La amistad con Estados Unidos
Mañana inicia el Rey su visita oficial a Estados Unidos. Como algunos órganos de información han repetido hasta la saciedad se trata de una ocasión histórica que servirá para acreditar la figura del monarca y relanzar las relaciones bilaterales.Estas relaciones no siempre han sido fáciles y probablemente tampoco serán en el futuro. Pero la mera hipótesis de que puedan ser relanzadas o dotadas de nuevas sustancias permite cierto optimismo.
En cualquier caso tanto los españoles como los estadounidenses deben tener bien claro que España es uno de los mejores amigos de los Estados Unidos. En términos económicos esa amistad es evaluable: 1.600 millones de dólares anuales de déficit comercial para España.
Sucede además que los Estados Unidos han tratado a España en los últimos años como se trata a un país adolescente, todavía no integrado en la civilización occidental y no enteramente responsable. A una sociedad con estas características un tanto imaginarias le venía muy bien la mano dura, la disciplina implacable y el régimen autoritario. Y, claro, esa mano dura debía contar, según nuestros amigos de Washington con todo apoyo necesario y los que se oponían a su gestión o criticaba algunos aspectos de la misma, eran seres desdeñables, equivocados, o simplemente elementos subversivos que convenía tenía buen recaudo. Así pues, el desdén norteamericano por oposición democrática se convirtió muy pronto, en estas y en otras tierras en un severo mentís a la pretendida vocación de los Estados Unidos para salvaguardar la democracia frente al totalitarismo.
El recientemente firmado Tratado de Madrid que es por ahora la piedra de toque de nuestras relaciones, pretende conducir a España hacia la OTAN al articular nuestra cooperación mutua «con los arreglos de seguridad del área del Atlántico Norte". Pero una España plenamente democrática y soberana no puede aceptar esta salida como la única posible. Todas las opciones deben ser analizadas y, a ser posible, escogidas democraticamente: no alineación, integración en el Mercado Común (que no es lo mismo que la OTAN), compromiso de seguridad coe otros países europeos, conquista de un poder nuclear, etc.
El señor Kissinger cree, al igual que algunos de nuestros políticos reformistas, que para traer la democracia a España precisa solamente consumar una impecable labor de ingeniero social. El secretario de Estado americano está seguro de que podrá colocar la pieza España en su tablero internacional como un antídoto contra el famoso dominó mediterraneo, tan ingenioso como elemental. Las apreciaciones del señor Kissinger sobre el ritmo que hay que imbuirle al proceso de democratización español (poco a poco, pasito a pasito) reflejan la misma desconfianza sobre la capacidad española de autogobernarse que la repetida ignorancia sobre los alegatos y derechos de la española de que hicieron gala en anteriores administraciones. Si de verdad se pretende relanzar las relaciones entre nuestro dos países, hay que renovar los puntos de partida. Dejar a un lado las docilidades, sumisiones y complejos de inferioridad que durante casi cuarenta años España tuvo que asumir con no poca amargura. Olvidarse de las arrogancias, ingenuidades, autoritarismos y desplantes que los Estados Unidos han impuesto como si fuera el apéndice natural de su sistema de dominio. Nadie pretende ahora inventarse un nuevo camino o improvisar una nueva independencia. Lo que se quiere y se espera es que nuestra interdependencia se base en la cooperacion y en amistad, no en la ley de la selva, o en la inferioridad manifiesta de unas instituciones que hasta ahora eran impresentables ante la comunidad internacional. España pretende que el Gobierno de Washington entienda de una vez por todas que el pasado está enterrado y el futuro no le va a permitir los pingües negocios o las ventajas de otras épocas, máxime cuando estas ventajas y estos negocios no cuentan ni con el apoyo ni con la simpatía de nuestro pueblo.
Nadie mejor que el Rey don Juan Carlos para demostrar con palabras y hechos, la justicia de nuestras esperanzas y el realismo de nuestras exigencias. Ningún momento mejor que presente para concretar ambas cosas. Todavía estamos -España y los estadounidenses- a tiempo.
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