que se pide que la señorita Quinlan sea mantenida con vida.

El juez decide denegar el oportuno permiso a los padres para desconectar el aparato respiratorio. Los padres recurren y el Tribunal Supremo de Nueva Jersey reconoce el «derecho a morir con dignidad» y por tanto el que sea retirado el sistema de respiración artificial. Así se hizo y Karen Quinlan empezó a respirar sola.

Ahora parece que los padres de Karen parece ser que han decidido reemplazar a los doctores que vienen tratando a su hija por otro equipo que está dispuesto a tratar a la joven sin emplear medidas extremas.

La conclusión final, para mí, y aunque esté absolutamente de acuerdo con los padres de Karen Quinlan, es que eso sólo ocurre en una sociedad capitalista donde, tal vez, el sentido de sociedad no está del todo claro.

Digamos con Kazanzakis: «Nosotros debemos abandonar la tierra no como esclavos azotados y llorosos, sino como reyes que se levantan de la mesa sin ganas, después de haber comido y bebido hasta saciarse».

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